Secuencia de Fibonacci y deducción personal.



Hace años circuló por los ámbitos lectores un libro que cobró justa fama, El Código da Vinci, escrito con artificio, que se lee con interés y que engancha, aunque no deje de ser una novela típica de una tópica cultura americana.

Una cosa me sorprendió en él, la cita de la famosa secuencia numérica de Fibonacci, uno de cuyos topes es el número 21.

Hace ya tiempo y sin conocer tal secuencia, al describir lo que es o ha sido el Cristianismo, curiosamente también me paré en el mismo número, el 21. Decía yo entonces: la verdadera Trinidad de Dios es séptuple y planea sobre los corazones de sus fieles por tríadas:
1) Cristos, vírgenes y santos;
2) almas, demonios y ángeles;
3) curas, obispos y papa;
4) sacramentos, misas y novenas;
5) iglesias, palacios, casas;
6) estipendios, donaciones y herencias;
7) medallas, escapularios, reliquias.

Dos cosas se advierten en este catálogo.
Primera, que en la serie descrita está definido el cristianismo, compendio de “dogma”, “espiritualidad”, “organización”, “concreción”, “sustento”, “ritos” y “magia”.

Segunda, que ésta es una serie de tres por siete, que da veintiuno.

La conclusión es que, en una visión global de la historia de la Iglesia, la misma “numerología” induce a pensar que el cristianismo está viviendo sus últimos días.

Cristianismo:
Periodo I.- Siete siglos para nacer, asentarse y definirse.
Periodo II.- Siete siglos para dominar, disputar y disgregarse.
Periodo III.- Siete para luchar, envejecer y morir.

El siglo XXI es producto de 7 x 3, con lo que la disgregación, evaporación y muerte del cristianismo "debe" suceder en este siglo.

¿No les parece --admítanse las ironías-- que se non è vero è ben trovato?.

No es banal la afirmación anterior si observamos la Historia de la Iglesia con ese criterio tri-seccionante.

El periodo de despegue del cristianismo se puede dar por concluido con la instauración del “Sacro Imperio Romano Germánico” de Carlomagno (768-814). Significativa fue la “aparición” de la falsa “Donación de Constantino” con las derivaciones fraudulentas y “feudulentas” a que dio lugar.

Hasta la caída de Constantinopla (1453) vivió la Iglesia su máximo periodo de esplendor, pero ésta marcó también un antes y un después en la Iglesia, porque no sólo acabó con la de Oriente sino que coincidió con una quiebra en la de Occidente, la provocada por el Humanismo y por la Reforma.

Piense quien esto lea por qué la de Oriente desapareció, si no fue por lo mismo que la religión egipcia: carencia de un poder político sustentador y un subsuelo crédulo: eso le está pasando, aunque lentamente, a la de Occidente.

Sintomático es que el “desdén” humanista por el teocentrismo derivara en una vuelta a la cultura original, la griega, la racional, de la que el cristianismo les había despojado destruyendo documentos y monumentos. Lutero, por su parte, trastorna el mundo cristiano y, a partir de él, Occidente supo que el monolito de la fe se había quebrado por varios sitios, por más que el trozo más grande quedara en poder de Roma.

El siglo XX, el de las grandes hecatombes ante las que Dios se tapaba la cara y especialmente la nariz, ha conocido la desafección mundial hacia la creencia cristiana. Con seguridad se decantará en quiebra total en el siglo XXI.

Los crédulos suelen serlo de muchas cosas, no sólo de las que ellos mismos generan. También del miedo. Y de la superstición hacia "creencias" como la que aquí se ofrece.

De hecho ya los jerarcas están haciendo acopio de bienes materiales para tal camino.

Otra ironía numérica para espanto de crédulos sería la de poner en relación siglos (V-X-XV), mandamientos de la Iglesia y de la Ley de Dios con el fin del credo católico. Los bíblicos, 3 y 7, y los eclesiásticos, 5 y 10, se ponen en conjunción para anunciar el Fin de los Tiempos (los de la credulidad, por supuesto). De nuevo “se non è vero, è ben trovato”.
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