Un autor desmitificador, A. Drews: El mito de Jesús

El miércoles pasado y sin entrar en detalles nos referíamos a los argumentos que al pensador crítico le convencen de que todo en la religión cristiana se funda en narraciones míticas, es decir, en invenciones siempre interesadas.

Uno de los autores que han querido dejar patente lo que decimos, fue Arthur Drews (1865-1935), escritor  alemán, historiador y filósofo. Su obra más importante es “El mito de Jesús”,  247 páginas, Edit. Tántalo, editada en 1909  y que se puede consultar en Internet. A. Piñero confunde el título, quizá, con la obra de Puente Ojea y lo menciona como “El mito de Cristo”.

Si cito el libro es para animar al creyente a leerlo, convencido pero pudiera ser dudoso de algunos aspectos que sustentan su fe. Le será una forma de indagar en fuentes que desmienten sus arraigadas ideas sobre Jesús dios y salvador, que nunca está mal saber lo que opinan los “enemigos”. También podría ser que saliera fortalecida su fe, si es capaz de echar abajo las premisas que se encierran en este libro.

Drews lo divide en dos partes, el Jesús precristiano y el Jesús cristiano. En líneas generales el Jesús precristiano es una figura anterior a la redacción de los evangelios asimilada al Josué del Antiguo Testamento. Una figura por supuesto no histórica  inspirada  a la par en profetas o líderes judíos como Moisés o Elías y en modelos paganos salvadores, como Prometeo, Esculapio, Hércules, Dionisos o Krishna.

El gran sistematizador Pablo de Tarso, por su parte, construye el personaje Jesús a partir de esta figura judeo pagana y lo hace hijo de Dios encarnado entre los hombres, pero sin hacer referencia alguna a un Jesús histórico, primero porque no sabe nada de él y luego porque no le interesa.

Los hechos principales de la vida de Jesús, bautismo, última cena, crucifixión o resurrección, se toman de esa divinidad judeo pagana anterior a los relatos evangélicos.  Y las pruebas que se aducen de la existencia de un Jesús real, histórico, son nulas, de ninguna consistencia probatoria.

Siguiendo el título de los capítulos del libro, Drews fija su atención en cuatro fuentes del N.T. Afirma y explica que la creencia en un Mesías salvador tiene su origen en la religión persa. Y, por otra parte, la concreción literaria de Jesús como mediador entre un Dios inaccesible y los hombres, tiene su fundamento en el helenismo, dándole el nombre de Sabiduría o Logos, algo que desarrollará luego el evangelista Juan. 

Por otra parte, situar a Jesús dentro del ámbito judío es para explicar el ansia de liberación de este pueblo y, a la vez, tener un dios cercano a los hombres, mesías y dios a la vez. Sin embargo esta noción de mesías que sufre por los hombres no es tanto judía como griega, incluso babilónica, divinidad que muere y resucita.

Un Jesús, por tanto, elaborado a partir de un sustrato doctrinal y vivencial precristiano presente en las religiones del momento, aunque Drews no hace mención especial a la religión egipcia, como sí harán otros autores.

Hay paralelismos claros babilónicos en los relatos evangélicos del nacimiento, su niñez, el bautismo, la última cena y la crucifixión. Incluso, yendo más allá, la niñez de Buda es muy similar a la que se cuenta de Jesús.

En la segunda parte del libro, Drews se centra en el Jesús paulino y en los relatos evangélicos.

Dice de Pablo de Tarso que es patente en sus escritos el desconocimiento de la vida de Jesús. Si no dice nada es o porque no sabe nada o porque los hechos normales de su vida no cuadran con lo que su imaginación le dicta. Los supuestos hechos reales que cita son copia o deducción de escritos del Antiguo Testamento, que le son aplicados a Jesús.

En sus cartas es claro el reflejo de un dios cuyo culto en la región de Tarso estaba muy extendido y practicado, Adonis. Pablo, judío y helenista, hace una simbiosis de lo que vive y conoce. Adonis es un dios que muere y se sacrifica por los hombres, un dios de origen semítico y ligado a los fenómenos naturales, un dios con precedentes en Tammuz, divinidad mesopotámica. El paralelo con Jesús es más que evidente.

Los Evangelios, afirma Drews, no expresan otra cosa que un mito, el mito de un dios que a la vez es hombre. Se extiende (pág. 172) también en la autoría de cada evangelio, poniendo en duda tanto el nombre de cada uno de ellos como que sean personas reales y no epónimos. Dice: Es necesario, en efecto, ser creyente para admitir la historicidad de los evangelios. Después de hacer una recensión del evangelio primero, el de Marcos, concluye con esta lapidaria observación: Suponiendo que leyésemos estas historias en cualquier otro escritor antiguo, y que no estuviésemos condicionados, desde la infancia, por la educación y la enseñanza, a admitir su historicidad, ¿quién las había de tomar por otra cosa que una leyenda piadosa?

Después de leer el libro, uno concluiría que A. Drews es un ateo redomado. Pues no, como afirma en la Conclusión (pág.239). Lo que él pretende es, a esta religión del amor divino revelado en Cristo… …religión metafísica de salvación, históricamente motivada por el amor de Dios revelado en la persona de Cristo”, despojarla de cualquier elemento espurio.

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