Tristeza al pensar en España.

Gallos de pelea o conejos discutiendo sobre lebreles. Y, mientras, España se desangra de ideales y se evaporan los esfuerzos por construirla o regenerarla. 

Algunos hablan de que se está quebrando España, alzando ante el plantel de la ciudadanía una visión pesimista de la deriva de nuestro solar patrio. Otros, instalados en el alcázar del poder, afean tales dictámenes desgranando una letanía de bondades surgidas de su inmejorable gobernanza para hacernos creer que estamos en el mejor de los mundos. Debieron éstos estudiar en las aulas de Leibniz, sin relación alguna con la realidad.

En lo que sí estoy de acuerdo es que, desde aquel 11 de marzo de 2004, atentado de Atocha, España ha venido dando tumbos sin saber bien qué rumbo tomar, ni qué pensar, ni conocer a ciencia cierta si lo uno está bien o está fatal, ni si las opiniones de los “hunos” unamunianos son más acertadas que las de los “otros”.

No olvidemos que aquel atentado quedó sin juzgar: entiéndase, se condenó únicamente a uno, Jamal Zougam, difícilmente condenable y que ha mantenido su inocencia desde entonces,  y no se ha llegado a saber quiénes fueron los inductores (no participo en eso de "autores intelectuales", porque de intelectuales no tienen nada).

De aquel atentado surgió un presidente no previsto en ninguna encuesta, José Luis Rodríguez Zapatero, para unos el más nefasto de la historia, peor que Fernando VII,  y para otros, los suyos, el que dio un nuevo rumbo a la historia de España. Cada cual piense lo que quiera.

Vino después la mayoría absoluta de “un tal” Rajoy, que tampoco supo encauzar el rumbo de España ni insuflar espíritu nuevo de superación en el país, surcando por un desierto de ideas o de ideales. Mucho estómago, en sus palabras economía, pero nulo corazón y prefrontal.

Y así seguimos. El hoy de nuestra singladura sigue siendo de bandazos a babor y estribor, es decir, por la izquierda y por la derecha. Éstos dicen que está quebrada España, mientras los de babor suben agitan los brazos en el castillo de popa, el poder, achacando a los de estribor su falta de proyectos y su instalación en la crítica sin soluciones.

Y, en tanto, los pobres marineros y grumetes, ajenos al ruido de unos y otros, afanados en que la nave siga su rumbo porque en ello les va el trabajo, el bienestar y la vida, no saben a qué carta quedarse. Éstos, que no saben de peleas de gallos, lo único que pueden, para saber algo, es fiarse de quienes les trasladan las noticias de lo que sucede en el castillo de popa.  

Son TV, radio y prensa los que crean opinión, pero sin conseguir imponer certezas, porque estos medios también pretenden arrastrar a la marinería a su pañol, oscilando entre ese “que estamos muy bien” y eso otro de que “España está quebrada”. Pero ¿es acertada esta imagen que dan de España?

Aunque no nos lo parezca, vivimos en la zozobra de que son ellos, los mismos informantes, los que se tiran panfletos, editoriales e incluso el teclado del ordenador a la cabeza, defendiendo a los que les pagan. Nunca mejor aplicado el apólogo de “galgos o podencos” que pretendían esclarecer los imbéciles conejos.

Verdaderamente la “carta de marear”, necesaria para la correcta navegación, ha perdido el carácter de “carta” para quedar en eso, un “marear” a la ciudadanía.

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