Y pasarán mil años...

Aunque somos reos del pasado, tenemos, sin embargo, la capacidad racional de hacer "prospectiva", algo que nada tiene que ver con futurologías de pacotilla ni profecías ni adivinaciones. 

Dentro de cien años todos calvos. Y dentro de mil, de estos últimos cien años sólo el recuerdo, que ni siquiera constará en páginas escritas, de una época en que se produjo una verdadera revolución: la efervescencia informática, cuando surgió internet, cuando se produjo la mutación de los pulgares debida al sobreabuso de los mismos, cuando la humanidad despedazada comenzó a pensar que la paz mundial era posible, cuando el hombre cayó en la cuenta de que debía ser uno más dentro del planeta Tierra. O sea, otro renacimiento, bien que plagado de guerras locales.

Vengamos a las religiones oteando el pasado para vislumbrar el futuro. No olvidemos que los dioses siempre han sido “inmortales”. Aunque con coletazos y restos sin vigencia alguna, hace algo más de dos mil años desapareció prácticamente la religión egipcia; hace unos mil seiscientos años, más o menos, sucumbió la religión romana; también el Olimpo griego dijo adiós a sus dioses; y no se sabe cuántos siglos hace que desaparecieron las religiones del Creciente Fértil, Mesopotamia.

Hoy, entre el Theravada, con sus apenas 200 mil seguidores y el cristianismo, con sus 2.400 millones de adeptos, hay 23 religiones y más de 4.300 grupos religiosos (según adherents.com). Pero desde que se tienen datos han desaparecido cientos de ellas. Por ejemplo, de una religión mediana, la judía, los grupos “henoteístas”, como el mandeísmo, el sabeísmo, el samaritanismo, druzismo o bahaísmo. También han desaparecido algunas ramas de las religiones dhármicas (región de la India). De Zoroastro, de Mitra, del maniqueísmo o yazidismo, religiones persas, nadie se acuerda, aunque queden restos entre Irán e Iraq.

Nada queda de ciertas religiones europeas, celtas o eslavas, a no ser ciertos elementos que perduran en el folklore: druismo, romuva, streghería, asatrú, etc. También han prácticamente desaparecido el animismo y el chamanismo.  No consta que haya fieles que mantengan las religiones de los Incas o Mayas.

De lo dicho arriba, dioses inmortales, se deduce que debe haber por ahí un grandioso recinto, un “zeodomus”, donde puede ser que convivan en buena armonía todos ellos... o estén comulgando con hostias mutuas por toda la eternidad, la suya.

De lo sucedido se colige lo que va a suceder. Lo más probable es que dentro de mil años la religión cristiana sea sólo otro elemento más de la cultura, propio de civilizaciones ancestrales en cierto modo atrasadas, impropias de un ser llamado verdaderamente hombre. Una cultura que estudiarán los adolescentes, si todavía hay mundo.

El relativismo es muy sano a la hora de enjuiciar nuestras propias decisiones y criterios.  Y un relativismo con criterios de futuro fundados en experiencias del pasado tiene todas las garantías de fiabilidad. Y al paso que camina el cristianismo, no será necesario que la humanidad espere otros mil años.

Dirá el fiel creyente que el futuro a él no le importa, que los tiempos venideros no le pertenecen, que su religión le sirve, hoy y ahora, para vivir mejor, más confiado y más estimulado. ¡Qué sano es el relativismo! El pasado nos enseña a vivir el presente y elucubrar sobre el futuro. Pero pensando incluso en su propia “realización” personal, ¿no cree que puede tener ese mismo sentimiento de comienzo del párrafo si se atiene a postulados humanos, si se rige por normas éticas universales, si cultiva de igual modo su conciencia, si practica la reflexión sobre sus pensamientos y conducta? No necesita acudir a instancias extrínsecas como son las veleidades religiosas que más son sustitución o huida de la realidad que otra cosa.

Cierto que aún es pronto para decir todo esto; que gran parte de la humanidad necesita de las religiones; que el acervo religioso es, para muchos, prácticamente toda su cultura; que las prácticas religiosas forman una gran parte del legado de sus mayores; que no podría prescindir de la religión so pena de vivir en el desgarro anímico provocado por tal ausencia…

Pero también es cierto que ya hay una gran masa de la humanidad –dice la estadística que unos 1.200 millones de individuos— que ha dado de lado postulaciones, normas e incluso burocracias religiosas como controladoras de su existencia sin que sientan que algo les falta en su vida. Yo todavía navego entre dos aguas, porque si bien he sentido lo vaporoso que es Dios, no puedo prescindir de él, más que nada por no dejar huérfano de chacota a alguien que se asoma por estas “windows”.

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