Los muy cristianos paganos y ciertas contradicciones.

Este paradójico enunciado no quiere decir otra cosa que el origen del cristianismo hay que buscarlo, en muchos de sus apartados dogmáticos, en celebraciones paganas. Esto lo saben bien los rectores de la fe, pero no les importa, porque el vulgo crédulo desconoce totalmente tales fuentes paganas. Más todavía, en caso de saberlo están convencidos de que todas esas religiones llenas de concomitancias, no fueron sino un preludio de la “economía de la salvación”: Cristo vino a completar o llenar de contenido lo que los ritos y creencias de los paganos preanunciaban.

Este aserto no deja de ser un punto de vista muy interesado, porque otros, usando el sentido común y una cierta cultura, pueden opinar lo contrario: el que viene después, imita e incluso supera a sus predecesores. En otras palabras, el cristianismo se nutrió de leyendas, mitos, creencias y ritos anteriores, apropiándose de ellos y sustituyéndolos, cuando no eliminándolos por métodos a veces criminales.

Las religiones anteriores al cristianismo tenían igual o mayor vitalidad entre el pueblo que el cristianismo de nuestros días, bien que muchos intelectuales de la época ya consideraran la religión “oficial” vacía de contenido.

Comparar dichas religiones con el cristianismo conduce a una relativización sana del concepto “revelación” y del repetido latiguillo con que terminan todas las lecturas ceremoniales, “palabra de Dios” ([1]).

Si retrocedemos hasta unos años antes del nacimiento de Jesús, 2030 años, y una semana antes del 25 de diciembre, no nos sentiríamos extraños al inmiscuirnos en las celebraciones que en Roma se oficiaban. Ni más ni menos que “otra” Navidad. Era una fiesta importante en la Ciudad Eterna, fiesta esperada y venerada: era el cumpleaños del Sol, el solsticio, el “Sol invictus”, cuando el sol que parecía morir, renace de nuevo. Bien es cierto que fue mucho más tarde cuando esta fiesta refulgió en todo su esplendor, ya en el siglo III y luego con el emperador Juliano al que los cristianos motearon de apóstata. Eran fiestas de varios día, pero el centro de la misma era el día 25, que se celebraba con muñecos y regalos para todos.

La fiesta del “Sol Invictus” tenía relación con la del dios Mitra, de origen persa, con muchas concomitancias con el niño Jesús que nacía en diciembre. A lo largo y ancho del Imperio romano se encontraban muchos templos dedicados a Mitra, los “mitreos”, como el que podemos visitar en Mérida.

En la medianoche del 25 de diciembre, los templos de Mitra se iluminaban con velas, los sacerdotes lucían prendas blancas en el altar y los niños aventaban incienso por el templo y todos entonaban alabanzas de Mira, que vino de los cielos, se encarnó como hombre naciendo en un oscuro pesebre y salvó del pecado a la humanidad.

Puede resultar desconcertante para un festero de la Navidad cristiana saber que algo parecido pregonaban en Roma los egipcios que veneraban al dios Horus, nacido un 25 de diciembre en un pesebre de su madre virgen Isis. Dígase lo mismo de los ritos mistéricos griegos cuando hablan de un dios salvador. Y también

Ni a los adoradores de Mitra ni a los de Horus les resultaría extraño, hoy día, asistir a las fiestas cristianas de Navidad, ni sería novedad para ellos oír los relatos sobre el niño Jesús, nacido de la virgen María y recostado en un pesebre, al calor de dos animales.

El que muera el sol en diciembre y resucite a partir del día 25 es un hecho astronómico que genera en distintas religiones similares leyendas y rituales. No puede apropiarse la Iglesia cristiana de tales celebraciones, objetivándolas y ofreciéndolas a los creyentes como verdaderos ritos de salvación, so pena de que se alcen voces críticas que les recuerden las concomitancias “paganas”.

Muchos gladiadores o esclavos germánicos residentes en Roma recordarían con nostalgia las fiestas familiares del 25 de diciembre en sus pueblos de origen dedicadas a Yule, celebrando que el sol había cumplido su ciclo como una rueda y que volvería una vez más para redimir a los hombres  del infierno del invierno al paraíso del verano.

El potente cristianismo bajo-medieval impuso sus personajes en sustitución de aquellos que durante siglos habían conformado la piedad popular. A partir de entonces, los piadosos “horusistas” o mitraístas serían llamados despectivamente paganos, o sea, pueblerinos (pagus=aldea, distrito, cantón). Y en el aire queda la pregunta: ¿quiénes eran los auténticos?

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[1] Recomiendo “Historia de la vida privada. Imperio romano y antigüedad tardía”, de Philippe Ariès y Georges Duby. 7 Tomos. Ed. Taurus. Tomo I pag. 203 y ss.

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