Los pasados “políticos” recientes de la Iglesia.
| Pablo Heras Alonso.
Que la Iglesia haya colaborado o buscado la anuencia de los distintos estados donde ha esparcido su semilla de salvación, puede considerarse algo normal y hasta loable. También la Iglesia es a la vez un Estado a la par que una institución plurinacional. Sumisión, colaboración, sustento de la moralidad, difusión de doctrina favorable a la autoridad, paz social… pueden ser argumentos convincentes para una colaboración beneficiosa para ambas entidades.
Cosa bien distinta es que la Iglesia se alce como entidad sustitutoria de determinadas funciones del Estado, como sucedió en tiempos pasados. O que, no pudiendo lograrlo, sea proclive a unirse a los propósitos de determinados líderes que también buscan el “bien” de su pueblo, líderes tiranos, autócratas o dictadores.
Interesante es sumergirse en el pasado borrascoso de inicios del siglo XX, cuando occidente sufrió la mayor convulsión de su historia que condujo a dos guerras mundiales, al nacimiento de la ideología comunista que tanto mal ha procurado al mundo, además de derivar en un enconado enfrentamiento de ideologías y, como consecuencia, de sociedades enfrentadas.
Cuando la chispa hizo saltar por los aires convencionalismos y estructuras, la Iglesia poco pudo hacer para cambiar el rumbo de Europa y del mundo. A pesar de ciertos claroscuros, la Iglesia hizo lo que pudo, que no fue poco. Estaba “ahí”, pero nada más. ¿Pero antes? ¿Cuál fue la relación con regímenes felizmente periclitados? Esto es historia bien conocida que puede hacer reflexionar a quien quiera entender lo que fue, y es, la Iglesia.
Su relación con el fascismo italiano. El fascismo propugna una estructuración social orgánica (familia, sindicato, parlamento) y corporativa con un líder al frente. Su ideología defiende los “valores tradicionales”, la nación, la religión. Lógicamente la Iglesia simpatizó desde el primer momento con dicho movimiento. Quizá también porque el fascismo tenía su bestia negra en el comunismo.
Nada más instalarse Mussolini en el poder, el Vaticano firmó con el “régimen” los Acuerdos de Letrán (11 febrero 1929). Dichos acuerdos supusieron la creación del minúsculo Estado Vaticano, en conflicto desde 1870 con la reconocida “reunificación italiana”; la católica sería la única religión de Italia; tendría el monopolio sobre el registro de nacimientos, matrimonios, defunciones y educación; asimismo, la Iglesia recibió una “compensación” por la pérdida de los territorios pontificios.
A cambio la Iglesia instaría a sus fieles a que votaran a Mussolini. Pío XI dijo de él que “era enviado por la Providencia”. Para no “incordiar”, la Iglesia más o menos disolvió los partidos “cristianos” fundando un pseudo partido descafeinado, Acción Católica. Dado que los países a invadir –Libia, Abisinia, Albania—no eran católicos, la Iglesia calló ante los afanes imperialistas de Mussolini. A la postre, todos salieron beneficiados con el “silencio de los corderos”.
La Iglesia fue aliada fiel de regímenes fascistas como el de España, Portugal o Croacia. La Iglesia aplaudió y refrendó la política de Horthy, decidido anticomunista, en Hungría. El caso de Eslovaquia fue singular: el sacerdote, diputado y ministro Joseph Tiso llegó a la presidencia de la República Eslovaca en 1939, fiel aliada de Alemania. Todos sabemos cómo terminó sus días.
El cardenal de Austria Theodor Innitzer junto al episcopado austriaco proclamó su beneplácito por el Anschluss, aunque más tarde se retractó siendo la postura oficial de la Iglesia contraria. Irlanda ha venido siendo un feudo de la Iglesia hasta hace bien poco y todos sabemos cómo pensaba y actuaba su presidente Eamon Valera, que recibió de Juan XXIII la “Orden de Cristo”. En Francia los partidos de ideología cristiana y, por tanto, proclives a secundar a la Iglesia llegaron a colaborar con la Alemania nazi. En el fondo su pensamiento, era mejor eso que tener a un judío socialista como presidente (Leon Blum).
La Iglesia ha querido desprenderse de cierta pátina negra, pero la historia no se borra de un plumazo y menos siendo historia tan reciente. Tales connivencias ni se perdonan ni se deben olvidar. Una sociedad eterna debe purgar sus temporalidades aquí en la tierra y no en el cielo.