Por sus hechos los conoceréis y sobran críticas

¡Qué fácil es criticar!, dicen. ¿Qué habrías hecho tú?, añaden. ¿Eres tú mejor que ellos?, continúan arguyendo. ¡Sólo te mueve el odio!, continúan...

¿No pensarán alguna vez que "ahí" se dice algo? ¿No se les ocurrirá imaginar, siquiera imaginar, que "todo eso" pudiera ser cierto? Explicitamos el “eso”:  rapiña y destrucción del mundo antiguo, guerras promovidas por la fe, cruzadas, expolio, destrucción, asesinatos, falsificaciones, tiranía, robo, expropiación, engaños, dispendio, tortura, destierro, hogueras, persecuciones... O sea, los tomos de “Historia criminal del cristianismo”.

No, priman los primeros considerandos --más lo sois tú y los tuyos-- y, ante eso, cualquier cosa que diga el dicente no tiene validez alguna. Como si alguien, convicto de asesinato no pudiera decir que en la celda hace frío o sufrir en la reclusión la muerte de un familiar directo. O que Villarejo en la cárcel no puede decir algo que es verdad.

En la historia de la Iglesia han sucedido muchas cosas que han permanecido ocultas, por descaradamente ocultadas, durante muchos siglos. Son hechos, hechos objetivos, independientes de la opinión... La pregunta lógica sería: ¿sucedieron? Ante lo cual el relator aduce los documentos o las fuentes que prueban tales hechos, pruebas que dejan constancia de una triple realidad histórica: su existencia, su multiplicidad y su continuidad en el tiempo. Dudar de todo no es postura lógica para conocer. Ni menos justificar.

Ni es honrado poner los hechos nefandos en contraposición con el "enorme bien que ha traído a la humanidad el cristianismo", cosa que, aunque cierta, ya muchos ponen en duda. Aunque el fiel de la balanza indicara paridad, no es de recibo ni siquiera uno de los hechos vergonzosos cometidos: la santidad debe ser excluyente. ¿O no es santa la Iglesia? ¿O el rango de los clérigos que dirigen la Iglesia no les obliga, por vocación y por estado, a la construcción del bien?

Insistimos en lo dicho: en la historia de la Iglesia ha habido hechos puntuales abominables, pero sobre todo "constantes" que se han repetido reiteradamente.

Ello, desde la falsificación sistemática de documentos como la donación de Constantino hasta los más bajos como la rivalidad --envidia, maledicencia, crítica amarga-- entre clérigos por detentar un puesto. Hechos que se acumulan y que marcan una tendencia, que es traición al mensaje primero y con el que pretenden engatusar de nuevo al personal.

¡Claro que criticar es fácil!... pero la crítica es necesaria para que no todo siga igual, para que el mundo cambie, para mejorar.  Curiosamente recurren a esa falacia de "crítica fácil" quienes lo han hecho durante toda su historia pero no soportan que el 'boomerang' vuelva hacia ellos.

Lo dicen quienes jamás han vuelto sus ojos hacia sí mismos, movidos las más de las veces por oportunismo, es decir, por seguir manteniendo prebendas, por indolencia, dado que “a ellos no les afecta”, cuando no por incapacidad para enfrentarse a la inmundicia que les inunda. Me viene a la memoria el afán inmobiliario del cardenal Rouco, pasando por encima de donde hubiere de pasar, siempre “por el bien de la Iglesia”.

Su postura frente a la crítica suele ser contradictoria. Los hay que alegan motivos supuestamente morales --ellos se erigen en estandarte de la moralidad-- para evitar las críticas o el simple reproche, afirmando que “criticar está muy mal”.

Desde luego que criticar está muy mal… cuando los criticados son ellos. Y los hay, por otra parte, quienes afirman que no tienen nada contra la crítica, que no la temen, que la crítica está bien, que la aceptan… siempre que sea positiva y constructiva.

