La ignorancia fuente de credos varios.

Fue Demócrito de Abdera (s V a.c.) filósofo fisicista, el que primero formuló la teoría de que la materia estaba compuesta de átomos. Afirmación novedosa para su tiempo, intuición, pero sin tener idea en absoluto de las implicaciones de tal aserto. No podía tenerla por la carencia total de medios técnicos para verificarla. Sólo en el siglo XX ha sido posible confirmar tal teoría, pero en un sentido diametralmente distinto. Demócrito lo único que hizo fue inventariar una palabra y elucubrar sobre sus cualidades. No podía llegar a la verdad final.

Es de ese periodo, amplio en el tiempo y extenso en territorios, de donde proceden todas las religiones. Prehistoria de la humanidad donde nadie parecía tener idea de lo que en el mundo sucedía, aunque pudiera presentirlo. Es la infancia de la especie, infancia vocinglera y atemorizada. Infancia en la que el ansia necesaria de conocer no pasaba de tentativas pueriles y vagos acercamientos a la verdad. 

En el origen de cualquier explicación religiosa están ese afán por buscar la verdad a la par que la necesidad de instalarse en la comodidad de cualquier explicación; también el deseo de tranquilizar el espíritu y la búsqueda de seguridad. Ni más ni menos que lo que cualquier niño de cualquier época busca.

Los niños, en la etapa de los porqué preguntan, preguntan y preguntan, pero cualquier explicación les sirve. Sus temores y terrores desaparecen cuando la figura del padre o de la madre se muestra ante sus ojos. Ni más ni menos que la prehistoria de la humanidad.

Hoy cualquier niño de Primaria sabe más de la vida, del universo, del entorno, del funcionamiento de las cosas… que cualquiera de los fundadores de religiones. Quizá por eso ya a muy corta edad dejan de interesarles las cuestiones de cielo e infierno. Quizá.

Cuando la Humanidad ha madurado, la religión se ha encontrado sin sustrato. Más aún, los intentos de reconciliar la fe con la ciencia y con la razón, están abocados al más estrepitoso fracaso. ¡Y mira que lo han intentado! Y quien ha cosechado la mayor cantidad de ridículo ha sido siempre la religión.

Hoy serían impensables las religiones que apelaran al clima, la oscuridad, las epidemias, los eclipses, los terremotos, los huracanes... Precisamente preguntas del hombre a las que cualquier iluminado respondía apelando a la ira o a la benevolencia divinas. Si en la época en que aquellas nacieron el vulgo hubiera tenido los conocimientos que tiene hoy un niño de diez años, las religiones habrían nacido asfixiadas.

Curiosamente, cuestiones íntimamente ligadas al hombre, todavía sirven de sustento a los credos: la angustia, las enfermedades, los odios, la rivalidad, la codicia, el amor, el sufrimiento y sus remedios, la solidaridad, etc. Por este agujero es por donde se cuela la “vivencia” más honda de lo espiritual, la religión, Dios, Jesús, la Virgen María, etc.

Añadido a todo ello, el efecto compulsivo de las religiones: fueron éstas las que obligaron al hombre, so pena de verse aherrojado a situaciones de extrema angustia, a pagar los exorbitantes diezmos y tributos con que levantar los imponentes edificios religiosos, edificios que a su vez alimentaban los motivos para creer.

Todavía les queda un amplio campo donde laborar: los mecanismos psíquicos. Sin embargo, poco a poco la extensión divulgativa de los conocimientos psicológicos acabará por arrebatar a la religión ese campo fecundo donde, como en tierra abonada, cae la semilla doctrinal que versa sobre el pecado, el perdón, la reconciliación, las pasiones humanas, los conflictos emocionales...

Ya no es cuestión de preguntar si la religión desaparecerá o no; la verdadera pregunta es “cuándo”.

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