Sobre monjas y vírgenes, ayer igual que hoy.

Siglo XIX, opiniones para todos los gustos. 

Situémonos: la mayor parte del siglo tras la declaración de Isabel II como “mayor de edad” (con 13 años), transcurrió en levantamientos y revoluciones. Ahora los moderados, luego los liberales, aquí Espartero, luego Narváez, más tarde Istúriz, más allá O’Donnell con Espartero... y así hasta que echaron a la “buena” y licenciosa Isabel II. Y siempre a tiros y fusilamientos. 

Traigo a colación las opiniones de María Ignacia, casada con el marqués de Beramendi, Pepe Fajardo, no compartidas por todos, por supuesto, pero... Flotaba en el ambiente la indignación popular contra la injerencia en asuntos de estado de dos personajes muy “sui géneris”, la monja concepcionista Sor Patrocinio y el escolapio Padre Fulgencio, versión española de Rasputín, que le tenían comida la conciencia a la reina Isabel II y con ella enredaban por la redención de España [1].

Jugaban con su complejo de culpabilidad y su temor al infierno, por aquello de que casi ninguno de sus doce o nueve hijos los había tenido con su esposo legal, el afeminado Francisco de Asís de Borbón, "paquita", como le llamó la casadera Isabel. Y, luego, cada vez que a la reina le nacía uno, éste recibía un millón de reales como “premio”. Eso se decía.

La fea, aunque riquísima y cáustica María Ignacia, se sincera con su marido en estos términos, harta de tanto rosario con sus tías:  

“Ay, si yo fuera Reina, si yo fuera Narváez y Bodega (ayudante y criado de Narváez) reunidos, ¿sabes lo que haría? Plantar en la calle a todas las monjas y suprimir la vida de claustro. La que quiera dedicarse a rezar por los pecadores, que rece en su casa. ¡Mira que llamarlas esposas de Jesucristo! ¡Qué indecencia! ¿Cuándo tuvo el Redentor esposas, ni mentó para nada estos casorios? ¿Ni qué falta le hacen a Dios estos coros de vírgenes flatulentas, aburridas y desaseadas?

¡Ay, si mis tías me oyeran! Creerían que me he vuelto loca... Pues algún día, cuando yo acabe de perder la vergüenza, pues hasta hoy no la he perdido más que para ti, les diré que el Señor no puede estar conforme con tanta virginidad ni estimar a las doncellas más que a las casadas.

¡A dónde iría a parar la Humanidad si todas nos quedásemos para vestir imágenes! ¿Nacen o no nacen las criaturas? Pues si nacemos, claro es que tiene que haber madres, ¡y lo que es madres vírgenes...! No se sabe más que de una, María Santísima... Conque, sin mamás y papás, ¿cómo ha de haber mundo y personas?

Pero dejemos esto y sigo contándote que el padre Fulgencio tomó chocolate, no sin hacer antes muchos repulgos con su boquita... 

(Galdós. Episodios Nacionales, Nº 32º “Narváez”)

[1] No es ésta la imagen que de María Josefa de los Dolores Anastasia de Quiroga Capopardo, tiene la Iglesia. Fue maestra de novicias, abadesa, fundadora de 19 conventos, tuvo visiones de la Virgen, se la conocía como “la monja de las llagas”... Su proceso de beatificación iniciado en 1907, no está parado.

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