¡…Pues mira que tú!
| Pablo Heras Alonso.
He llegado al convencimiento de que al menos sus próceres más despiertos y una gran masa de creyentes conspicuos han llegado a la evidencia de al menos gran parte de los enunciados que siguen:
- de que sus textos fundacionales son pura fábula y sus narraciones recopilación de mitos
- asimismo, que su imposición doctrinal al pueblo ha sido siempre obra de los hombres, no directamente de Dios o profetas que reciben de Dios el legado
- que la Iglesia ha sido durante siglos la mayor enemiga de la ciencia, de la investigación y, sobre todo, del pensamiento libre
- durante siglos su subsistencia se ha sustentado en miedo, imposición de su verdad y, en definitiva, mentiras
- ha sido a la vez cómplice y coautora de la ignorancia y de los sentimientos de culpa inducidos principalmente por miedo a un más allá inexistente y a castigos eternos
- ha justificado e incluso llevado a cabo la esclavitud, el genocidio, el racismo y la tiranía, sola o en connivencia con el poder civil
- finalmente, que si en el pasado la religión tuvo cierta utilidad para tranquilizar conciencias, hoy resulta un legado inútil para ese propósito. Se salva únicamente como “corpus” cultural indudable.
Saben también, porque incluso lo reconocen, que sus opiniones sobre el origen del cosmos o sobre el origen de las especies animales y del hombre son marginales, irrelevantes y fuera de todo contexto científico. El creacionismo que en ciertos países anglosajones y por parte de algún que otro científico se ha defendido hasta la década de 1970, hoy ha sido arrumbado definitivamente. Afirmar a diario “Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra…” resulta hasta bochornoso si se toma en serio.
Las opiniones de la Iglesia sobre cualquier tema humano siempre han ido a remolque de lo que se iba descubriendo. Siempre acomodándose a las circunstancias. Hace bien poco salía por peteneras diciendo que “la Iglesia nunca ha condenado la teoría de la evolución”. Todavía dicen “teoría”, cuando se ha demostrado “evidencia científica”. No la han condenado... pero han seguido manteniendo que Dios creó el mundo y todo lo que se le puso por delante. ¡Es tan simplista el argumento! Dicen: esto existe, luego lo ha creado Dios. Algo parecido sucede con las profecías que, primero, suceden los hechos y luego los profetizan.
Decimos que muchos en la Iglesia reconocen esto y lo otro. No tienen más remedio. Y admiten que se equivocó al establecer tribunales sanguinarios; reconocen el error de la caza de brujas; el genocidio practicado por las Cruzadas; son capaces incluso de admitir que el imperialismo de la fe unido a la espada no era ni es el camino; incluso reconocen, dentro de sus escritos institucionales, el horror de muchos relatos del Antiguo Testamento.
¿Y cuál es su defensa ahora? El sempiterno “más lo eres tú”. ¡Y bajo su punto de vista tienen razón! Expliquémonos. Cuando la religión ha reculado porque los regímenes políticos laicos han declarado la separación efectiva entre Estado e Iglesia, cuando no la expulsión de los credos del ejercicio social, “constata” que tales regímenes persecutores han sido peores que los promovidos y defendidos por ella.
El franquismo fue lo que fue y estuvo bendecido por la Iglesia. Ahora, con razón, puede decir que no es mejor este “sistema” democrático que el anterior: aquél pecaba de esto y lo otro; éste hace aguas por aquí y por allá. Y tienen razón. Y no digamos nada de todos los regímenes comunistas, ateos, tiranos y genocidas surgidos hace más de 100 años.
Dostoyevsky, en “Los hermanos Karamazov”, denigraba a la religión que santificaba un régimen despótico y opresor, el de los zares; asimismo hacía befa de un personaje tópico, el de los clérigos vanidosos, crédulos y necios en la figura de Smerdiakov; pero también habría que haber dado la razón a Smerdiakov cuando afirmaba que “si Dios no existe, tampoco la virtud”, a la vista de lo que resultó después de la Revolución de 1917.
Más todavía, podríamos admitir, con ellos, que el totalitarismo laico ha significado en la historia el súmmum y la quintaesencia de la maldad humana. Stalin primero y Hitler después con la recua de tiranos que siguieron, suplantaron a los dioses crueles y vengadores de sus propios demonios. Es éste quizá uno de los pocos argumentos que hoy día les quedan para afirmar la superioridad de las creencias como sustentadoras de la moral e incluso de la civilización.
Pues a despecho de todo ello… ¡no! El hombre ha de ser bueno estimulado únicamente por su propia “humanidad”.