La demonización de de creencias.

Te respeto y quisiera lo mejor para ti... pero no puedo admitir, por tu propio bien, lo que dices y crees. 

 Una excusa mil veces repetida para defensa propia es la de que la religión hace al hombre mejor. La única respuesta a tal verdad es la tautológica: hace al hombre mejor... creyente. Lo que sí hace al hombre es más ciego y, como tal, cómplice de actos vituperables realizados en su nombre.

Cuando al creyente se le han puesto delante razones de todo tipo basadas en hechos –doctrina, paradojas, absurdos, contradicciones, mentiras incluso, tergiversaciones, historias truculentas, testimonios existenciales-- ¿cuál es la fuente de tal ceguera crítica? ¿Por qué esa cerrazón mental? ¿Por qué las excusas ante la evidencia? Y, sobre todo, ¿por qué ni siquiera son capaces de ponerse a pensar en ello?

Podríamos aventurar algunas razones por aquello de no profundizar más en algo que, para su integridad intelectual, sólo "a ellos" les afecta:

--que su cerrazón radica en inteligencias "ad limina", inteligencias viciadas, adormecidas, limitadas, no evolucionadas ni formadas: no lo creemos, dado el empaque intelectual de sus pastores y de muchos creyentes sinceros. Aunque... la gran masa... 

 --o que su actitud cerrada sea producto de la represión mental y por tanto de la ausencia de sentido crítico y de capacidad para enjuiciar los actos propios.

--de una ceguera, voluntaria o inducida, de los sentidos y de la razón contra otras verdades incontrovertibles, manifiestas y palpables.

   --pudiera darse el caso de no querer no contrariar los sentimientos que les embargan y que temen perder con la pérdida de la anuencia a la credulidad

 --Y, cómo no, por el miedo a romper con la niñez mágica.


La creencia es como la lámpara para las mariposas: atrae, seduce, ciega y quema. A esta predisposición "natural" del crédulo a creer y a ese poder de atracción de la creencia, hay que añadir el hecho de que la misma creencia tiene sus propios sistemas de protección: ha conseguido generar un "sentimiento de culpa" ante cualquier ataque racional contra ella admitido, es un pecado cometido por consentido. En este sentido, la creencia es una neurosis para el sustrato emocional y un delito contra la razón.

No hay que ser permisivos ni tolerantes con la "creencia adoctrinadora". Esto que podría parecer un contrasentido para quien mantiene una ética racional, donde prima el respeto a los demás, no lo es. Con las personas –hombres y mujeres que sienten, viven, padecen, piensan, confían, actúan...—hay que ser no sólo abiertos sino también solidarios, en consonancia con el discurso de una ética humana.

La doctrina, el concepto, el sistema, la organización es lo que hay que demonizar. Se puede acoger a la persona que confía en sus "dioses salvadores", pero esos dioses debieran desaparecer para que la persona se salve por sí misma. Que, por otra parte, muchos no saben por sí mismos, por su juicio crítico ajeno a ideas inducidas, de qué se tienen que salvar.

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