Sobre experiencias en educación religiosa pasada.

Todos cuantos hemos pasado algún tiempo recluidos en seminarios o similares nos sentimos agradecidos respecto a la instrucción recibida, respecto a los valores de profesionalidad inculcados, del alto nivel educativo que en ellos existía, de la sana rivalidad entre los escolares, de las oportunidades profesionales que tuvimos gracias a tal educación. Éste es el lado positivo que, al pasar el tiempo, cubre los aspectos negativos, porque éstos se olvidan. Los hubo.

Sucede en reuniones de antiguos alumnos, antiguos prosélitos, antiguos ministros del altar... Todos refieren, referimos, anécdotas hoy comentadas jocosamente como curiosas, antaño semi macabras; interpretan hechos; concluyen sobre cuestiones oscuras; opinan con libertad sobre asuntos que antes eran tabú; se liberan de obsesiones que tenían obnubilada su conciencia.

También, aunque menos, hay libros que refieren memorias de hombres o mujeres –frailes y monjas principalmente -- sometidos a determinada educación religiosa de tiempos aquí felizmente periclitados. Y son tema recurrente en novelas de marchamo historicista. En este mismo blog nos hemos hecho eco de testimonios que volveremos a traer algún día, más que nada porque con una sola lectura uno no puede caer en la cuenta del siniestro contenido de su realidad.

Este mundo del que ahora gozamos, lo quieran algunos o no, es bastante mejor que el de antaño en aquellos aspectos que se refieren a la libre circulación de las ideas y a la expresión de las mismas.  Referido a la credulidad, mundo laico, aunque demonizado por la misma como “laicista”. Si quieren, hasta podemos acuñar un nuevo concepto: “laidicida”, que pretende la muerte de Dios por parte de asesinos laicos.

Gracias no a Dios sino a la fortaleza de su personalidad, al arraigo de sus convicciones, a la libertad de su conciencia o quizá al asco mismo que tal mundo les producía,  las personas referidas arriba pudieron sobreponerse. ¿Pero qué decir de los miles y miles, millones, de niños sometidos desde pequeños ya desde los primeros siglos de determinada credulidad a la tortura de la propia conciencia? Tortura proveniente de actos o acciones que hoy se ven con la mayor naturalidad, como puede ser el trato normal con personas de sexo contrario.

Y sin retrotraernos a épocas excesivamente pasadas en el tiempo, ¿no hemos sabido por conocimiento personal que la masturbación podría dejarnos ciegos? ¿O que los pensamientos impuros consentidos conducían a la condenación eterna? Condenación que adobaban con toda suerte de tormentos específicos y bien documentados. ¿No nos hablaban de hermanos, familiares o conocidos que por no cumplir con los preceptos eclesiales estaban destinados a arder en el infierno? Más aún, ¿no hablaban  del peligro mortal encerrado en fiestas o bailes donde ellos y ellas se juntaban de manera procaz y lasciva? ¡Y no hablemos del simple beso, portador de enfermedades de índole sexual! Examinen lo que dice respecto al baile ese libro de pastas rojas del cual tengo yo la 30ª edición, “Para salvarse”.

¿Cosas del pasado? Pues sí, pero cosas que volverían a imponerse si las circunstancias fuesen propicias para ello y para ellos.  Es que en ese su mundo, cada vez más cavernícola y encerrado en sí mismo, revolotean todavía ideas de esta catadura. Los años 60 no están tan lejos.

Por otra parte, sí, son cosas del pasado. Pero ¿y el daño ocasionado? Parecen querer desconocerlo. Incluso hasta llegan a creer que hicieron un bien tremendo a la sociedad corrupta y adúltera en que esos niños vivían.

¡Cuánto daño por boca de profesores de religión, curas en su totalidad, que inocularon esas mentiras acompañándolas de azotes y humillaciones públicas! Eso cuando dentro de su mismo mundo sabían de “ciertos” abusos cometidos con escolares a su cuidado.  Y esos abusos sí eran “ciertos”.

Podemos admitir que han podido trabajar por el bien del mundo. Es posible que en su ánimo estuviera tal voluntad. Pero a la vez fueron predicadores del odio, del miedo, de la culpa; y destrozaron infinidad de infancias que luego vegetaron y malvivieron dentro de los muros claustrales de monasterios y cenobios.

¡Qué pena que ese infierno que predicaron para los demás fuera una más de esas mentiras inoculadas en las mentes infantiles! Podría haber sido real y haberles dejado a todos ellos pudriéndose y calcinándose en él.

¿Artículo éste lleno de ira? No menor que la que aparece en el texto evangélico con el que tantas veces se les llena la boca: “Más les valiera que les ataran una piedra de molino…”. Previendo lo que vendría luego, desde el siglo I dejaron de fabricar piedras de molino.

Volver arriba