Saber morir y morir a gusto.

Ya pasó el día de los difuntos y yo sin enterarme, encerrado como estoy en este laberinto de encierros. No he sentido pasar la muerte, porque no me han dejado recordarla. Cierto es que la muerte está omnipresente y tal día y tal otro nos recuerdan que cualquier Sean Connery ha muerto.

Recuerdos lúgubres personales. Hace ya muchos años, quizá más de treinta, asistí como acompañante a la defunción de una tía política. Una tarde vinieron a visitar a la enferma cuatro señoras, muy piadosas todas, que se encerraron con ella en la habitación. Yo oía murmullos, alguna de ellas decía algo y el resto respondía. Luego deduje de qué iba la cosa.

Pues sí, se trataba del “ejercicio de la buena muerte”. Era algo que se encontraba en los Manuales de Piedad Cristiana. Un ensayo espiritual para afrontar el delicado momento en que uno traspasa la frontera de la vida. Alguien me comentó después que incluso era un ejercicio que se practicaba en instituciones y colegios religiosos de vez en cuando. Ahí es nada preparar el tránsito de este “valle de lágrimas” al “juicio de Dios”. Algo así como una “extremaunción” mental.

Hoy puede sonar a lúgubre, siniestro y hasta espantable, pero las cosas eran como eran. Por si alguien no conoce de qué iba el asunto, aporto algunos retazos. Copio de ese libro de pastas negras herencia de curas o devotos que por esta casa circularon. El lector o guía, generalmente con voz cavernosa, consideraba las diversas partes del cuerpo afectadas por la amarga muerte inminente. Tras una breve introducción sobre lo que sucede en los momentos antes de morir, comenzaba la letanía, a la que respondían todos:

  • - Cuando mis cabellos húmedos por el sudor de la muerte, erizándose en la cabeza anuncien mi próximo fin…
  • - Jesús misericordioso, tened piedad de mí
  • - Cuando mis labios trémulos y entorpecidos, pronuncien por última vez vuestro adorable nombre…
  • - Jesús misericordioso, tened piedad de mí... ... ... Y terminaba la cosa:
  • - Y en el último estertor de mi agonía
  • - Jesús misericordioso, tened piedad de mí

Que ¿por qué traer esto a cuento? Pues para recalcar que la santa madre Iglesia católica romana ha dramatizado siempre el acto de morir; ha fomentado la “teología del miedo” intentando controlar las postrimerías y no ha dejado nunca de recordarnos la muerte; y en este caso, paradójicamente, la buena muerte. Y por redondear la palabra, en su correcta etimología, la eutanasia (del griego eu – zánatos, buena muerte).

Y sin embargo, ahora, la primera que se opone a leyes sobre la eutanasia, ¡es la Iglesia católica! No sé cómo anda la carrera legal, pero sí sé lo que la Iglesia ha dicho hasta ahora. La casuística ha sido pródiga en casos en que la iglesia se ha opuesto a “dejar morir”, “dejar de sufrir”, “no prolongar agonías”, etc.

Lo que estos gobiernos del desgobierno dicen al respecto, no está claro. O no ha llegado el momento. O lo dejan para mejor ocasión, cuando importe desviar atenciones. Ahora bien, sí está meridianamente claro que la Iglesia, la oficial, apresta toda su artillería pesada para oponerse ferozmente a desdramatizar la muerte. Es fiel a toda una tradición de “utilizar la muerte”. Todo lo plantea y resuelve desde la perspectiva de “blanco o negro”, desde sus inflexibles postulados teológicos y desde el avasallador monopolio de la verdad absoluta e infalible.

Es asunto no se plantea entre muerte o vida, por supuesto, porque en esto todos estamos de acuerdo. El conflicto se dirime entre muerte digna o muerte lenta y degradante. En la certeza de morir, prolongación o acortamiento. En la perspectiva biológica, muerte natural o postergación artificial.

¡Si es que ellos mismos se contradicen! Si la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de nuestra futura inmortalidad. Pues entonces, ¿para qué alargar la espera y privar al que agoniza de esa futura inmortalidad? Desde la perspectiva humana, ya lo decía Montaigne: Cuanto más voluntaria sea la muerte, será más hermosa.

Si deseamos y defendemos una “vida digna”, habrá que favorecer y abogar a la par por una “muerte digna”.Si protegemos el “derecho a nacer” deberemos amparar a la par el “derecho a morir”. Si patrocinamos una decorosa “calidad de vida”, deberemos apoyar a la par una decorosa “calidad de muerte”.

Por lo que toca a aquellos que pueden alargar agonías, no se pueden poner en el mismo plano el juramento hipocrático de prolongar la vida y una hipotética exigencia moral de prolongar la muerte. Si no nos gusta que nos manipulen la vida, ¿por qué se pretende manipular la muerte? Si se aboga por una íntegra y decorosa vida humana ¿por qué se pretende fomentar una muerte inhumana?

Volver arriba