El mundo sin Dios es un infierno… ¿Y con Él?

He encontrado este artículo perdido en un archivo en un rincón arcano del ordenador. No sé si lo publiqué o no. Pero como me ha parecido que está bien, lo traigo aquí. Releer tampoco es óbice de nada.

Copio una frase que, aunque dicha por Benedicto XVI, ha sido recurrencia habitual en boca de todos los papas, especialmente los últimos. También en Francisco aunque de manera tangencial.

La experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un infierno, donde prevalecen el egoísmo, las divisiones en las familias, el odio entre las personas y los pueblos, la falta de amor, alegría y esperanza” (1) 

El mundo sin Dios es un infierno… La experiencia lo enseña…”. Fuerte, ¿no? Tanta rotundidad trastorna y remueve la albufera del pensamiento e incluso del sentimiento.

Habría que decir a Sus Santidades que moderen sus palabras o que las contrasten con la realidad. Porque lo que se dice es, simple y llanamente, MENTIRA.

Vayamos al grano. Los pontífices, como es su deber en estos siglos de descreimiento, aseguran que todos los males enumerados -egoísmo, división, odio, desamor, tristeza y desesperanza- son causados por la ausencia de Dios. Con el añadido o prolegómenos de que esta constatación es una enseñanza que nos viene dada por la experiencia.

Cabría preguntar a estos Padres Santos a qué experiencia “infernal” se refieren. ¿A la suya, la mía, la de los santos, la de los condenados, la de los perseguidos, la de los perseguidores, la de los pecadores, la de los que sin pecar se sienten indignos, la de los bautizados, la de los que murieron sin bautismo, la de Galileo, la de Tomás de Aquino, la de los que aguantaron a la pareja que no querían, la de los que se divorciaron de la suya, la de los homosexuales marginados, la de los heterosexuales que los discriminaban, la de los que viven de la caridad, la de los que demandan justicia, la de los pobres que pasan por el ojo de una aguja, la de los ricos que no van al cielo, la de los que lloran sin consuelo, la de los que son consolados...? Todas son "experiencias infernales". ¿A qué experiencia y a qué infierno se refieren los pontífices?

Yo tan sólo puedo hablar de la mía y no coincido con él. La época más insulsa, impersonal y alienada de mi vida fue cuando creía en Dios, en su dios, en el dios católico. Aunque, hablando con propiedad, la convivencia con Dios se reducía a esos momentos de lucidez y no de somnolencia en que, por imperativo social o escolar, debíamos estar en el recinto de la iglesia. Hablábamos con Dios, o con su Hijo, o con su Madre durante un rato, mirando a una estatua o a la nada y luego, a olvidarnos de todo eso. Fue principalmente durante mi niñez y adolescencia. Bien es verdad que todo se edulcoraba con la madre y el padre celestiales que nos aman.

A los catorce años y siguientes próximos, mi bagaje vital se reducía a la creencia en un ser todopoderoso, un cielo para gozar y un infierno para penar. También una moral que me provocaba sentimientos continuos y alternativos de culpa, pecado y liberación.

Necesariamente había que confesarse y ya era doble suplicio añadido --otro infierno más-- tener que rebuscar en el arcón de la memoria culpas que referir (eso sí, había listados que ayudaban a ello), con el añadido de tener que contar periódicamente tales miserias a uno de mis educadores.

Y por adicionar algo más, se me había instruido en el desprecio e intolerancia hacia todo aquello que no fuese conforme con este pertrecho de creencias incontestables.

Los primeros decenios de mi existencia, en los que creía ciegamente en dios, estuvieron presididos por el miedo, la culpa y la ignorancia. Ésta ha sido mi experiencia. Que cuente el Papa la suya. Luego vino la experiencia intelectual de conocer el “glorioso” pasado de la Iglesia, la de comparar dioses, la de entrever mentiras doctrinales... No podemos entrar en detalles de todos sabidos.

El egoísmo, el odio, el desamor, la tristeza y la desesperanza existirán siempre porque son sentimientos consustanciales a la naturaleza humana. Lo maravilloso es que el altruismo, el afecto, el amor, la alegría y la esperanza seguirán, también, anidando en el corazón de las personas, sean éstas creyentes, agnósticas, ateas o personas normales. Y dios, con todos mis respetos, no pinta nada en que deje de ser así. El hombre es como es, crea en esto o en lo contrario.

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(1)(Benedicto XVI. Mensaje con motivo de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Madrid en agosto de 2011).

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