El árbol de Navidad.

He aquí otra de las “cosas” presentes necesariamente en Navidad que se coloca, adorna y enluce en los salones de todas las casas sin saber a ciencia cierta lo que significa, lo que simboliza y... “de qué va”. Un pegote luminoso que tras un tiempo parpadeando nos saca de quicio visual. Todo por seguir la moda.

Y, sin saberlo, de ahí que muchos en casa –yo mismo, pero por otros motivos— denigren y renieguen del momento de tener que montar el árbol. ¿Árbol? Tiene todo menos el hecho de que no es un árbol. Lo jocoso, o tremendo del asunto, si de poner algo que tenga el mínimo sentido se trata, es que, ahora, la casi totalidad de los árboles... ¡son de plástico! Incongruencia de las incongruencias.

He buceado por ahí, Internet, para empaparme de los “porqués” o eso “de qué va”. Y la cosa tiene su enjundia, porque sí tiene su cierto sentido todo lo que envuelve la plantación de un árbol en el secarral de la casa... árbol seco de sequedad, claro.

Los elementos “históricos” necesarios en tal árbol En primer lugar, el árbol debería ser de hoja perenne –el mejor, el abeto, porque no procede cantar O Tannenbaum si el árbol es un pino-- porque eso indica que la vida perdura. Asimismo, el árbol tiene que estar adornado con bolas de distintos colores, que también tienen su simbolismo; y debe entreverarse con luces y enredar espumillón o lazos entre las ramitas.

Es sabido que la tradición decorativa navideña con árboles procede del norte de Europa y que tal costumbre llegó bastante tarde a España. Dicen que el primer árbol decorado e iluminado se alzó en Alemania en 1605. Lo mismo que con otras costumbres paganas, la Iglesia cristiana se apropió de este elemento ornamental para darle su simbolismo propio. O más bien, trasplantando el contenido simbólico pagano al mensaje teológico cristiano.

Lo quieran o no los que sólo celebran el presente –conmemoración o recreación del nacimiento de Jesús en Navidad—, todas las fiestas romanas o “bárbaras” antiguas que giran en torno a esta época del año tienen que ver con el hecho astronómico de que el Sol “renace” de su aparente muerte entre los días 22 y 25 de diciembre. El árbol es símbolo de esa vida perdurable que, a pesar de muertes y resurrecciones que en la naturaleza se dan, sigue resistiendo. Y en el árbol se encontraba todo: la copa, el universo; las raíces profundas, el reino de los muertos.

Los cristianos “enseñaron” a los paganos que ese árbol era Cristo, con sus teologías o teofanías añadidas. Dicen que fue San Bonifacio el que tales cosas transmitió a los alemanes, esos paganos que hacían un totum revolutum de Yggdrasil, Asgard, Valhalla o Helheim. ¿Qué eran todas esas celebraciones frente al amor de Dios? El árbol de la fe que Bonifacio plantó estaba adornado de velas, que era la luz que Cristo trajo al mundo. Los adornos que los paganos ponían en sus árboles venían a ser, en labios de Bonifacio, los pecados del hombre, sobre todo el original, que Cristo vino a limpiar.

También había que sustituir a esos personajes que surgían de los hielos del norte y que traían regalos a los más pequeños. ¿Y quién mejor que San Nicolás? Más al sur, los Reyes Magos, surgidos de evangelios apócrifos.

Según leo, la costumbre de poner árboles decorativos en Navidad no es muy antigua, como mucho se extendió por Europa a comienzos del siglo XIX. En España, me cuentan, no llegó hasta 1870. Se colocó en el palacio de un noble madrileño. De todas formas, esa “novedad” no caló en las capas populares, pues hasta pasada la mitad del s. XX no se extendió a los hogares hispanos.

Quedémonos con la simbología: el árbol, que es vida, es imagen metafórica de Jesucristo, siempre vivo; la estrella en lo alto del árbol, recuerdo de la que guió a los magos de Oriente, es la fe que debe guiar al cristiano; las bolas de distintos colores, que eran las manzanas de San Bonifacio, ahora son símbolo de los distintos dones que Dios concede a los hombres. El catecismo nos decía que eran los siete “dones” del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, piedad, fortaleza y temor de Dios. Cada uno de los dones con su respectivo color, cuyo número también es de siete. Si se ponen lazos o espumillones, uniendo las ramitas del árbol, estos vienen a ser símbolo de la unión de los hermanos en Cristo o el vínculo que une a todos los miembros de la familia en la misma fe, como ahora están reunidos en torno al árbol.

Todavía se pueden buscar remembranzas del árbol en la Biblia, por llenar más todavía de contenido este árbol: el árbol del Paraíso, que era de la ciencia del bien y del mal; el árbol de la vida; el árbol de Jesé; el abeto con su forma triangular, imagen de la Trinidad... Incluso los colores tienen su simbolismo: el azul, de la reconciliación; el plateado, el agradecimiento; el dorado, la alabanza; el verde, la abundancia, la fortaleza y la esperanza.

¡Qué hermoso es todo!

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