Sobre el nombre y el qué de los ateos.

Es algo a lo que hemos aludido otras veces, sí, pero es menester volver una y otra vez para erradicar conceptos que los crédulos utilizan como dardos, con el propósito velado de denigrar a quienes, en cuestión de creencias, piensan y viven como personas "normales". Advertencia preliminar: no negamos que en el resto de las actividades humanas los creyentes no obren y piensen como "normales". Hablamos de creencias. 

El concepto de Dios lleva implícito el de suma bondad, sumo bien, suma perfección; de ahí que negar a Dios lleve también implícita la identificación con el sumo mal. Y la persona que niegue a Dios vendrá a ser como el satán de la mentira, portavoz, mejor “portaluz” (lucifer) del odio y de la depravación.

Lo afirmativo, lo innegable, lo real es Dios. Buscando una palabra que defina lo otro y al otro, ateísmo y ateo, no por contraposición o negación sino en sentido positivo, en sentido afirmativo, ¿qué palabra encontramos? ¡No existe! Se han ensayado muchos términos pero ninguno ha cuajado por encima de la denominación cáustica de a-teo. 

 La Lógica filosófica dice que no se puede definir algo por sus caracteres negativos, por oposición a algo, por ser negación de algo. Sin embargo, no existe definición, ni por lo tanto denominación, de la persona que niega a Dios o, más correctamente, del que piensa y vive prescindiendo de Dios. Ninguno ha cuajado por encima de la denominación cáustica de a-teo.

Insistimos en lo dicho, la denominación del que piensa, labora, obra, vive, se relaciona con los demás prescindiendo de la existencia de Dios: los intérpretes de Dios son un tanto reduccionistas, porque "ése" es un ATEO. Así, inventan todo, hasta el concepto de los que niegan a Dios. Y como Dios todo lo invade, no puede existir espacio real para el que niega esa invención.

 Esto, en el mundo actual, en que estadísticamente el número de los que niegan a "ese" Dios creado por los humanos es grande y porcentualmente significativo, es una aberración lógica dado que, además, nadie que niegue a Dios se queda en la mera afirmación de su negatividad.

La conclusión es que es necesario redefinir al ateo, término éste que a los teístas les sirve como definición connotativamente denigratoria.  

Dios ha hablado, dicen los que hablan de Dios. Pero, directamente, Dios es el silencio absoluto. Dios sólo habla o ha hablado por intermediarios: sus profetas, sus apóstoles y los intérpretes de profetas y apóstoles, sus sacerdotes. Nadie ha oído directamente a Dios.

 ¿Quién me asegura a mí que sus intérpretes no están inventando? ¿Quién me asegura a mí que sus intérpretes no están imponiendo criterios, verdades, dogmas, mandamientos, ritos, prescripciones, días... que a ellos les convienen y que sólo a ellos sirven? ¡Es que, de hecho, siempre ha sido así en todas las religiones! Los hombres son muy fáciles de convencer y de engañar y, con tiempo y poder, cualquier invención se convierte en verdad.

Sucede que, en expresión acuñada en ámbitos otrora impregnados de credulidad,  "del cielo para abajo, ningún hombre está por encima de otro hombre". Si esto es así, porque lo es, ¿qué prerrogativas tiene el emisario de Dios para decir que él ha oído a Dios, que tiene la verdad y los que no aceptan "esa" verdad, no pueden estar en la verdad, la verdad de su negación? 

Según lo dicho, debemos redefinir la situación de la humanidad, de los “hombres iguales”, hombres que podríamos adjetivar como “normales”. Cuando aparece Dios en la escena, encontramos dos clases de hombres: el CREYENTE o CRÉDULO y el hombre NORMAL. Primero está el hombre normal cuyas funciones vitales son nacer, crecer, reproducirse y morir y cuyas actividades sobreañadidas pasan por el ámbito del pensamiento, la técnica y la cultura (técnica en cuanto se procura los elementos necesarios para resolver sus dificultades y cultura compendio de actividades mentales adquiridas o producidas).

 El creer en algo sobrenatural que rige nuestro destino es un elemento añadido dentro de la parcela cultural, una parcela mínima del yo que algunos magnifican de tal modo que "parece" ser el constitutivo esencial del hombre. Y añaden, además, que ese es el "sentido" del hombre.

 Insistimos: la verdadera distinción se da entre hombre NORMALES y hombres CRÉDULOS, sometidos éstos a mayor o menor grado de credulidad. Ateo es su forma de denigrar al contrario.

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