El gran dilema de Cristo, el sustento de su realidad.

Llegó, y ha pasado, la fecha en que se conmemora el nacimiento del Salvador, por mor de belenes y otras historias convertido en el “chiquirritín que ha nacido entre pajas”, el que es “de la Virgen María y del Espíritu Santo” y al que quieren ver “los peces en el río”.

Muchos somos ya los que en un periodo de nuestra vida tuvimos una visión profunda de Cristo, o al menos lo pretendimos, los que lo conocimos en una de las orillas de la vida, pero pasado el tiempo lo hemos repensado en la otra, lo hemos pasado por el tamiz del juicio crítico y finalmente hemos conseguido decidir por nosotros mismos.

Frente a lo que podamos decir, ¿cuál será la actitud de los creyentes? Por supuesto que querrán afirmarse en su propio convencimiento, como es normal. El cómo ya es otra historia. Unos huirán hasta de los títulos. Otros leerán con incredulidad lo que aquí se escriba. Habrá quienes digan que esto ya es cosa sabida, sin faltarles razón. Y habrá quien abiertamente contradiga lo que aquí se vierte. Si es con similares razones, bienvenidas sean. Si sacan a relucir vivencias, de poco servirán: la mitad del mundo puede contraponer otras bien distintas.

Una reflexión hago a quienes desprecian las razones del contrario: un juez no imparte sentencia sin antes haber escuchado a ambas partes. Dígase lo mismo de la información que se recibe. Todos tenemos un juez dentro de nosotros mismos, nuestra inteligencia. Y aplicada al asunto Cristo, es lo mismo: qué y cuánto han dicho unos, qué y cuánto otros.

Piense el creyente instruido (el otro harto tiene con seguir con sus nociones de base, o lo que es lo mismo, elementales y sumisas): ¿qué cantidad de horas en libros, meditaciones, rezos, pensamientos, jaculatorias, actos... ha dedicado el creyente instruido en imbuirse de Cristo y su doctrina? ¿Y cuántas dedicadas a pensar en lo que dicen aquéllos que tienen otra visión de la figura de Cristo? ¿Cuánto ha leído sobre Jesús posible personaje real? ¿Y sobre Cristo mito? Supongo que con un cristiano formado no va eso de "lecturas peligrosas".

Si no es capaz de escuchar a quien contradice sus credos, de creyente derivará en crédulo, eso sí, seguro y asegurado, pero desde luego le faltará categoría intelectual para llamarse pensador, persona que razona, persona instruida y persona que actúa según sus propias convicciones.

Y si, a pesar de que tal creyente conoce las razones del oponente, sus convicciones le impulsan a seguir adorando y “escuchando” a Cristo, me parecerá muy bien. Ejerce su libertad, pero al menos desde el conocimiento.

Por reducir el caso a estos días: en todos los apartados posibles en que se puede encuadrar el personaje nacido, aparecerá una y otra vez la duda de si Jesús y Cristo son la misma persona. Nuestra conclusión es bien sabida: no lo es. Simplemente porque, en estos días ya, a los relatos evangélicos del nacimiento, el sentido común no puede hincar el diente, por extremadamente duros. ¿Una Isabel estéril y provecta concibiendo?¿Espíritu Santo  pregnante? ¿Ángeles cantando? ¿En Belén? ¿Huida a Egipto? ¿Magos? 

Nosotros tenemos convicciones más que seguras: es posible que Jesús existiera, fuera un personaje real, histórico, coincidente con lo que de él dicen los Evangelios... pero, dando de lado relatos fabuladores, los que pudieran ser reales no pasan el filtro de la historicidad. Los Evangelios no son fuente histórica fiable, no resisten la más mínima crítica como documentos históricos. Y en esto nos fiamos de lo dicen los expertos. Incluso de su misma bandería. Lo curioso, además, es que los escritores testamentarios no querían escribir “historias”, no hubieran servido de nada.

Y si de Jesús se presupone todo como cierto, pero no se sabe apenas nada que no sea por fuentes legendarias y fabuladoras, lo que sí es cierto es que Cristo está más mito que realidad. Una creación a la vez personal y colectiva. Primero de “un tal” Pablo de Tarso y luego del entorno de los primitivos cristianos. Es la encarnación ideal de muchas características mesiánicas y mitológicas de dominio común en su tiempo; creencias secularmente admitidas por los fieles adoradores de salvadores varios y, con los cristianos, magistralmente amalgamadas en un personaje de ficción: Cristo.

Entre otras muchas, una de las razones de la secularización del mundo occidental estriba en que Occidente ha percibido una verdad letal para las creencias, la de que Cristo no es algo real, sino un ser inventado, un personaje necesario en sus inicios y útil para una casta segregada, pero que hoy nada dice al hombre que ha estudiado y llegado a pensar por su cuenta, por más que todavía intentan vendérnoslo con tipografías “benedictas”.

Resulta sobremanera impresionante calibrar la enorme cantidad de energía vital y material puesta al servicio de la fe: significado de la religión, importancia, contribución a la humanidad, doctrina, piedad, explicitación de los misterios, naturaleza, realidad histórica del “protagonista” de la fe, apología, refutación del contrario, difusión... Creo que ni siquiera podemos llegar a concebirlo.

Gran parte de esos escritos se han dedicado a profundizar en la figura de Cristo. Con las pocas pistas existentes, unos han tratado de definir la identidad de Jesús; otros ofrecer un bosquejo biográfico; otros han dado suelta a su imaginación; otros simplemente se han dedicado a inventar...

En ese deseo de dar a conocer a Cristo podemos apreciar una doble finalidad, la primera sostener la fe; la segunda, hacerlo cercano al hombre, presentando el lado humano de este “dios y hombre”. Ya de por sí debería resultar sospechosa la profusión y la insistencia secular en tal intento. Con sólo el libro de ruta, el Nuevo Testamento, debería haber bastado. No sólo han comentado hasta las comas, es que también lo han tergiversado, extorsionado y vuelto del revés. Donde decía "Diego" entendían "digo".


Obviamente, en vista del tiempo y energía puestos a tal servicio, los asuntos relacionados con el cristianismo y su fundador legendario han sido y son muy importantes para la conformación de la mente occidental, a la vez que han dejado un poso cultural innegable. La deriva cultural es impresionante… pero, claro, no había otro pensamiento paralelo. España ha sido siempre cristiana y católica porque los rectores políticos y sociales no le dejaron ser otro cosa.


Para finalizar, algo que es tópico en cualquier área de la comunicación: es un hecho que toda mentira tiene que tener apariencia de verdad para ser creíble. Es la necesidad imperiosa que la ficción tiene de revestirse con palabras, ritos y tramoyas para no aparecer desnuda en su cruda y falaz realidad.

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