Los peligros de comparar o imaginar. Isis, Istar... – María.

En la época en que comenzó a expandirse la imaginería sacra por iglesias y catedrales hasta devenir en suculento negocio, las imágenes de Cristo, la Virgen y los santos se tomaban como invención puntual de artistas creyentes. Eran los Evangelios y el Antiguo Testamento los que inspiraban.
Impensable en un rústico creyente, quizá sí en un “científico” de la fe medieval, tener conocimiento de la imaginería religiosa de épocas pasadas, de Roma o del antiguo Egipto, o religiones coetáneas.
Y en el caso en que sí hubiera sido posible, bien se encargaron los guardianes de la fe de prevenir doctrinalmente a la plebe contra el vicio de pensar en similitudes procaces.
Por otra parte, el modo más efectivo de acondicionar el ambiente crédulo fue raer de la faz de la tierra cualquier signo, imagen o leyenda que pudiera inducir a ello.
Sólo en siglos cercanos al nuestro, no más de dos o tres, antropólogos, trotamundos y exploradores fueron dando cuenta de extrañas novedades halladas en lejanos lugares. Anteriormente los propagadores de la fe verdadera dedicaban su apologética a destruir imágenes de los falsos dioses, como sucedió en América Latina.
Estas reflexiones me han venido a la mente al contemplar la figura de Isis amamantando a su hijo Horus. ¿Cómo no va a sugerir dicha efigie la de la Virgen María sosteniendo en sus rodillas a su hijo Jesús o amamantándolo? ¿Y cómo no pensar, acto seguido, que la diosa Isis es un trasunto o precedente del culto a otra diosa, María? ¿Y cómo no llegar a un ineludible relativismo si las creencias están plagadas de los mismos elementos simbólicos o figurativos, sirviendo de préstamo de unas a otras?
Necesaria y finalmente, de este pensamiento se llega a la conclusión de que todos los credos no son sino invención de los mortales que, en un deseo de trascender lo humano, elevan a categoría intemporal y sobrenatural impulsos, corazonadas, imaginaciones, necesidades y deseos insatisfechos o desconocidos.
El “enigma” de la maternidad, de la propagación de la vida, de la madre, es uno de los “misterios” que ha generado los mitos más profundos, más vívidos y más sentidos desde el origen de los tiempos. Y todas las "madres" que en los mitos han sido, tienen el mismo origen y guardan relación unos con otros.
Recordemos los mitos arcadio-babilónicos de Ishtar de los que proceden Astoret o Astarot, Astarté e incluso Esther (Libro de Ester 2, 5. 17). En la región de Canaán, tierra prometida por Yahvé a su pueblo elegido, se veneraba a la “diosa madre” Ashera, unida al dios “El” o “Baal”.
Todas las reinas diosas conocidas, Isis, Istar, Inana, Astarté, Afrodita, Semiramis, etc. tienen la denominación de “reinas del cielo” y “diosas madre”. Todas ellas se asocian al planeta Venus, el astro que alumbra los cielos por la mañana y por la tarde, aunque también a los ciclos lunares que guardan relación con los ciclos de fecundidad femenina.
Ishtar era la diosa asirio-babilónica del amor y la guerra. A pesar de haber tenido relaciones con muchos dioses, permaneció “siempre virgen”, como la Virgen María.
Las similitudes o simples préstamos de mitos eran moneda corriente en civilizaciones anteriores al cristianismo. Lo mismo que Isis es madre del dios Horus, la reina divinizada asiria Semiramis, hija de una diosa, es la madre de Nimrod o Tamuz, citado de manera rara en el Génesis (10.8), que por ser éste un excelente cazador halló gracia ante Yahvé.
Todas las religiones surgidas al Oeste del “Creciente Fértil” (o Mesopotamia que viene a significar “entre los ríos” Tigris y Éufrates) tienen un débito con las religiones de este entorno político y religioso asirio babilónico.
A pesar de su origen egipcio,el culto a Isis, madre y reina de los cielos, pasó a Roma donde se convirtió en religión mistérica muy popular . Otro tanto sucedió con el culto a Diana, de origen griego (Artemisa, la que llamaban “Diana de Éfeso” porque en tal ciudad estaba centralizado el culto a Artemisa.
En todas las religiones conocidas destacan figuras femeninas, diosas, madres a la vez que vírgenes. Era una forma de hacer inteligible o representar el misterio de la vida.
La religión cristiana, nacida en un entorno determinado, con cultos bien arraigados a las diosas madres, no podía prescindir de lo mismo, de tener su propia diosa madre, María.
No sin razón, a la Virgen María la hicieran residir en Éfeso tras la muerte de su Hijo de donde, tras su "dormición", la trasladaron los ángeles al cielo (mito de la Asunción).
Precisamente en Éfeso (Concilio, año 431) declararon a María “madre de dios”. Había que arrancar de tal ciudad cualquier signo o referencia a diosas vírgenes y madres, sustituyendo las falsas por la verdadera.
Son las acrobacias que, desde la declaración de Éfeso, realizaron los grandes teólogos o padres de la Iglesia para elaborar una doctrina propia sobre María que “nada tiene que ver con la mitología pagana, porque en María comienza la historia de la salvación”. A partir de la “maternidad divina de María”, vino luego la “virginidad perpetua” (Concilio de Letrán, año 649), la “inmaculada concepción” (Vaticano, año 1854) y la “ascensión de María” (Vaticano, año 1950).
Y por todo el mundo, la entronización de millones de vírgenes locales bajo las advocaciones más variopintas que están convirtiendo a la Virgen María en intercesora más efectiva que aquel que lo es por derecho propio, Cristo Jesús. ¡Cuánta teología sobre María “mediadora”!
¿Qué deducir de todo ello? Por supuesto que lo que cada uno quiera, porque en cuestión de credulidades el creyente y el crédulo son libres de embestir con su testuz en el saliente que quieran.
La primera deducción, lógica, es que esto diera que pensar... pero es mucho suponer. Lo normal sería deducir que, al igual que las “otras”, María no deja de ser la encarnación de un mito. Y que por el sesgo que tomaron las cosas, ver cómo desapareció la mujer ante la surgencia de la nueva diosa. Asimismo, que una religión repleta de mitos varoniles estaba urgida a tener su propia diosa so pena de sufrir lagunas emocionales o carencias no deseadas.