Su Santidad tiene necesidad de sexo.

Sumergirse en la historia de la Iglesia, que puede ser la más grande historia de la humanidad, produce estados de ánimo de muy diversa índole, de admiración, de rabia, de conmiseración, de asombro, de sorpresa, de pasmo, de cólera o irritación y a veces hasta de envidia. Cada personaje que destaca en su historia es todo un mundo de emociones participadas.

Eso es lo que he sentido al repasar la vida de numerosos papas, algunos de ellos, cierto,  verdaderos ejemplos de humanidad y profesionalidad, sin entrar en eso de la santidad, que es algo a dejar para su propia consideración o complacencia. Por el contrario, también la vida de otros se puede adscribir al ámbito de lo criminal o, cuando menos, de lo muy reprobable. Y no son pocos, por cierto.

Al considerar el porqué del celibato obligado, una de las razones era económica, dado que los bienes producidos o recabados por los clérigos pasarían, a su muerte, a la Iglesia. Eso es lo que pensó el primer papa que estatuyó el celibato, Gregorio VII (1073-1075). El papa Gregorio es venerado como santo, aunque en su tiempo fue considerado un papa autocrático del que el cardenal Beno de Santo Martino dijo de él que practicaba la nigromancia y que era cruel, tirano y blasfemo. Puntos de vista.

Al instituir el celibato obligatorio lo que perseguía el papa Gregorio era terminar con la extendida lacra de la simonía. Pensaban que, suprimido el matrimonio de los clérigos, ya no se daría el legado a hijos y sobrinos de bienes y cargos eclesiásticos. Eliminada la simonía más grosera, lo que vino después fue el nepotismo más sibilino.

Pero hoy nos quedamos con eso del instinto reproductivo. Buen ejemplo dieron muchos papas en esto del celibato, porque instituyeron con su conducta matrimonio sin sacramento y convivencia marital con descendencia. Hubo muchos papas, pero resalta en la historia de la Iglesia, como modelo, el celebrado Alejandro VI [1492-1503], un egregio Borgia, que tuvo familia numerosa, nada menos que nueve hijos, sobrino del papa Calixto III [1455-1458]. Antes de ser papa tuvo tres hijos con Vannozza Cattanei y, siendo papa, dicen que entre cinco y siete con Julia Farnesio.

Los siglos XV y XVI dieron otros ejemplos de insignes ‘celibatarios’, cuyos hijos recibieron suculentas prebendas de muy diverso orden.

  • Benedicto IX (1044, 1045, 1047-1048). San Pedro Damiano lo acusó en su Liber Gomorrhianus de sodomía, bestialidad y dado a las orgías. En 1045 renunció al papado para casarse.
  • Pío II (1258-1264), tuvo dos hijos ilegítimos.
  • Inocencio VIII [1484-1492] tuvo dos hijos ilegítimos a los que colmó de favores. Girolamo Savonarola dijo de él que llegó a tener dieciséis hijos.
  • Julio II [1503-1513] Más que papa fue un político con ínfulas de emperador, además de un soberbio mecenas. Tuvo una hija, Felice della Rovere, aunque dicen que tuvo otras dos que murieron en su primera infancia.
  • Pablo III [1534-1549], que reunió una gran fortuna gracias a los favores y títulos recibidos de Alejandro VI; tuvo tres hijos y una hija con Silvia Ruffini, que fueron legitimados por los papas siguientes.
  • Pío IV [1558-1565] Reinició las últimas sesiones del Concilio de Trento, con el propósito de rebajar sus exigencias. Mandó ejecutar a los sobrinos del papa anterior, Paulo IV, mientras él colmaba de favores a sus hijos, tres, antes de ser papa.
  • Gregorio XIII [1572-1585]. Le tocó aplicar los decretos de Trento. Tenía un hijo ilegítimo de antes de ser sacerdote al que luego encumbró.
  • Dejamos para otra ocasión y por otros motivos no tan lascivos las figuras de Alejandro VI (de 1492 a 1503) y León X (papa de 1513 a 1521)

Antes de que se impusiera el celibato, el N.T. y la historia de Iglesia dan testimonio de papas que estuvieron casados y tuvieron hijos: Simón Pedro, Siricio (384-399), Anastasio I (399-401) y su hijo Inocencio I, Felix III (483-492), Hormisdas (514-523) y su hijo Silverio (536-537), Agatón (678-681), Adrián II (867-872), Juan XVII (1003), Clemente IV (1265-1268), Honorio IV (1285-1287).

El término “simonía” proviene del relato de los Hechos de los Apóstoles 8.18, donde un tal Simón pretende comprar de los apóstoles la  recepción del Espíritu Santo, y con él, el poder realizar milagros. San Pedro lo denigra diciendo: “¡Que tu dinero se condene contigo, pues has pensado comprar con dinero lo que es un don de Dios!

La Iglesia, una vez consolidada gracias a la connivencia con el poder imperial, y extendida por todo Occidente merced  a la red de vías, albergues, villas y ciudades romanas, luego de la caída del Imperio Romano, sin fuerzas ni leyes que pusieran freno a las apetencias del hombre, se instituyó a sí misma como el único valladar contra la barbarie, el vicio e incluso la incultura. La obligada organización para llevar la “salvación” a todo el mundo,  lógicamente traía consigo la necesidad de recabar dinero.

A partir del siglo VI la Iglesia vino a ser el nuevo Imperio, también en territorios, pero sobre todo por el poder coercitivo de la nueva moralidad. Europa se llenó de cenobios, monasterios, iglesias y catedrales, desde donde se impartía doctrina y desde donde se controlaba a los distintos grupos sociales e incluso a las naciones a través de sus reyes y dignatarios, tan crédulos o más que los fieles de la gleba.

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