La inadmisible intromisión de los credos en la vida.

La vida se regula a sí misma... si la dejan. El exceso de normativa las más de las veces más perturba que ayuda. 

La interconexión entre la salud física y la mental y viceversa es algo de lo que hoy nadie duda. Especialmente aquellos aspectos que tienen que ver con los instintos --refrenados, coartados o encauzados--, son los que más inciden en la salud física y mental de las personas. Quizá el sexo es el más vulnerable.

El hambre y su satisfacción, la supervivencia;  el territorio y su relación con el sentido de la propiedad; la pervivencia de la especie y su estímulo, el impulso sexual; el gregarismo, nacido del impulso social; el instinto de protección de la prole... Instintos todos que gobiernan la conducta de las personas más de lo que quisiéramos a pesar de creer que somos racionales y que tantísima regulación legislativa ha generado.

¿Por qué será que la religión se ha creído con derecho a legislar sobre aquello que escapa las más de las veces al control del propio individuo? ¿Por qué será que el asunto que más ha preocupado a las religiones ha sido el del sexo? Unas, religiones más importantes y extendidas, para reprimirlo; otras, muy pocas, para estimularlo (recuerden los famosos templos budistas o hinduistas y toda la literatura religiosa sobre el mayor placer sexual).  

Y es un asunto en el que los creyentes alienan su propia voluntad dejando la puerta abierta a lo que otras mentes, generalmente perturbadas, legislan. No perciben que hay asuntos en los que el hombre no tiene que recurrir a los credos para saber cómo tiene que obrar.

Un detalle anecdótico. Allá por los años 65-75 la Iglesia discutía, ordenaba, prescribía, lanzaba peroratas a sus fieles contra los métodos artificiales de control de la natalidad, la píldora anticonceptiva, recomendando el método natural Ogino-Knaus para poder ejercitar el simple goce del sexo como elemento cohesionador de la vida de la pareja. 

¿Alguien hizo caso a lo que decía la Iglesia? Nadie. Perdón, sí, los hubo y ahí vemos parejas de fervorosos y conspicuos miembros de una determinada y actual fuerza viva de la Iglesia henchidas de vástagos, algunas llegando a la docena. Hijos todos del señor Ogino. Los hijos son una bendición de Dios: no sé si de Dios o de la estulticia crédula, pero en muchos de estos matrimonios la vida se tornó harto difícil.

Control de la natalidad que hoy nadie discute, con el que hoy nadie se crea problemas puesto que la dinámica de la vida empuja en determinada dirección: el hombre como plaga de la biosfera (7.600 millones); la economía doméstica precaria que precave de tener descendencia…. Y si en asuntos menores la gente piensa por su cuenta, mucho más en otros aspectos más importantes como los citados anteriormente.

¿Alguien necesita que venga una institución emanada de Dios a decirle que el incesto está prohibido? ¡Pues claro! ¿Alguien se siente coartado a no practicar la pederastia porque lo  diga el anciano jefe de un clan crédulo o esté implícito en un Decálogo? ¿Alguien defiende como normal la prostitución, aunque sea práctica “normal”? ¡Nadie! La propia conciencia y el sentir social son buenos consejeros para el gobierno de la conducta individual. Nadie tiene que venir a decirle a uno que el asesinato y el robo son prácticas sociales execrables. Otra cosa es la regulación del castigo a tales hechos, sobre los cuales sí legisla la sociedad.

En la cuestión prohibitiva o reguladora del sexo lo que se vislumbra es una inquietante relación entre lascivia y extrema represión. Incluso dentro de los muros de la Iglesia. Cuando releo el Manual de Teología Moral de Alfonso María de Ligorio o el tratado de Maechiología no puedo por menos de llevarme las manos a la cabeza: qué refinamiento en la descripción, qué solaz en cuestiones de sexo oral, manual, anal, postural... ¿Qué hay ahí? ¿Instrucción de los curas? ¿Líneas de actuación? Mucho lo dudo. Eso sí, lo más procaz en latín, por si acaso.

Las conclusiones pueden ser muchas, pero una de ellas es elemental, dicho con la mayor claridad posible: no se concibe cómo defienden el “diseño” divino del mundo y a la vez regulan su funcionamiento… ¡a la contra!, de manera tan enfrentada a la supuesta creación. No se concibe. Algo falla.

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