El cristianismo ya no es la savia de Europa.

Que el cristianismo ha conformado la sociedad europea nadie lo puede negar. Testigos mudos de su presencia secular son los incalculables edificios que se mantienen en pie, catedrales, templos, monasterios, ermitas… así como las numerosas ruinas que jalonan espacios naturales que en otros tiempos colonizaron parajes apartados, generalmente de gran belleza natural. Y, por otra parte, están entre nosotros testigos no mudos sino parlantes, las personas y organizaciones que, a trancas y barrancas, mantienen el espíritu secular del cristianismo.

Los tiempos han cambiado. Una cosa es la sociedad secular y otra la sociedad creyente. Ya no es posible sostener que son una misma cosa o que la sociedad creyente conforma a la sociedad general. Hoy la sociedad civil tiene su ámbito propio de actuación, configuración y organización. La legalidad que la rige no deriva de los principios religiosos. La sociedad creyente ha ido reculando y ciñéndose a sus límites propios y naturales que siempre debieran haber sido, sin invadir ámbitos estrictamente humanos.

Por ahí tengo la pretendida y nonata Constitución Europea. Ya hubo próceres personajes de la política que abogaron por intentar introducir en su texto bien el reconocimiento del cristianismo bien alguna referencia a Dios. Por lo que fuere, no caló tal pretensión.  Batalla similar se trabó en su momento con la Constitución Española, teniendo como valedores a los unos y como oponentes a otros ponentes de la misma. La cosa quedó así:

Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad  española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones (Art. 16.3).

La Jerarquía se sintió aliviada, porque las cosas han continuado como estaban antes de 1978. Y las “relaciones de cooperación” han conducido a seguir controlando buena parte de la educación, a recibir un trato de favor, a estar presentes en actos oficiales, a tener obispos castrenses hasta ayer, a obtener subvenciones del Estado, a pasear sus lábaros por las calles, a tolerar “sectas católicas lava cerebros”, a no investigar algunos hechos internos degradantes de la personalidad...

Decía el insigne y santificado JP2 que España ha sido “fecundamente cristiana” y esto le contestó un autor anónimo: Dicen que España ha sido fecundamente cristiana,  pero ¿dejaron que fuera otra cosa? Es hora de que la religión cristiana reciba un tratamiento histórico adecuado, imparcial, equilibrado, respetuoso sí, pero muy distinto al que ella ha propiciado a la misma Historia.

Europa ha comenzado a ser lo que es desde que se sacudió el yugo de la credulidad cristiana. Europa no ha conocido periodos de paz que duraran una generación entera “gracias” a la pugna de cristianos entre sí o de cristianos con “infieles”. Europa ha sido el caballo de carreras al que le han ido poniendo frenos de credulidad, embridándola con credos, cegándole los ojos con flashes anti-ciencia, lastrando sus patas con rituales acaparadores de los festejos humanos, arrojándole dardos envenenados de doctrina y rindiendo sus fuerzas en carreras hacia ningún sitio.

Gracias a la labor de pensadores, científicos y, en menor grado políticos independientes, Europa es ahora lo que es, faro del mundo y ejemplo de sociedad, y no precisamente por su “acendrada religiosidad”; hoy es, en frase de A. Glucksmann, el único continente decididamente ateo. Sí, hablarán de “la cultura secular cristiana”, pero siendo estrictos y quizá no muy objetivos, ¿qué cultura? ¡La suya!

¿Podemos imaginar cómo sería ahora el mundo si la Iglesia cristiana hubiese puesto desde el siglo IV una escuela para niños en cada iglesia que erigía? Pero no lo hizo, no le interesaban las personas cultas. Ya lo dice ese mismo autor anónimo citado arriba, que no es otro que yo mismo: Para vivir de sus cultos, dejaron a los hombres incultos.

Por otra parte, desde que el cristianismo se impuso como religión oficial, no ha habido lugar de Europa libre de la plaga de la guerra: todo ha sido imposición doctrinal, muerte del disidente, apropiación de bienes, luchas por detentar el poder, diezmo sobre los frutos del trabajo, quebranto de vidas y haciendas, reflujo económico y cultural, opresión del pueblo llano, destierros, enfrentamientos, derivación del dinero en suntuosas catedrales y palacios episcopales... También esto fue cristianismo. 

No es casualidad: las guerras habidas en Europa, todas ellas, han tenido un tinte cristiano, católico o protestante. Aunque las más de las veces encubrieran apetencias políticas, no por eso las distintas confesiones dejaban de bendecir los desmanes ofensivos o vengativos seculares.

Sí, también esto es cristianismo, como lo ha sido, en reacción visceral homicida, el aciago comunismo. Voltaire habló del millón de muertos por siglo propiciados por la religión. ¿Es cierto lo que dices, François Marie?

Volver arriba