El curioso caso de Pablo de Tarso.
Decimos curioso porque fue él el principal artífice de la creación y propagación del cristianismo y sin embargo no conoció al que todos reconocen como alfa y omega del mismo, Jesucristo. No conoció a Jesús persona real y humana, que la mayor parte de los que han hurgado en su figura y en su historia reconocen que fue un personaje real a pesar de los pocos datos que hay sobre él.
| Pablo HERAS ALONSO
Y, sin conocerle, a partir de una tradición de pocos años –lo que contaban y decían de él los primeros seguidores del maestro Jesús-- y dando por válidas las supuestas visiones y revelaciones que tuvo, Pablo se inventó un personaje a su medida, Jesucristo. Un personaje que caló entre las masas porque éstas necesitaban algo menos basto y menos rastrero que los dioses al uso.
Decimos que Pablo inventó un personaje a su medida. Tal medida la da lo que él mismo afirma de sí, sus propias inquietudes espirituales, su instrucción judía y la asimilación del entorno cultural en que vivía, el helenismo, que lo llevaron a concentrar en el Jesús crucificado un Jesucristo mesías y salvador.
Pablo de Tarso tuvo una “revelación”, una comunicación directa del mismo Jesucristo, como él dice. Podríamos asimilar tal revelación al famoso “eureka” de Arquímedes, que no es otra cosa que la visión clara de una evidencia a la que llega cualquier científico después de años y años revolviendo en los temas de su especialidad. Pablo cayó en la cuenta de que ese crucificado y luego resucitado de que hablaban los “locos” seguidores de Cristo era la concreción de tanto dios y tantos misterios como pululaban en su entorno cultural. Horus, Osiris, Apolo, Dionisos… ¡Todo ello era Jesucristo!
¿Qué le importaba a él el Jesús real, el profeta que había recorrido los campos de Galilea y Judea? Él tuvo una visión clara de a quién representaba Jesús: nada menos que al Dios encarnado que había muerto y resucitado por nuestra salvación. Los hechos reales ya se contaban “por ahí” y, posteriormente a sus escritos, ya los tenía en los Evangelios: a él sólo le interesaba todo lo que presuponía el personaje Jesucristo.
¡Pero la Iglesia sigue diciendo que Jesús fue un personaje real! Sí, y los investigadores y analistas independientes siguen diciendo que hay tales contradicciones en su vida y sus mensajes, lo que aparece en los Evangelios, que de historia nada de nada y que su doctrina teológica, prescindiendo de las adherencias morales, hace aguas por todas partes. Las aguas que se cuelan por los intersticios de la irracionalidad que desprende tal doctrina.
Hemos insinuado antes que Pablo de Tarso sí tuvo conocimiento de algún mensaje o algún escrito que circulaba entre los prosélitos de Cristo. Es más que probable. Primero, porque de otro modo no habría perseguido a los cristianos que habían conocido y convivido con Jesús, cuya doctrina socavaba los cimientos del judaísmo. Y él era un judío convencido, incluso hasta fanático. Además, es lo que desprenden determinadas alusiones explícitas contenidas en las que se consideran cartas auténticas suyas, sobre todo I Corintios.
En comparación a la superabundante doctrina contenida en sus Cartas, las referencias a Jesús son una nimiedad. A él no le interesaba el Jesús predicador, de ahí que no haya referencias a la predicación de Jesús. Ya tenía suficiente con lo que había deducido de sus “revelaciones”. Y ese es el principal e intrínseco problema que se desprende del contenido de tales Cartas, que el tal Jesucristo no tiene que ver nada con Jesús.
La apenas media docena de referencias a la predicación del Galileo más son cita del contenido de la tradición que conocimiento real de lo que el Maestro dijo. Son referencia e incluso cita de fuentes que circulaban entre las primeras comunidades cristianas del ámbito de Jerusalén, comunidades que sucumbieron con la diáspora, quedándose Pablo con el santo y seña del cristianismo.
Un ejemplo según los entendidos es el capítulo 9 de I Corintios. Es un calco de lo que Lucas escribe en el capítulo 10º de su Evangelio. Lo cual indica que ambos participan de fuente común. Lo cual da a entender, también, que ya existía, cuando Pablo redactó su carta, alguna recopilación extensa de los dichos de Jesús, algo así como el posterior Evangelio de Tomás, que no es otra cosa que una recensión de supuestos dichos de Jesús.
¿Y qué queremos decir con todo esto? En primer lugar, deducimos que Pablo de Tarso fue un fabulador teológico al que no le interesaba en absoluto la figura real de Jesús; que se convirtió pronto en un fanático de sus propias ideas (¿qué indica la reunión que tuvo con los apóstoles en Jerusalén?); que lo que hubiera dicho Jesús, el galileo, el predicador palestino, le importaba poco menos que nada; que Pablo se sirvió en algún sentido de la tradición primera de los cristianos judíos, quizá utilizando o conociendo alguna que otra recopilación de dichos de Jesús.
Y, finalmente, por si algún crédulo da carta de naturaleza a esas visiones que tuvo tras la caída del caballo y sus tres días ciego, que tal hecho no fue otra cosa que la visión teológica clara de que Jesús encarnaba a todos los dioses de su entorno y había venido a la Tierra a sustituirlos. Y eso era demasiado como para tenerlo callado.