¿Cómo se dice miedo en euskera? ¿Y en clerikera?

Dicen, más por voluntarismo que por otra cosa, que quizá, posiblemente, es un suponer... el terrorismo está en su tris vital de desaparecer.
Quiero echar la vista atrás, allende las laderas de la hondonada “setienesca”, cuando por delante veo a un clérigo de sonrisa irlandesa y porte cervatana, y me encuentro que el tal clérigo pretende que sea sotanescamente blanca y negra la foto de un devenir histórico pletórico de color.
En las Vascongadas –o País Vasco o Euzkadi— una generación completa se ha criado con el Nutribén del miedo. La gente de bus y metro que lo ha sufrido lo admite e incluso, los del ya está bien y los del basta ya, hasta se manifiestan. Pero ¿y el estamento clerical? ¡También…! Pero han actuado, y actúan, en consecuencia, su consecuencia.
Por hacer categoría de la anécdota, el estamento parece recibir, con el sacramento del Orden, el miedo al des-Orden. Hablo de miedo, sí, verdadero y real miedo. Su situación corporativa es todavía de prestancia; la individual de verdadera lástima.
Recuerdo aquel cura que vino con nosotros a pasar un día de asueto por la ciudad, bien hará sus 15 años… “Pero no digáis que soy cura, eh”. Aquello me dejó descolocado. ¡Ese querer pasar desapercibidos! Y con atuendo de faena campera: ¿por hacerse todo en todos? ¿Por aggiornamento? Yo diría por dislocación social, en el más etimológico sentido del sustantivo.
Si aprecian una caspa en la sotana tienen pánico a salir en los medios de comunicación, cuánto más si lo son como víctimas; tienen miedo a una manifestación de párvulos ante sus alcázares; tienen miedo a contraatacar por no ofender, dicen; tienen miedo a decir incluso la verdad; tienen pavor a aparecer en letra impresa; tienen miedo al mismo miedo curándose de él con cataplasmas pías.
Dicen que así se parecen más al Jesucristo acusado y silente: ¡un cuerno! Hasta su mismo Jerarca máximo fenecido les tuvo que reconvenir por ello: ahora es un slogan de boca en boca.
Eso sí, cuando lo estiman conveniente y, “tertio mediante”, creen poder sostenerse de pie sin que haya viento que les agite, vociferan en hojas volanderas y ondas mensajeras en forma de “COPES”. Pensando que las noticias duran lo que dura el papel, pretenden “capear el temporal” sin caer en la cuenta de que están calados hasta los huesos.
Hace tiempo que comentaba con mis amigos, a propósito de libros, actitudes, sermones, artículos, etc. relacionados con la Iglesia del País Vasco que allí, y en otro orden aquí, la Iglesia siempre va dos pasos por detrás del poder: uno para estar cerca de la cocina donde se hornea el pastel y otro para decir “ya rezábamos nosotros [sic] por el terrorismo”. Los caniches hacen lo mismo: ladran al mastín desde lejos pero se esconden cuando éste levanta el hocico. En el País Vasco la Iglesia, por miedo y por cercanía al poder, no ha alzado la voz contra la “parabellum”, quizá por aquello de “si vis pacem... ¡para bellum!”.
¡Qué pocas plegarias había cuando los asesinatos eran verdaderas hecatombes, por aquel temor visceral a que pudieran hacer de Madrid el culo de la clerecía vasca!