El fracaso secular en erradicar creencias.

De vez en cuando, y tal como sugieren mentes esclarecidas de comentaristas bloguianos, me detengo a pensar en ello: el fracaso que la oposición a la credulidad ha cosechado a lo largo de los siglos. Aunque tal fracaso sea relativo, merece parar mientes en ello.

¿Por qué los ataques a las Iglesias y a las creencias organizadas, ha tenido tan poco éxito, por no decir que han cosechado el más estrepitoso fracaso? Excesivo esfuerzo para magros resultados. 

Consideremos, en primer lugar, que esta lucha titánica la han llevado a cabo, por más que muchos de ellos tuvieran un prestigio social reconocido, individuos aislados contra sociedades; las sociedades, por esencia, son eternas y esas "esencias" nada tienen que ver con los problemas diarios de los individuos, que sólo disponen de un tiempo corto, más corto todavía cuando desisten por agotamiento.

Añádase que en esta lucha el poder político se ha alzado como paladín de la fe, cuando no su brazo armado: ¿quién puede contender contra una alianza tan potente?

En tercer lugar, el luchador solitario se ha tenido que enfrentar también a la inercia de esa masa inculta, predispuesta a la creencia, campo abonado para aceptar lo fácil y lo reconocido, cual es el pasado de credulidad arrastrado durante generaciones.

Los estudios bíblicos, teológicos o dogmáticos heterodoxos o adversos han sufrido la vesania de los rectores de la fe y la consiguiente persecución de los poderes políticos. De ahí su relegación al olvido.

Por último no es baladí el hecho de que a la sociedad, aún reacia a admitir credulidades, a veces ofensivas y siempre variopintas, le faltan repuestos racionales y psicológicos con que abordar el vacío de creencia.

Todos estos factores, sin entrar en consideraciones dogmáticas que pertenecen a otra esfera dialéctica distinta, son en esencia sociológicos: aunados, juegan a favor de la inercia de credulidad que todavía padece la sociedad occidental.

Las sociedades nacen como fruto de una necesidad: también las religiones y las iglesias nacieron para satisfacer necesidades. Cuando tales necesidades decaen, desaparecen o se ven cumplidas, las sociedades, las empresas… mueren.

Tal le está sucediendo a la religión cristiana en Occidente. 

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