La necesaria conversión. El miedo (3)

El miedo a lo que me pueda pasar o a cómo enfrentar situaciones nuevas... ¡Cuánto de esto en quienes tienen que aceptar el modo de vida que comenzó en el seminario y continuó sin convencimiento! 

Quien piensa en su conducta, y no todos son capaces de hacerlo, echa la vista atrás para buscar los motivos, por qué obró de esa manera, por qué mantuvo tal o cual actitud, por qué continuó haciendo lo mismo a sabiendas de que...

Solemos encontrar con más facilidad los motivos en conductas ajenas que en las propias, quizá porque muchas de esas conductas suelen ser “de libro”: obsesiones, compulsiones, neurosis progresivas o desarrolladas, etc.

Nuestro sacerdote “convertido” con quien yo charlaba se preguntaba cómo fue capaz de mantener creencias y conductas, que luego las ha visto absurdas e incluso aberrantes, durante tanto tiempo. Y apuntaba gráficamente una de las causas: “Estaba endrogado”.

Hablaba también de creencias inculcadas en la niñez, reafirmadas –reforzadas—en la juventud y continuadas con la práctica durante toda la vida, motivo por el cual era bien difícil erradicarlas del conglomerado actitudinal de la persona.

Pero apuntaba, asimismo, una nueva causa: el miedo. Tómese miedo en un sentido que trasciende eso de “temor a males o castigos futuros”. Miedo como recelo a lo que pueda pasar, como aprensión, como ansiedad por abandonar, con los hábitos, otros hábitos largamente desarrollados.  Era una desconfianza, un desasosiego por el repuesto que debiera llenar el hueco dejado por tantas sensaciones y emociones vividas al amparo de la fe.

Es el “miedo vital”, pero también el “miedo sacro”, expresión que alguien acuñó como elemento que se encastra en la mente, propiciado por imágenes e ideas transmitidas o generadas por los académicos de la Iglesia, teólogos, doctores y propagadores de la fe.

No era propósito primero de la Iglesia el manipular (sus propósitos eran más espirituales, altruistas y elevados) ni, menos subyugar las conciencias. O al menos jamás admitirán que lo fuera ni admitirán que lo hacen, convencidos de que son los portadores y transmisores del mayor bien posible para las almas, su salvación.

Lógicamente todo lo que se opone, se enfrenta o hace peligrar la salvación prometida es malo. Ya se han encargado a lo largo de los siglos de hacer saber de qué elementos constitutivos está formada esa maldad y cuáles son las consecuencias de caer en sus garras.

El miedo –que es duda, desasosiego, prevención incluso—tiene sus efectos en la mente. En primer lugar, el miedo impide pensar, impide tener fría la mente, busca respuestas inmediatas, algo asimilable a actos reflejos. Tales respuestas también las proporciona la organización, desde jaculatorias, dirección espiritual, confesión, etc. 

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