Y dicen que el complejo de Edipo...

¿Qué opinan Uds., los consagrados al Señor?

El primero de enero se celebra la “Fiesta de la divina maternidad de la Virgen María”, dogma que quedó definido y proclamado en el Concilio de Éfeso. Eso lo saben los que van a la iglesia. Si preguntas por la calle “qué fiesta es hoy”, seguro que todos responderán “la maternidad de María, madre de Dios.” Seguro.

Dicen que el psicoanálisis está superado y más todavía el tan manido complejo de Edipo, que es, en esencia, la búsqueda del amor materno perdido. Yo no participo de esa opinión. Me he tragado demasiadas obras de Freud como para echarlas por la borda. Freud tenía más razón que un santo. [¿Desde cuándo los santos han tenido siempre razón?]

Hablamos en masculino porque la nómina clerical no puede integrar féminas. Pensemos en aquellos niños o adolescentes que fueron introducidos en los seminarios con calzador. Perdieron a la madre antes de poder salir del cascarón y encontrar el sustituto. Y llegados al fin aspirado, quizá más bien respirado, del sacerdocio, ya mayores, sigue faltándoles algo tan necesario como el amor materno, del que el conyugal podría ser un sustituto para muchos.

En aquellos lejanos años de nuestra infancia, la virtud más pregonada y sermoneada era la pureza. Con qué fruición nos hablaban los curas a los niños del cultivo de la pureza. ¿Qué pensarían al ver, hoy, que la inmundicia, la corrupción de costumbres y la pornografía lo invade todo? Dejando ironías a un lado, no creo que ese pasado “purista” fuera más educativo que la situación actual. En realidad, aquellos puros predicadores de la pureza respiraban por los poros de sus carencias.

Como compensación a determinadas carencias afectivas, la Virgen sustituía en la imaginación a la madre. Más todavía, era la Madre. Pura fijación edípica. Todavía siguen, pero más por inercia que por convicción de que sus palabras tengan eco en una sociedad donde cierta normalidad se ha impuesto.

Hay algo más de fondo en el análisis de línea psicoanalítica del culto a la Virgen. Digamos previamente, como otras veces hemos dicho aquí, que la Virgen María, entre otras consideraciones, es la personificación cristiana de la Gran Diosa Madre, cultos practicados tanto en Grecia como en Roma. ¡Si la gente supiera hasta qué punto llega la copia! Sería echar un jarro de agua fría sobre determinados cultos y prácticas relacionadas con la Virgen para ver si la fiebre disminuía.

Estamos todavía por ver cuándo ponen un poco de moderación en la mariolatría: miles de denominaciones con sus santuarios respectivos, rosarios quintaesencia de lo que puede ser un rezo aburrido, novenas y triduos, calles y plazas, procesiones lacrimógenas de “dolorosas”, el mes de mayo, los sábados como “dies dóminae”, la salve en el atrio de la iglesia el día de la fiesta...  

Pero, en lo relativo al culto y veneración de la Virgen, como digo, se esconden consideraciones como ésta:

El resultado es una tremenda infantilización de los resortes afectivos, una enorme acumulación de miedos pubertarios y una hiperactividad imaginaria, que oscila continuamente entre la sublimación de la madre pura y el miedo a determinadas obsesiones sádicas.

Nos hemos desviado un tanto del asunto primero, pero el tema de la Virgen María se las trae. ¡Ah, y no te metas con ella porque aquí sí puedes perder la vida! Lo dicho y con lo que nos quedamos, infantilismo transmitido por los que carecen del necesario amor materno o conyugal.

Son ya muchos los años pasados, pero aquello que comenzó hacia 1970 ha traído la consecuencia de que los servidores de la Iglesia no sepan en qué situación están. La sociedad se ha revuelto y ha desatado los numerosos lazos tendidos por la Iglesia. Y dentro de ella, algunos sí han sabido cómo dar satisfacción a esos impulsos que la sociedad ponía en evidencia, desviándose hacia satisfacciones que la sociedad detesta, pero son una inmensa minoría. El resto, sin saber por dónde andar.

Hasta aquellos años, todo era moral (de pureza) y culto a la Virgen como icono de tal virtud; tenían la sartén por el mango, el patriarca lo era todo, desde el papa hasta el último párroco o director espiritual; los principios de moralidad sexual eran estrictos e intocables; como ayuda espiritual, la Madre siempre virgen.

Todo, apariencia. Hombres en apariencia seguros de sí mismos, controladores de la sociedad, impositores de una moral rígida, predicadores de los medios necesarios para ello, pero... dentro, el vacío. En el fondo, niños necesitados de amor, sumisos, dependientes siempre de orientaciones superiores, inseguros en su propia conducta, en fin, figuras del complejo de Edipo, sabiendo que “esa” Madre no servía para nada.

Contradecir a la naturaleza nunca resulta gratuito

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