El grito por el cambio. Construir un mundo nuevo.

Para muchos, la situación en que se encuentra España, ahora, es la ideal para que surja una sociedad nueva, en teoría más igualitaria, más preocupada por los pobres, más socialmente repartida, más abierta, sin caciques, no sujeta al poder del dinero ni a las multinacionales... Una maravilla de país.

Sólo se lo creen los que tienen como criterio de fiabilidad El País o la Sexta. Eso pienso yo. No se dan cuenta de que el sistema que tales cosas propugna ha creado más paro, más pobreza, más gasto inútil, una administración estatal de elefantes, más control de la sociedad, menos libertad, más despilfarro, más dispendio público, más enchufismo y más etcétera.

Elevemos el pensamiento. A lo largo de la historia, ningún sistema político ha satisfecho a todos ni ha creado las bases para el buen funcionamiento de la sociedad. Todos han creado división, que la mayor parte de las veces ha generado conflictos, enfrentamientos y hasta guerras civiles. España ha dado ejemplo. 

A la vista de lo visto hasta ahora, ¿podemos siquiera imaginar algún sistema político que cumpla todos los requisitos y que propicie la felicidad de los ciudadanos? No lo sé, no se me ocurre ninguno, ni siquiera tomando lo mejor de cada uno de ellos. Si no se me ocurre cómo o cuál podría ser, lo que tengo claro, lo que sí sé es CÓMO o CUÁL NO. Echemos un vistazo a la historia reciente comenzando por el más antiguo y que todavía perdura.

Sistemas TEOCRÁTICOS, en España podríamos pensar en el control de la Iglesia, aunque históricamente nunca tuvo las riendas del poder político. ¿Alguien en España suspiraría por lo que conoce de Irán, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y demás países cuya constitución emana del Libro Sagrado? Ni por pienso. Sabemos lo que son las religiones: sistemas exclusivistas en cuanto a pensamiento religioso; no admiten réplica alguna y la oposición es castigada severamente; el fondo de su ideología es pura quimera y suspiros; la religión es un pozo de deseos jamás satisfechos en este mundo; construyen sobre paraísos soñados; a fin de cuentas, se basan en la mentira de que existe otra realidad que sólo se conseguirá en la otra vida. Vade retro.

Como vecinos, esos países regidos por la teocracia tienen el COMUNISMO. Régimen civil, en teoría, con su derivación descafeinada en el SOCIALISMO. También con la base hecha de humo de que, conseguido el poder, las masas populares alcanzarán el supremo bienestar. ¿Resultado tras alcanzar el poder? La más grande enfermedad que han sufrido los países por él regidos; la más grande aniquilación vista en la historia; corrupción a escala astronómica nunca vista; genocidio constitucional; institucionalización de la casta; pobreza generalizada; millones de vidas enterradas y muchos miles de millones sumidos en la desesperación que genera la pobreza. Y uno se queda corto, porque a cada epígrafe se le pueden añadir cifras que marean. Como ideología no es sino copia, por sustitución, de teocracias, con el fracaso más estrepitoso. Vade retro.  

Sistemas CAPITALISTAS, teniendo como modelos la Inglaterra del siglo XIX y el todavía reinante Estados Unidos. Tampoco. El capital sólo busca el bien para sí mismo. Cierto que la riqueza que crea también tiene su reparto en las clases medias y bajas, pero no son sino las migajas que caen de la mesa de Epulón. No es comparable a la podredumbre del sistema comunista, pero tampoco es el ideal suspirado. Charles Dickens nos lo mostró en toda su crudeza. Dejado a su albedrío, todavía seguiríamos enciscados con la negrura del carbón. Anejo, el LIBERALISMO. El sistema capitalista fue, quizá todavía lo es, un fracaso social cuyo único aliciente son los suspiros de la Lotería. Por una parte, las ingentes fortunas que mueven el mundo; por el otro, el necesario pero descomunal gasto en su propia defensa. ¿Es éste un ideal con el que se pueda soñar? Vade retro.

¿Nos queda algo con lo que soñar y donde poder elegir? Pensemos en la combinación política que son los sistemas DEMOCRÁTICOS. Nacieron en Grecia, dicen, y quedaron truncados en Roma. Tenían esclavos para ser demócratas. ¿Sigue así la cosa?  En nuestro tiempo parecen la panacea que todo lo soluciona; han sido el recambio impuesto a todas las dictaduras que en mundo eran a mediados del siglo pasado. ¿Han solucionado algo en países empobrecidos y sin la mínima estructura social que todo régimen democrático presupone? Los principios son buenos; las constituciones maravillosas; las palabras enternecedoras. Ahí está la Constitución Española, engañada y tergiversada como puta por rastrojo.

Los países democráticos que conocemos son capitalismos encubiertos, y bien cubiertos; o socialismos rabiosos que chillan como cerdos a punto de ser degollados; gentes cautivadas, o sea, engañadas por promesas que jamás se cumplen; suspiros por los animales y la naturaleza esquilmada; soflamas de periódicos vendidos al poder y vendados para no ver, con la nariz tapada para no oler la podredumbre generada por quienes detentan el poder; engañados los ciudadanos por el ardid de un hombre un voto; la aristocracia de la preparación, del esfuerzo, del afán de superación, sustituida por la vulgaridad de quien más grita. Estoy retratando España.

Añádase la desilusión que genera el no tener ilusión. Los regímenes teocráticos, comunistas, socialistas... y demás –listas, ofrecen a la sociedad, al que no piensa porque hasta es pobre en capacidad de pensar, ofrecen, digo, una ideología. Engañan, cierto, con la ideología. Pero le conceden al pueblo el privilegio de soñar. Los sistemas democráticos sufren absoluta carencia de ideología. El demócrata ya no sueña. Parece que le basta con vivir y bañarse en el Mediterráneo. Sí, sueña sólo una vez que es alguien cada cuatro años.

Todo esto, lo dicho, es el NO al cómo y cuál de ellos, incluso al conjunto de ellos. ¿Qué mente poderosa será capaz de dar un vuelco a todo lo que nos comprime, oprime, reprime, suprime y deprime?

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