Entre fieles confinados.

Nos enclaustraron sin tener que vestir hábitos para ello. 

Desde el confinamiento pandémico, el mundo se ha reducido para muchos como yo, prohijados a la fuerza entre otras gentes, habitantes de un minúsculo pueblo donde prima lo primario frente a inquietudes o elucubraciones pretendidamente más encumbradas o encendidas. Que el mundo se reduce en tales circunstancias es obvio, a pesar de las facilidades que hoy día se presentan para evadirse.

Es obvio por razones de sociología, de comunicación humana, porque lo único que parece abrir a cualquiera los ojos de la verdad no es sólo lo que quienquiera pueda deducir de medios a su alcance, es también y sobre todo la relación social, el contraste de pareceres, el coloquio entre personas, el debate, algo muy distinto a tertulias radiofónicas o televisivas donde el sujeto se torna activamente pasivo y pasa a ser nada ante lo que ve, oye o incluso lee.

Nada digamos del entontecimiento que producen programas donde lo más elevado son los lloros de la que va a tales foros a desahogar sus cuitas, previo pago… si no es que todo está, lloros incluidos, en el guión.  

Entre las inquietudes citadas, lógicamente debemos encuadrar los pensamientos religiosos. Insisto en lo de “pensamientos” y lo digo por referirme a algo muy distinto a los puros “sentimientos” religiosos, que parecen ser los que priman entre las gentes del común. Decimos pensamientos entendiendo por tales la reflexión sobre lo que presupone ser cristiano, ser católico. O no serlo. Y constatamos que los pensamientos religiosos o sobre religión parecen querer esconderse cuando intentamos que afloren en esa relación o comunicación social a que aludimos. Mucho sospechamos que apenas si existen.  

Todo este preludio viene a cuento porque he procurado, en las pocas tertulias que he podido celebrar, sacar a colación los asuntos relacionados con la religión y sus fundamentos. Pregunto, cuestiono, inquiero por esto y por lo otro, las más de las veces aspectos de lo más superficial de la doctrina cristiana. No ya sólo que falte verdadera instrucción sobre la fe que se profesa, que también, a pesar de que las verdades fundamentales contenidas en el “credo” se recitan cada domingo.

Asimismo, y sobre todo en personas mayores, muchos son los que recuerdan algo del catecismo, con el defecto fundamental de que aquello se aprendió en la niñez y adolescencia, cuando las tragaderas son tan enormes que todo se engulle sin poder asimilarse. Pero no entró en tales conocimientos la madurez intelectual.

Falta y falla en la panoplia de los conocimientos la reflexión sobre la fe, el ahondamiento en lo que se les dice en las lecturas y homilías, el saber qué significa esto y lo otro, el caer en la cuenta del porqué de lo que se cree... Si se pregunta, la respuesta son generalidades.

¿Dios? ¿Jesucristo? ¿La fe? No saben dar una respuesta convincente a lo que supone creer en Dios, que sigue siendo algo vago y sin concreción alguna. “En algo hay que creer”, dicen. Por supuesto no distinguen el Jesús personaje galileo del Jesucristo paulino. Creen en él disociando personajes o vaya usted a saber qué, el personaje real, el que pueda surgir de la doctrina paulina y el que presuntamente creen que reciben en la comunión. La confusión sobre su figura es total, identificándolo incluso con cualquiera de los líderes revolucionarios de nuestro siglo. Por supuesto, en modo alguno hay relación entre lo que se comulga y el personaje; pero es que tampoco se tiene idea clara del personaje que aparece en los Evangelios.

Primero falla la instrucción. Por citar algo, la catequesis que hoy reciben los que van a comulgar por primera vez está llena de cuentos, dibujitos, láminas, historietas... y eso es lo que en muchos perdurará en la edad adulta si es que continúan recalando por la iglesia.

Con relación al entendimiento del contenido de la fe, hoy sólo quedan las tres lecturas de la misa y la subsiguiente homilía. Por lo general, las dos primeras lecturas del domingo o no se entienden o no calan en la mente. Y si de las homilías hablamos, la inmensa mayoría de ellas se reducen a consideraciones morales cuando no vulgarización psicológica de conflictos.

Aviados están.

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