¿Y qué es crítica constructiva según ellos? Pura y simplemente la crítica que procede de su propio “stablishment”, la crítica que no profundiza y que no hurga demasiado. En caso contrario –son sus palabras— condenan la crítica como “negativa, estéril, condenable, ruin, que sólo pretende destruir y socavar los cimientos de la civilización…”

¡Si no lo estuviéramos padeciendo en este blog! Jamás admitirán la crítica, sobre todo cuando ésta rebose razón y cuanto más cierta y veraz sea. Si la crítica procede de dentro, ya el sujeto puede darse por defenestrado, silenciado o expulsado del gremio; si procede de fuera recurren a todos los medios posibles para denigrar, no la crítica, sino al censor, al "mensajero".

Sucede que el estamento clerical soporta muy mal que le contradigan; no soporta verse expuesto en la picota, el salir en los “medios”… Si no pueden responder, lógico cuando de hechos incontestables se trata, adoptan la táctica del erizo o de la tortuga. El silencio y el paso del tiempo es su proceder y esperar que se extinga la corta llama de la publicidad.

¡Cuántas veces esgrimen el dicho del Evangelio de Lucas, “no juzguéis y no seréis juzgados”! Recurrir a esta falacia es impetrar la impunidad. Es una manera clerical con tintes de evangélica de seguir haciendo lo mismo sin temor a verse descubiertos. El perdón no tiene nada que ver con lo que debe ser justicia previa; en justicia sólo puede haber perdón cuando se ha llegado al esclarecimiento de los hechos y se ha dictado sentencia condenatoria.

Es esa Iglesia que, por una parte, tiene a gala presentarse ante el mundo como última o suprema instancia moral, como la dispensadora de honradez e integridad… pero que, por otra, se indigna, encoleriza y enfurece cuando alguien le toma la medida y pretende juzgarla. Y cuanto más, mayor es su ira y su furor… que enmascaran con suaves modales o apelan a la “santa ira y santo furor”, como dijera Escrivá de Balaguer.

Es el cinismo con que el teólogo Bernad Häring habla del “furor ordenado” dirigido contra los que critican: “…no es propio del cristiano soportar los males con pasividad, sino alzarse contra ellos con valor y haciendo acopio de todas las fuerzas. Y entre éstas figura también la capacidad de enojarse”. Es de suponer que también se referirá a ésos cristianos consagrados, que cínicamente consideran "no verdaderos" (¿quién lo es entonces?): papas corruptos, asesinos o lascivos; obispos pederastas; prelados ladrones, monjes disolutos, monjas lesbianas, etc. etc. que en su momento se obligaron por juramento, voto o promesa a ser santos (doble transgresión).

¿Hay "santa ira" contra ellos? Esgrimen los panegiristas de su propio pasado que éste es grandioso y glorioso, inmarcesible, admirable y científicamente –históricamente— probado, que "eso" son nimiedades... Nadie se lo podría negar, pero ¿no se puede aplicar la misma regla “histórica” para aquello que ocultan y que otros sacan a la luz, que es una historia tan grande como la de sus hechos gloriosos?

Cuestión de propaganda, pero al decir de muchos la historia claroscura de la Iglesia es tan clara como oscura. Otra de las argucias a que acuden es achacar “toda esa miasma histórica” al espíritu de la época, a que eso entonces era normal… ¿Y según ese espíritu hay que disculpar y comprender los crímenes cometidos por o en nombre de Dios y su religión? Decir esto es insultar a la inteligencia y apelar al absurdo.

Pongamos el caso del cristianismo antes y después del Edicto de Milán. En un primer momento las autoridades romanas fueron tolerantes con el cristianismo incipiente y durante los tres primeros siglos fueron los cristianos los que reclamaban libertad de culto y permisividad (las persecuciones fueron exageradas, algo demostrado por los historiadores): ¿no podrían haber hecho ellos lo mismo a partir del s. IV?

“Espíritu de la época”, el mismo en ambas con distinto tratamiento. Y en todo momento una muerte violenta o injusta es lo que es, no hay espíritu de época que valga.

Dos citas pueden contestar a este argumento, el primero de alguien a quien el cristianismo le repugnaba, el anticlerical Göhte: “Lo que llamáis espíritu de los tiempos, en el fondo no es sino el espíritu de los amos”. El segundo, de uno de sus doctores, San Agustín: “Corren malos tiempos, tiempos miserables, dice la gente. 

Dejadnos vivir bien y serán buenos los tiempos. Porque nosotros mismos somos los tiempos que corren; tal como seamos nosotros, así será nuestro tiempo

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