Recuerdos de cristianos fervorosos en un mundo desquiciado.
Los dos artículos, de ayer y hoy, me han venido sugeridos por la presencia en este blog de un personaje que ambientado en determinada situación crítica, es muy posible que hubiera hecho primar la exaltación de su fe, la defensa de su mundo crédulo frente al supremo mandato de "amad a vuestros enemigos...". Lo evangélico frente a lo eclesial, he ahí el dilema.
La Iglesia sabe, y calla, el papel que jugó en el drama de la II Guerra Mundial. Aunque denunciara con palabras (Mit brennender Sorge), asentía con los hechos: concordato con el III Reich y connivencia de su jerarquía con el mismo; recepciones oficiales; saludos brazo en alto, bien que más o menos obligados a ello (¿no lo hemos visto también en España?), persecución a muerte al clero ortodoxo y a sus fieles...
No vamos a rememorar hechos “anecdóticos” –si de anecdótico se puede tachar el que una persona muera torturada— pero algunos no se pueden silenciar.
Yugoslavia recuerda con horror al fraile Stane Kukavica, sanguinario monje franciscano dirigente luego de los Ustashi; o al monje, franciscano también, Miroslav Filipovic, comandante del campo de Jasenovac, donde murieron doce mil jóvenes ortodoxos.
También son dignas de memoria "cristiana" las soflamas del sacerdote Iván Raguz que incitaban a la muerte, y muertes como la de atravesar con estacas a los niños serbioss. Palabras que rasgan el aire de la historia todavía al rememorarlas, las del sacerdote Juric: Hoy no es pecado matar a un niño de siete años si ese niño se opone a nuestro movimiento Ustashi
Más “civilizadas” eran las recepciones y fotos de los obispos de Croacia con Ante Pavelic, o el desfile de monjas junto a legionarios nazis, o las condecoraciones a monjas croatas por su colaboración con los Ustashi.
Sorprende un dato especial, la saña católica en la persecución a muerte de los cristianos ortodoxos, especialmente a sus popes.
¿No se recuerda todavía la proeza de Peter Brzica, miembro de la organización católica de los Cruzados, la noche del 29 de agosto de 1942 en Jasenovac, quien, con un afilado cuchillo de carnicero dicen que cortó el cuello a 1.360 prisioneros? Eso dicen, pero no pasa de ser una exageración: es imposible tal “hazaña”. Aún así, aunque fuera uno solo, ¡era católico!
Preciso es recordar, de vez en cuando, cómo la credulidad profesada es melíflua, edulcorada, suave, amorosa... en tiempos de debilidad y se hace sanguinaria cuando dispone de fuerza para serlo.
El siguiente hecho, macabro como para no seguir leyendo, merecería un tratamiento teológico especial, el de poner en relación “el mal” con aquel que, dicen, controla el mundo y rige sus destinos. O con el supremo mensaje: Os doy un mandato nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Por su especial vesania, todavía se rememora el caso de una familia serbia de Nevesinje masacrada ¡por católicos!: separaron al padre de la madre y de sus cuatro hijos, a los que tuvieron una semana sin comer; al cabo de ese tiempo, consiguieron de su “liberalidad” carne asada y mucha agua... ¡Cuando terminaron de comer, los Ustashi les dijeron que la carne asada era de su padre!