Las guerras no solucionan nada

A veces es optar por la venganza como respuesta a una agresión, sistema válido para algunos fundamentalistas como lo fue Bush hijo. 

Seguimos impregnados por una sensación rara de rabia, decepción, ansia, esperanza, ganas de ayudar... Es la guerra de un enano contra un gigante, donde “casi” todos queremos ver cómo el enano tumba al gigante: Ucrania. Esto me da pie a regresar a un pasado ya no tan reciente, que suscitó las iras, la condena y la manifestación del mundo entero contra guerras anunciadas y donde parecía que eran los buenos los que se enfrentaban a los malos. Me refiero a las dos guerras de Iraq, la del padre y la del hijo.

Quedé impresionado y a la vez me inundó un sentimiento de esperanza en la humanidad. Era la primera vez que el mundo entero clamaba contra las guerras. Fue uno de los acontecimientos más significativos de cuál es el sentir general de las masas. Se dio con motivo de la anunciada “Guerra de Iraq II”: la movilización general contra la guerra, la condena mundial, el rechazo de las masas, de la gente trabajadora, de la gente corriente, de la gente que busca vivir en paz. ¿Lo recuerdan?

Los políticos encerrados en su castillo de cristal creen estar cargados de razones que, según ellos dicen, el vulgo no entiende. Lo que no entienden ellos, ni antes ni ahora, es que la gente está más unida en lo fundamental –la lucha por la paz, contra el despilfarro, contra las fronteras, contra la pobreza-- gracias a la generalización de la información.

A ras de suelo, para la gente común y corriente, si la primera Guerra de Iraq tuvo su cierta justificación –Sadam había invadido Kuwait--, la segunda fue de todo punto inconcebible.  Eso es lo que sintió el pueblo. Y así se lo dijeron en centenares de manifestaciones en todo el mundo.  

Mi opinión coincidía con el sentir general, desde luego, y jamás pensé que una persona pudiera hacer oídos sordos al clamor mundial. Visto lo que ha venido después, me he convencido todavía más de que las guerras jamás solucionan nada: aunque parezca que solucionan el problema puntual, traen consigo problemas mayores. Debe haber, hay, otros medios para que se imponga la legalidad. Los hechos posteriores a la guerra vienen a confirmar lo dicho. Hoy asistimos con tristeza a la guerra en Ucrania… aunque también ha habido otra, Siria, llena de hipocresía universal.

Ya sucedió en la I Guerra Mundial, la Gran Guerra. Quizá no hubiera otro modo o no se vislumbraba: se consiguió derrocar a unos supuestos tiranos a costa de alzar con más fuerza a otros (Lenin, Stalin), contra los que nadie levantó siquiera un dedo de advertencia. Cayeron regímenes autocráticos, pero a costa de 50 millones de personas inmoladas en el altar de “los valores eternos”, países enteros destruidos, millones de refugiados, Europa desmembrada... ¿Merecía la pena el esfuerzo? No. Vino después algo peor, las II Guerra Mundial

Visto lo visto y las consecuencias en millones de vidas truncadas y años de historia perdidos, ni siquiera la oposición bélica al tirano Hitler tuvo razón de ser. Parece fuerte, pero seguro que habría habido otros medios para terminar con el tirano. No se me alcanzan ahora, pero seguro que la sociedad se habría defendido de tal tiranía. 

Cierto que dos enormes torres arruinadas –más por lo simbólico que por la realidad en sí—y casi tres mil personas muertas son motivo suficiente para clamar venganza.  La gente puede buscarla, pero un dirigente no debe caer en tal tentación: lo que debe tener en la mente es buscar y hacer cumplir la legalidad y atenerse a ella.

Pues he aquí como surgió de la masa un plebeyo, un fanático, un “Arbusto” sinaítico (bush= arbusto) que conjuró todos los poderes del estado, violentó la legalidad precaria por la que se rige este mundo y se lanzó a una venganza --que no otra cosa fueron los manotazos dados por Bush tras el 11-S— buscando acertar y contentar a las masas en la persecución del mal. El desbarajuste provocado dura hasta hoy.

Sí, yo tenía confianza ciega en que un dirigente responsable demostrara que hacía honor al hecho de regir la potencia mayor del mundo, que se guiara por lo que la razón dicta, a saber, el sometimiento a la legalidad, o que tuviera en cuenta las manifestaciones en contra de tal guerra que por todo el mundo se sucedieron. Y que sacara consecuencias de un análisis racional de las causas que motivaron el atentado. Pues no.

Pesó más su fanatismo. La biografía de George Bush arrojaba demasiada luz, negra por cierto, sobre los motivos que rigieron su deriva política. Lo que supimos de su evangélico fundamentalismo pone los pelos de punta a cualquiera que no tenga que ver nada con los credos de la Iglesia Evangélica protestante.   

¿Y en este asunto qué pintaron las “potencias” religiosas concernidas?

IGLESIA EVANGÉLICA. Auto implicada como víctima en el atentado del 11-S, leer ahora ciertas declaraciones provoca de todo.  Siempre en boca no de los fieles de base sino de los pastores, las declaraciones proferidas causan más sonrojo que otra cosa. Porque oscilan de un extremo a otro: los que se auto flagelan porque EE.UU. recibe el castigo a su perversión y los que lanzan sus iras contra el “eje del mal”.

--Algunos gritaron de júbilo ante la perspectiva de convertir a los musulmanes a la causa de Jesús. La agencia Baptist Press: “...la política exterior de EE.UU y su poderío militar han abierto una oportunidad al evangelio en la tierra de Abraham, Isaac y Jacob”.

--Otros, por el contrario, reventaron funerales por soldados muertos pues esto sucedió porque el país había caído en la degradación moral, en la permisividad de la homosexualidad...

--Charles Stanley, un telepredicador con millones de audiencia (suya es la Baptist Press): Deberíamos brindarnos a servir a la campaña de guerra de cualquier modo posible. Dios combate a las personas que se enfrentan a él, a las que luchan contra él y a sus seguidores”.

--Otro archiconocido en su tierra, Tim La Haye habla de Iraq como “el centro de los sucesos del fin de los tiempos”.

--Otros comparando a Sadam Hussein con Nabucodonosor.

En definitiva: ¿análisis juicioso de las cosas? Ni por asomo. ¿Sometimiento a las leyes? ¡Las leyes las impone el más fuerte! ¿Histeria política y religiosa? A la vista está. El fanatismo religioso –y todos los creyentes lo son en mayor o menor grado—ofusca la inteligencia, perturba la percepción de los problemas y lleva a conductas que jamás solucionan los problemas.

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