Nos abrasan el optimismo.

El dolor de ver tantos niños, madres, abuelos... huyendo de sus casas en llamas, de sus barrios destrozados, de pisos inhóspitos por carecer de todo, nos retrotrae a algo que la inmensa mayoría de los europeos conocíamos por documentales o lecturas: la guerra, una palabra que nada dice cuando no se la padece. ¿Qué hay en el pensamiento, en la sensibilidad de una persona para no caer en la cuenta de que está provocando el llanto inconsolable de un niño o la muerte de sus padres? Nada justifica la muerte del otro, excepto la propia defensa. 

Dos organizaciones supra nacionales, la OTAN y la ONU… Dejemos a un lado el extinto Pacto de Varsovia… organizaciones que nacieron “por y para”, hoy inoperantes, ineficaces, enormemente dispendiosas y dignas de desaparición.

Parecería que la OTAN sigue teniendo un enemigo al que embridar, Rusia, pero países en real o posible enfrentamiento o conflicto con Rusia, no se encuentran amparados por este paraguas. Y, por otra parte, es un organismo que depende sustancialmente de uno de sus miembros integrantes, EE.UU. Organización, por lo tanto, viciada de parcialidad y dominada por uno de los tentáculos del desencuentro mundial. Debería desaparecer para que Europa renaciera.

Y si la OTAN está coja, ¿qué decir de la ONU? Nació con las manos amarradas por cinco bridas que la impiden ser efectiva en asuntos de mayor enjundia. Más que una organización es un club de próceres mundiales que de vez en cuando se reúnen para tirarse los trastos a la cabeza siempre que ninguno de esos trastos llegue a ella. Organización amordazada, como decimos: China, Rusia, EE.UU., Francia y Reino Unido quieren seguir siendo cerrojos que impidan que alguien hurgue en sus entretelas. Cuando a uno de sus miembros no le conviene lo que se dice, se levanta, se va y… de lo dicho nada.

La ONU nació en 1945, en un momento de lo menos propicio para su creación.  Dos países conflictivos pero de gran peso mundial, Alemania y Rusia, se convirtieron en el palo puesto en las ruedas de tal carromato, el uno por su ausencia punitiva, Alemania; el otro por su presencia, sabiendo todos lo que ya era y porque “se le veía venir”.  Lo de China es hilaridad histórica aparte.

La ONU es hoy un organismo obsoleto. Sirve para poco, en la proporción de estructura, finalidad y productividad. Los problemas de hoy día no son los que propiciaron su creación. Si se creó para conjurar guerras, ¿cuántas ha habido desde 1945? ¿Qué pinta en Ucrania? Si los problemas que vician la convivencia mundial son otros y de gran calado, ¿cómo los puede afrontar un organismo no creado para resolverlos?  

Por hacer relación a algunos de esos problemas, tenemos el cáncer mundial del narcotráfico; el  terrorismo intra o supra nacional; el control, negocio o proliferación de determinadas armas, sean armas convencionales, armas atómicas, armas biológicas o armas químicas; la misma proliferación y escalofriante cantidad de armas nucleares, con aquellos años de continuas “pruebas nucleares” donde petaba, con el chantaje timorato que hoy vemos; la degradación del medio ambiente; la sobreexplotación de los recursos naturales… ¿Qué puede hacer la ONU ante esto? ¿No urgiría su disolución, como fue disuelta la Sociedad de Naciones o al menos su radical transformación? ¿Y quién le pone el cascabel a este monstruoso gato?

  Es lo de siempre, se crea un organismo, sea municipal, estatal o mundial; decae la finalidad… pero el organismo sigue. Podemos afirmar, independientemente de la finalidad que asiste a tal monstruoso organismo, que son muchos los intereses burocráticos que impulsan a seguir. Y, además, el temor a que determinado “gran país” sea tildado de “onicida” en su propio provecho.  

La ONU se podría catalogar como un “gran imperio”, el imperio de la “buena voluntad ineficiente”.  El bueno y simpático Roosevelt , al que no le quedaba otra cosa que ser bueno, porque en su físico no quedaba fuerza alguna, en el declive de su paso por esta Tierra, se dejó llevar por ideas megalómanas y propuso lo que propuso. El resto de líderes mundiales, por no contradecirle y por alegrarle con un lugar en la “historia de la buena voluntad”, le dijo “sí”. Y así nació el engendro artificial de la ONU. Lo artificial y lo natural las más de las veces chocan frontalmente, primando lo natural. Y nada más natural que los instintos.  

La historia del surgimiento, desaparición y solapamiento de grandes imperios enseña mucho. El imperio de Alejandro, aunque creado sobre cenizas de derrotas, se podría comparar a la ONU. Duró lo que duró el hombre. El Imperio Egipcio, el Imperio Romano, el Sacro Imperio, el Imperio Español, el  Imperio Británico… se fueron sucediendo unos a otros con el sano propósito de sojuzgar y esquilmar a los pueblos conquistados. Aunque de otro modo, también el imperio “usano” (U.S.A) nació con idéntico propósito, pero todavía de forma más genocida que los otros: apenas quedan indios.

Hoy no podemos hablar de imperios al uso, como los de los siglos anteriores. Hoy se habla de superpotencias, con el mismo poder económico, político y militar que los imperios: EE.UU. durante algunos años única superpotencia en el mundo; hoy, y creciendo, China; y por el poder destructor, Rusia, aunque imperio de barro que no se resigna.  Falta pensar en una posible Europa más unida.  Por la ley que rige la historia, es seguro que estos novedosos imperios se destrozarán unos a otros. Las causas son conocidas.

Y creíamos que Declaraciones de Derechos Humanos y gaitas similares significaban un orden mundial nuevo, un milenio de paz y concordia, una globalización que haría imposibles dramas como los del siglo XX… Hace años yo era más optimista que ahora. Nací degustando el sabor amargo en la sopa de dos guerras  recién terminadas, pero toda mi vida se ha desarrollado en paz y creía en la paz mundial (hoy, cuando esto escribo, quieren hacernos creer que la “violencia de género” es la nueva modalidad de guerra). ¿Cómo hacer de este mundo algo que es el primer deseo de todos, vivir en un mundo de y en paz?

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