Santiago abrió España a venerar leyendas.

A la inmensa mayoría de niños y jóvenes, la festividad les dice poco, y menos todavía el patronazgo. Pero el turismo y el pretender "encontrarse a sí mismos" empuja a muchos a un reto, recorrer andando los 764 km. desde Saint Jean Pied de Port a Santiago. 

Hoy sería bien fácil demostrar que los restos que se conservan en Compostela no pertenecen a Santiago Apóstol. Medios hay para ello. Más verosímil resulta lo que algunos afirman, que los restos guardados en la urna de plata pertenecen a un hereje distinguido, Prisciliano, que si fuera cierto y comprobado daría lugar a la mayor carcajada que la historia lanzaría al rostro de la credulidad. De todas formas, es algo tan difícil de probar como la realidad de Santiago.

Recordemos: la leyenda nació en el siglo VIII. Un ermitaño vio unas luces extrañas y escuchó cantos de ángeles; el obispo Teodorico, al visitar el lugar, encontró una lápida y restos óseos de tres individuos, que “sin duda” eran los de Santiago y dos de sus discípulos. Para avivar el espíritu bélico de la cristiandad frente al empuje moro, les interesaba sobremanera apoyar y certificar tal descubrimiento tanto al papa León como a Carlomagno. Un centro de peregrinación más cercano al occidente europeo que Roma o Jerusalén.  

Pero, ante la certificación de tal falsedad ¿qué añadiría ese conocimiento, esa realidad, frente a lo que significa hoy día el entramado económico y el legado cultural que supone y ha supuesto su devoción? Nada.

Importa poco, porque la creencia no se fija en realidades ni datos históricos fehacientes sino en creencias, con el añadido de que es suficiente el fenomenal emporio que se ha montado para hacer imposible una vuelta atrás, como sería su desguace. Es una creencia de siglos que hoy día puede que ningún peregrino se plantee. Le basta con hacer el Camino, que es lo importante.

Se ha demostrado por activa y por pasiva que fue imposible que Santiago viniera a España y menos que arrumbara por Galicia. Y eso recurriendo a datos extractados de documentos que no son históricos, los libros del Nuevo Testamento. Ni la predicación en España ni tampoco el milagroso traslado de su cuerpo en un barco de piedra sin timón que arribó milagrosamente a Finisterre se pueden mantener. Pero, como decimos, ¿qué importa eso? Las leyendas también tienen sus límites temporales y sirven a la época que sirven.  

Hoy las cosas son como son. Y retrotraernos al siglo VIII o IX para desmontar leyendas, no sirve de nada. Y en el fondo, como hecho folklórico y cultural, merece la pena que continúe la farsa. Leo:

Santiago, patrón de España, símbolo que animaba a los cristianos contra los ocupantes musulmanes, es el mito más grande de la cristiandad. Pero con Santiago nació la idea de Europa, Goethe lo reconocía y el Papa Juan Pablo II proclamaba en uno de sus históricos viajes a Compostela: «Europa, encuéntrate a ti misma, busca en tu identidad...».

Gran parte de la cultura, de la arquitectura, del monacato, del folklore europeo, de las creencias nórdicas… deben al Camino de Santiago su razón de ser. Europa entró en España por aquella vía. Hoy es un venero de riqueza turística.

Por su ubicua presencia en todas las lecturas de historia castellana, visité Castrojeriz hará cuarenta años largos, una población muy importante en esos siglos, especialmente por su castillo. La primera impresión al recorrer sus calles me produjo sorpresa desagradable y hasta desconcierto: me pareció un pueblo en descomposición, avejentado y  necesitado urgentemente de rehabilitación.

Pero han pasado los años y hoy el Camino de Santiago ha dado la vuelta a todo. Hoy es bien distinto todo. El que acceda a Castrojeriz debe detenerse: subir al castillo, visitar las ruinas de San Antón, las iglesias de San Juan, Santa María y Santo Domingo, recorrer la larguísima calle-camino, pero sobre todo disfrutar de sus hoteles y restaurantes… Todo fruto del Camino.

Volviendo a lo dicho arriba, la irrealidad de Santiago en Compostela nos lleva a la consideración de que lo mismo que sucede con Santiago, sucede con todo el perifollo de “realidades” y reliquias que se conservan en el occidente cristiano hasta llegar a la “realidad” de Jesucristo. ¿Importa su historicidad? ¿Importa atestiguar que fue lo que dicen de él? Ningún creyente pierde el tiempo en eso. Únicamente importa que sea el símbolo o encarnación imaginativa de lo que se cree. Es dar corporeidad a los deseos y aspiraciones.

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