El católico español sumido en la rutina.
| Pablo Heras Alonso.
Quizá por eso muchos que se decían creyentes no sólo abandonan los ritos, con la consecuencia de que también abandonan el conocimiento de los dogmas, los misterios y las Escrituras, que tildan de engaño y vaciedad. Si el “credo” fuera sentido como el súmmum de la espiritualidad y como algo íntimamente personal, nadie le daría de lado.
Cuando se conjugan creencias que más o menos son entendidas como mágicas o increíbles, junto a prácticas absurdas, repetitivas y sin sentido, es lógico que cualquiera gire la cabeza y descubra paisajes nuevos o más bien se olvide definitivamente de vivencias pasadas.
La religiosidad del español creyente se nutre o queda marcada por “hitos”, hace relación a momentos puntuales, a pautas aprendidas y a rutinas. No forma parte del sentir íntimo de la persona. Es como haberse registrado a una asociación para luego no asistir nunca a sus actividades o plenos. O como sucede en la vida civil, que se va al cine, se apuntan a una excursión, se cumple un horario laboral, se acude a una exposición pictórica y cosas por el estilo. Ritos que no cambian el carácter o los criterios de una persona.
Del mismo modo, si es domingo “toca” ir a misa; si es cuaresma, se come pescado los viernes… o no; si muere un amigo, se va a la iglesia; si mi hija tiene la edad, hace la I Comunión; las fiestas del pueblo o de San Isidro no cobran pleno sentido si no es con las consiguientes misa y procesión; y los novios… “es más solemne casarse por la Iglesia”… Todo esto sentido como acontecimiento social, como algo que marca el devenir de los días y distingue unos de otros.
Aunque la persona siga siendo la misma, quiero decir que no le afectan los cambios, ser católico es lo normal en una España que ha sido siempre católica. Aunque si nos ponemos a pensar no nos lo creamos tanto, hay muchas cosas de la Historia que todavía pesan en el subconsciente de quien está un poco enterado: España cobró conciencia de su fe a parir del año 711 y del 1492; ha sido la nación de la Inmaculada y del Corazón de Jesús; es la España de Santa Teresa y San Ignacio; la España defensora de la fe verdadera frente a judaizantes y moriscos que podían quebrarla; la España de Santo Domingo de Guzmán y sus dominicos frente a las herejías luteranas; la España que introdujo en la fe católica a todo un continente… Hay que estar orgullosos de ser españoles, pero a fuer de católicos.
Estas ideas rondan la cabeza de cualquier español, pero ya no calan. Ya los españoles viven otra realidad, la de que formamos parte de un mundo que asume y asimila la complejidad que se da en un mundo global donde todo se conoce al instante, donde hay culturas que chocan con aquellas vivencias subconscientes, donde las ideas más hondas se tornan relativas.
Decíamos antes que la religiosidad del español viene marcada por “hitos”, por mojones que señalan momentos puntuales en la vida, pero que no suponen nada en el trajín diario ni en el pensamiento del individuo: el primer hito es el bautismo. Hala, ya somos católicos. Luego toca la I Comunión, algunos hasta son “confirmados” nada menos que por un obispo. Boda, extremaunción, sepelio aunque hayamos dicho que no queríamos saber nada de ritos sagrados… pero no hay otra manera de despedir al difunto. Hitos, ritos, mitos, refritos.
A los ojos de los creyentes cumplidores, la sociedad católica española se ha tornado “pagana”, no por Hacienda, sino por concepto también cristiano, cuando la religión verdadera arrambló con todas las tradiciones de la Europa romanizada o no, tradiciones de los “pagos”, de los pueblos, o sea “paganos”.
¡Pero si sólo fuera eso! A los ojos de los eclesiásticos y rectores de la fe concienciados, “la gente” sólo vive para buscar la felicidad que dan los placeres mundanos y la comodidad de una vida holgada. Ya no piensa en que todo esto es pasajero, no piensa en “los novísimos”, no cree siquiera en el Infierno ni en el Cielo.
No gozan de lo que tienen a su disposición para fortalecer la fe, es decir, su condición de católicos, como entrar en una iglesia a rezar un momento, no saben siquiera lo que es el “rosario”, no se atreven a hacer una leve oración antes de comer o al acostarse. El ciudadano español sólo es católico por estadística.
¿Los sacramentos? Alguno, sí, pero no vividos como lo que teológicamente son. El que menos de todos, la confesión. ¡Por favor! Dicen: confesarse ante otro como tú no tiene el más mínimo sentido espiritual, como mucho un descargo de conciencia como si fuese consulta psicológica. Incluso la comunión está siendo abandonada. En los pueblos van a comulgar las mujeres, pocas. Los hombres, sentados al fondo, siguen sentados. Así es el sentir de la inmensa mayoría de los que se consideran católicos… por tradición.