Infierno de quita y pon. Otro amigo que desaparece.

Fui a visitarle en tiempos de pandemia, pero me dijeron que en las residencias de ancianos no se admitían visitas como medida preventiva. Luego fue pasando el tiempo, demasiado, pienso ahora. Hace unos días me acerqué a la residencia de C/ San Bernardo, con el propósito de hacer una nueva excursión con él, otra más, a su querida Sigüenza, donde pasó casi veinte años de profesor antes de incardinarse a Madrid.

Las sucesivas crisis o circunstancias personales me fueron alejando de él sin poder juntarnos a charlar como en tiempos de su paso por la iglesia de las Calatravas. Primero su jubilación, luego el ictus que sufrió, más tarde la pandemia y finalmente su fallecimiento. 

La muerte es un agujero en el horizonte de nuestras vidas. Y eso me ha sucedido con la suya. Ese hondo sentimiento de tristeza, de alejamiento, casi de abandono por su parte, se ha clavado en mi ánimo como un aguijón que sólo el tiempo podrá desclavar. Sí, podrá, pero el hueco que deja en mi horizonte vital con nada podrá colmarse. 

Se llamaba José Mª Berlanga. La música nos había acercado, sirviendo yo como organista cantor durante un tiempo donde él ejercía de párroco en su iglesia de Las Calatravas, el único resto que queda de la famosa Orden de Calatrava.

Terminados los oficios, nos íbamos al café de al lado y charlábamos de lo que teníamos en común, los tejemanejes del cardenal Rouco; el depredador obispo auxiliar Fidel Herráez, brazo ejecutor de mi desastre profesional; los tapices de la Hermandad de Sta. Rita, depositados en la Iglesia de las Calatravas y apetecidos por el Sr. Cardenal; el turbio asunto de la iglesia de Las Fuentes y algún que otro trapicheo más del dúo madrileño.

Había también otros temas propios de su competencia, como el teólogo del XVI Bartolomé de Torres, natural de Revilla Vallejera y profesor de Salamanca y Sigüenza, o mi interés sobre patrística y teología, siendo él profesor del Seminario Mayor San Dámaso. 

José María sabía mucho de esos asuntos turbios y algo me decía, aunque en todo predominó su mesura, su prudencia y su serena reflexión. Eso sí, ninguno de los citados era santo de su devoción. Era una gran persona, por no decir, sencillamente, buena. Esa cercanía a cualquiera y esa campechanía en el trato le procuraron muchos amigos, como testimonian las numerosas visitas que recibió durante su retiro en la residencia San Pedro, en C/ San Bernardo.

El 13 de octubre de 2023 nos dejó, con sus 80 años bien servidos siendo enterrado en el panteón familiar de su pueblo natal, Labros, cerca de Molina de Aragón (Guadalajara). Su recuerdo nos acompañará a cuantos gozamos de su paso por este mundo. 

Copio la reseña que de él aparece en Internet:

El 13 de octubre, en un hospital de Madrid, falleció el sacerdote de esta diócesis José María Berlanga López. Nació en Labros, hace 80 años, fue seminarista en la entonces diócesis de Madrid-Alcalá, en cuyo presbiterio quedó incardinado.

Fue secretario particular del arzobispo de esta diócesis Casimiro Morcillo. En Roma, se doctoró en Patrología, disciplina de la que fue profesor en el seminario de Sigüenza durante un par de décadas.

En Madrid, fue capellán de la iglesia de las Calatravas Reales, profesor universitario de Magisterio y de la Universidad Eclesiástica San Dámaso. También fue profesor de Patrología en el seminario de Toledo.

Tenía vivienda en Sigüenza. Su salud quedó muy quebrantada, años atrás, a causa de un ictus cerebral. Fue enterrado en Labros.

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