El antropoceno.

El miércoles pasado, 23 noche, TV2 emitió un programa titulado “Antropoceno, nuestro legado en las rocas”. 

Quedé impresionado; para mí, reportaje extraordinario y a la vez alarmante. El trabajo reflexiona sobre el hecho de que estamos ante un nuevo periodo en las Edades de la Tierra, un periodo en el que el hombre ha sido, es, factor determinante.

Denominan a este periodo “Antropoceno” como si de una era geológica nueva se tratara, de igual manera que hablamos de Eoceno 0 Plioceno, dos de los seis periodos en que se divide la Era Primaria o Paleozoica. En esta nueva era, ha sido y es el factor humano el que más ha incidido en los cambios geológicos.

Frente a la pesimista secuela que respira este informe o reportaje, es de suponer que el hombre será capaz de reinventarse y corregir la deriva a la que la especie humana se ve abocada si las cosas siguen así. Los datos están ahí y no parece que pequen de parcialidad.

El programa se ha recreado en paisajes donde las rocas o los estratos se han formado ¡en menos de 70 años!, cuando en los procesos geológicos tardarían miles o millones de años. Es el caso de los sedimentos arrojados por los Altos Hornos de Vizcaya a la ría del Nervión y que el mar devolvió a las playas formando capas y capas de depósitos o la profundidad a la que se encuentran los sedimentos originales de la ría.

Realmente es alarmante lo que el hombre ha supuesto para el planeta Tierra, como dice el reportaje: el hombre ha creado más sedimentos y movido más materiales que todos los ríos en estos último 70 años; se han alterado los ciclos naturales del carbono, el agua o el nitrógeno, elementos esenciales para la vida; se está destruyendo la biodiversidad con ignorancia suicida... La conclusión a la que llegan los científicos que hablan en el reportaje es que estamos a las puertas de una sexta “Gran Extinción”. La especie humana está haciendo todo lo posible por desaparecer.

Aunque el “Antropoceno” comenzó hace 70 años, ya está generando –dicen-- sus propios fósiles, que llaman “tecnofósiles”, inventos o productos humanos presentes en sedimentos y rocas. Lo ¿curioso, tremendo, aterrador? es que nadie será capaz de interpretar en un futuro, sin futuro para nosotros, tales fósiles, como nosotros estudiamos los trilobites o los dinosaurios. Entre esos fósiles se encuentran los más banales, como teléfonos móviles, plásticos, cementos, metales... y también otros más letales, como isótopos radioactivos producto de explosiones o accidentes nucleares.

Estupendo reportaje.

Se nos ocurren otras consideraciones que son igual de alarmantes. La primera de ellas, la enorme proliferación del “animal hombre” en estos últimos decenios: somos ahora más de 7.500 millones de personas. Hace nada, en 2008, Salmán Rushdie escribió su famosa carta al bebé 6.000 millones. Léanla en Internet, que merece la pena. ¿Podemos imaginar algún animal de la textura del hombre –el cerdo, el delfín, el chimpancé, el avestruz—invadiendo el mundo con tal número de individuos? No, no es posible. Sería una catástrofe para el hombre.

Pero el hombre tiene muy poco ya de “natural”, sin dejar de ser un animal más. Todo lo que rodea al hombre, de lo que se nutre, lo que necesita, de lo que se viste... no es ya natural. Queda muy poco de naturaleza en lo que engloba el entorno del hombre

Y aquello que podría ser más “natural” en el hombre, deja mucho que desear. Lo que rige la conducta de la especie, por más que nos creamos civilizados, por más que necesitemos y nos rodeemos de civilización, son los instintos: de posesión acaparando riquezas o medios y consumiendo energía sin límites; de perpetuación o reproducción; de búsqueda del placer o bienestar; de relación con los demás, las más de las veces tortuosa, que necesita de tantos y tantos organismos, estados, leyes, etc.

La relación del hombre con el mundo, como decimos, es de “sometimiento”, de colonización. En esto también los hombres han hecho caso a la Biblia: “Creced y multiplicaos y llenad la Tierra y sometedla...” A tanto hemos llegado que el mundo está parcelado de tal manera que cualquier trozo de tierra tiene dueño. No es que lo parezca, es que es nuestra realidad vital: cada vez necesitamos “más cosas” para sentirnos bien; a su vez, los artilugios inventados para satisfacer esa necesidad, exigen nuevos medios técnicos para su conservación o para su reparación. Un círculo vicioso que va tragando el tiempo y las energías del hombre.

Y en esta vorágine consumista, hay personas o grupos pequeños que consumen tanta energía como regiones extensas de la Tierra. Y hay fortunas tan exageradamente inmensas como el presupuesto de muchos países.

La consecuencia de todo ello en nuestra relación con el resto de la “creación” es bien clara y está a la vista: la degradación y destrucción tanto de vida animal como también vegetal. Hay especies que han desaparecido por culpa del hombre. El hombre está expulsando de la tierra a especies animales similares a él y mayores, está provocando su extinción.

Pero es que también...¡ La especie humana camina hacia su extinción!

Corolario en el ámbito de Religión Digital: ¿Y qué será de Dios en este maremágnum evolutivo? Para algunos es claro, para quienes consideramos que el concepto “dios” es otra de las creaciones del hombre, lógicamente Dios dejará de existir. Quedará la Naturaleza, que es lo que es sin que sepamos del todo lo que realmente es (¡cuánto queda por saber del Cosmos!, por ejemplo).

Los creyentes dirán que Dios seguirá ahí, que la humanidad se ha buscado su propia ruina, que Dios ha obrado como en tiempos de Noé. "Si res talia sunt", lógica consideración final: ¿entonces, de qué sirvió la muerte de su Hijo que vino a salvar a todos los hombres? ¿Es posible que hecho tan “serio” haya tenido fecha de caducidad? No lo decimos ni en broma ni con ironía, aunque lo parezca.

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