Ha perdido la fe.
| Pablo Heras Alonso.
No es expresión en primera persona que salga de labios de quien ha dado de lado creencias otrora sustentadas. Más bien es “lo que dicen de él” quienes antes fueran sus cofrades, colegas y hasta amigos. A partir de esa situación, el recién converso se puede convertir en apóstol o puede tomar otros rumbos y recomenzar una situación espiritual teniendo como eje vital su propia vida. Los que siguen con su fe, se apartarán de él como si de apestado se tratara: ha perdido la fe, cuidado con el contagio.
Las diatribas se dirimen con fervor en los foros religiosos, nuevo escenario donde ejercen la disciplina apologética unos y otros. Digamos a favor de la nueva situación que ni estos unos y esos otros tienen cárceles propias donde conduzcan al opositor para convencerlo con cadenas, celdas de castigo, hogueras o checas: algo hemos avanzado en civilización. Nótese lo que decimos, “civilización”, que no “religación” o “religiosización”.
Hay, sin embargo, ámbitos irrecuperables y creyentes convictos que negarán el derecho a vivir al contrario, en uno y otro bando. El de ideas opuestas se convierte en enemigo, porque con las convicciones propias no se juega, parecen decir. Más si encuentran eco de lo que dicen en palmeros de su convicción.
Y es en este momento cuando, desde nuestra posición, lanzamos al viento nuestras proclamas como “responsorios” de un mínimo credo humanista cuando de contender con argumentos se trata:
1º) La persona merece un respeto absoluto, aunque se discrepe de sus ideas. Se puede tildar de majadera, sandia, vacía o simple una afirmación, pero se ha de procurar que la persona quede siempre a salvo de la denigración.
2º) Contradecir como sea el mundo crédulo no es sinónimo de odiar: yo estoy convencido de que la credulidad debe desaparecer –la que sea— y debe ser sustituida por un mundo de principios mentales más humanos, racionales, psicológicos y éticos, pero eso no implica odio alguno, porque el odio, se quiera o no, siempre procura el mal para el contrario. ¿O es cuestión de palabras?
3º) Los argumentos deben ser contestados con argumentos, no con descalificaciones personales o recomendaciones como “mejor le valiera rezar un poco, pedir que Dios le conceda la gracia de la fe y buscar el amor de Jesús”.
A este respecto, me viene a la mente el proverbio cuyos hemistiquios son de todo punto contradictorios: “A Dios sólo se accede por la fe, pero la fe es un don de Dios”. Me quedo perplejo ante tal contradicción. Yo, mísero e “infelice”, no sé cómo salir de este círculo vicioso. Veamos: para mí, por no tener fe, la realidad “Dios” ha dejado de existir. ¿A quién voy a pedir la fe? ¡Y esto es incontestable, señores!
Y no digan: “Pobrecillo, ha perdido la fe”, sino: “Vaya, uno más que rayó –-pasado de raer-- de su epidermis el chapapote de la credulidad y no le ha pasado nada”. En fin, “hóminem Diógenes in finem ínvenit”.