Entre falacias y fábulas (todas piadosas)

La inundación del mito de Cristo

Recuerda este sub-titular a las señales que en muchos pueblos y ciudades existen, evocando aciagas avenidas de sus ríos: “Hasta aquí llegó la inundación” (dos famosas he visto: la de Valencia en 1953 y la del río Elba en Meissen, Dresde y otras ciudades alemanas en 2002).

Los primeros siglos del cristianismo, como sucede con cualquier idea novedosa que surge, fueron de una actividad frenética en consolidación de doctrina y divulgación de la misma. Pero a la vez que un propósito, el de dar testimonio de “la persona”, Jesús, comenzaba la inundación de leyendas piadosas, apropiación de mitos y hechos fantásticos atribuidos y asignados a otro personaje ficticio, Cristo.

De ahí que hablar de “fraude piadoso” no sólo fuera corriente entre extraños al cristianismo, sino dentro de su seno. Y que ha durado hasta nuestros días. Quizá a ello se refiera el mismo Pablo de Tarso, que deja entrever un ambiente de engaño y falsificación en su carta a los Romanos (III 5-7):

"Y si nuestra iniquidad encarece la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (hablo como hombre). 6. En ninguna manera: de otra suerte ¿cómo juzgaría Dios el mundo? 7. Empero si la verdad de Dios por mi mentira creció a gloria suya, ¿por qué aun así yo soy juzgado como pecador?"

Es decir, justifica cualquier mentira y cualquier injusticia si es a honra y gloria de Dios. Pablo de Tarso por encima del Decálogo. Y a partir de ahí, la Iglesia ha mentido siempre que ha entrevisto provecho del Reino de Dios (que no es otro que la Iglesia, cuerpo de Cristo).

Eusebio fue uno de aquellos Padres de la Iglesia que incitaron a los suyos a ser “mentirosos compulsivos” trasladando al pergamino sus propias ficciones sobre los “hechos” del Señor a su paso por este mundo:

He repetido todo lo que pudiera servir a la gloria de nuestra religión y suprimido todo lo que pudiera ayudar a su desprestigio" (Praeparatio Evangelica", cap. 31, libro 12)

Y por si alguien quiere dilatar sus conocimientos sobre fraudes, indague en aquel por muchos conocido y en estas páginas comentado “La donación de Constantino”. Es asaz enjundioso.

Pero no se crea que el rechazo y la refutación del cristianismo, con su contrarréplica apologética, son de ayer, de la Ilustración o de la Revolución Francesa o de la Masonería... El asalto al baluarte crédulo comenzó a la par que su difusión, bien que el resultado no fuera el esperado por los pervertidos que osaban atacar al cristianismo. Los cristianos lograron hacer triunfar “su Verdad”. Y como triunfó, pasó a ser “la verdad”.

El aserto de que Jesucristo es un mito revestido de todos los caracteres de los dioses solares anteriores comenzó simultáneamente a su difusión, es decir en los primeros siglos y en todos los territorios donde esta mancha de aceite se esparcía.

Damos de lado la oposición del pueblo llano, reacio, como les sucede ahora a los fieles cristianos, a aceptar esta fe novedosa que suplantaba sus creencias más íntimas. También dejamos aparte, por sabida, la actuación de los Emperadores, movidos por otros intereses no precisamente religiosos. De ellos ya conocemos, en los primeros, las persecuciones (historia contada por cristianos, con lo cual sus “Actas” pueden no ajustarse a la verdad histórica); en los siguientes, la utilización interesada de la nueva fe.

La oposición al cristianismo vino precisamente de aquellos que tampoco comulgaban con credulidades oficiales: intelectuales y pensadores “paganos”. Hay constancia de disidentes y se tiene noticia de que pensadores paganos y no paganos, todos ellos más cerca de “la verdad” que nosotros, pusieron todo su empeño en desvelar la patraña cristiana.

Los más relevantes fueron Celso y Porfirio filósofos griegos de los siglos II y III. Recordemos, asimismo, al por tantos motivos gran emperador Juliano, posiblemente asesinado –murió en una batalla— por intentar la vuelta al “paganismo”. Basilio tendría mucho que decir a este respecto. Pronto quedó denigrado con el sobrenombre de “apóstata”. Nefanda palabra como lo ha sido siempre “ateo”: como para quedar hundido en la nada.

Pero ya el cristianismo tenía pensadores y, sobre todo, sustrato suficiente para acabar con todos: unos fueron refutados con éxito; otros fueron sencillamente asesinados, acusados de osar alzarse contra los sacerdotes cristianos, contra los Padres de la Iglesia y de engañar a las masas; y de la mayor parte no quedó ni rastro, fruto de la sistemática destrucción de su obra literaria o filosófica. Algún día repetiremos en esta nueva ubicación la serie de artículos titulada “La destrucción del mundo antiguo

Nos despedimos por hoy con aquella frase que tradicionalmente se ha atribuido al Papa León X. Es preciso aclarar que posiblemente no sea suya, aunque muy en la línea de su estilo de vida sí lo está: la frase, tantas veces citada, proviene de la sátira El paje de los papas, de John Bale (1495-1563)

«Porque una vez, cuando un tal cardenal Bembo le hizo una pregunta acerca de los Evangelios, el papa dio una respuesta muy despectiva: “Todas las épocas pueden testificar suficientemente cuán rentable ha sido esa fábula de Cristo, para nosotros y nuestra compañía”».

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