Ya no hay divinidades serias en las que creer.
| Pablo Heras Alonso.
¡Con lo hermoso que es el Olimpo, o era, repleto de dioses! Resulta que ahora nadie cree en ellos. Si extrapolamos el asunto, ya ni siquiera se cree en el Dios cristiano, Jehová o Alá. Pues es una pena, porque en esta situación muchos hombres se quedan sin nada. Es un consuelo que al final de los tiempos, o sea, los nuestros, el hombre haya inventado el teléfono móvil. Es un pozo divino donde encontrar alivio a todo, a la inactividad, al aburrimiento, a las pocas ganas de leer, incluso hasta antídoto dentro de los ritos, cuando el pesado del cura alarga su homilía a los quince minutos. Añádase el complemento social que encierra, porque ahí está todo el mundo que uno quiere o no quiere.
Vayamos por partes antes de caer en el gaudeamus que provoca la consideración de “lo divino”. Poco a poco los eruditos han ido echando por tierra cosas en las que antes nos afirmábamos y hasta, en caso de duda, reafirmábamos. Han venido dichos entendidos a decirnos cosas que necesariamente tenemos que creer, dado que tienen títulos académicos para convencernos. Saben más que nadie de Lenguas perdidas, Biología, Lingüística y Filología, Filosofía y especialidades por el estilo y entran con su escalpelo quirúrgico en el corpus de las creencias.
Primero, la PALABRA DE DIOS. Ha desaparecido. Para los que somos próximos, el Nuevo y Antiguo Testamentos. Nos han dicho los eruditos que son relatos mitológicos. Y también el Corán lo es. Y los relatos hindúes. Y no digamos nada de los relatos de los habitantes de América. Todo es invención. Por supuesto, lo de revelación de Dios, nada de nada. A eso de “Palabra de Dios” se puede contestar como se quiera, “Piénsatelo mejor” o “Ya no tengo edad para más cuentos”.
Otra de las cosas que han caído bajo el embate del conocimiento han sido los MILAGROS. No por negarlos porque sí, que también, sino porque todos ellos tienen explicación, generalmente médica, psiquiátrica o fantasiosa. Y si no la tienen, lo honrado es decir “No sé por qué, pero esto ha sucedido. Esperaré aunque sea cien años una explicación convincente”.
Sucede con los milagros que ninguno de nosotros ha estado presente cuando han sucedido. ¿Por qué hoy no se dan ya milagros y los que dicen que lo son, por ejemplo para canonizar al papa de turno, los ocultan, no se vaya a reír la gente, y los analizan con lupa? No hace falta ser muy sabio para poder afirmar que todos esos milagros, que aburren las biografías de los santos, son relatos fabulosos, imposibles de confirmar y, siempre, ocurridos en tiempos pretéritos. La Iglesia, convencida de que la mayoría de los milagros no son de fiar, está de acuerdo con lo dicho y hasta hay un patrono para esta situación de “si no lo veo no lo creo”: el apóstol Tomás, que dudó hasta del mismo resucitado.
El esfuerzo de los teólogos y filósofos por encontrar PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS, no ha servido de nada. Ya ni lo intentan. Los dos máximos esforzados fueron Santo Tomás de Aquino y San Anselmo de Canterbury. El argumento de Anselmo pronto se esfumó, por hacer mixtura de palabra y realidad. Respecto al “buey mudo” nadie quiso en sus días levantarle la voz, pero llegaron otros como Kant y lo fulminaron. Hoy nadie estudia la Summa, aunque todos los que estudiamos algo de filosofía recordamos aquello de “respóndeo dicendum”.
¿Y no hay otras pruebas? Los menos sabios hablan de EXPERIENCIA, VIVENCIA e incluso la MÍSTICA, relacionada con revelaciones divinas directas. Bobadas, decimos los que tenemos una cierta cultura: el subjetivismo no es fuente de verdad. Esas experiencias, cuando no son conversaciones de uno mismo consigo mismo, ahíto de fijaciones religiosas, pueden llegar a ser alucinaciones o perturbaciones mentales. Por supuesto, nada de que haya una realidad divina que se comunique con el visionario. Lea quienquiera el relato de Santa Teresa sobre el dardo que el ángel le clavaba, que recorría todo su cuerpo y el sumo placer que sentía (Vida, 29.13). Pero léalo pensando en otro sentido: es una hermosa narración sobre el orgasmo.
Y seguimos con los contenidos de lo que se cree, que los creyentes dan por supuesto sin la más mínima duda: LA CREACIÓN y que Dios creó el Universo. Pregunta fundamental: ¿en base a qué datos fundamentan esta afirmación? Hoy se sabe mucho de Cosmología y ningún dato experimental lleva a sugerir un creador. Es un salto que abusa del principio de causalidad, porque, por el mismo principio, habría que preguntar de dónde procede Dios. Cuando la ignorancia prima sobre los principios científicos, se producen afirmaciones como que Dios creó el Universo. Puestos a creer, es más seguro decir lo contrario, que no se puede presuponer un creador y que es más verosímil decir que el Universo es infinito y eterno.
El mayor temor del hombre es su desaparición, la muerte. De ahí, aupado o asegurado por los lenguaraces jerarcas de la creencia, ha presupuesto que el hombre tiene una parte de su ser, el alma, que es inmortal. Y si es inmortal, debe existir VIDA TRAS LA MUERTE. Seguiremos mañana.
19 junio 2025