El proceso de vivir siendo dueños de nuestra vida.

Quizá más propiamente “el proceso de saber vivir”.

El apetito hace que la comida sea una fiesta. Lo mismo sucede con la inteligencia. Nadie que tenga cerradas las puertas de la razón podrá saborear todo lo que el manjar de la naturaleza, de la convivencia y de la experiencia propia puede ofrecer. ¿Qué otra cosa es lo que tan frecuentemente oímos de tener “apertura mental”?

La racionalidad genera una “visión cabal” de las cosas, de las personas y de las situaciones. Pero tal “visión” sólo es fruto de una actitud de estudio, de un sometiendo de nuestros criterios a consulta, incluso del sometimiento de nuestro criterio al de otros. Una visión cuanto más completa, más ajustada es a la realidad, de la cual derivará, las más de las veces, la justicia.

La vida se sucede en un revolver y resolver problemas y los problemas tienen un contenido que hay que entender. Toda solución tiene su inicio en la mente, una mente que ha entendido el problema y ha visto su complejidad. Con el "picoteo", con dejar que pasen las cosas sin prestar atención, estar disperso, no establecer orden de prelación, no asignar tiempo a los sucesos... la mente se va vaciando en naderías y, a la postre, no concluirá nada.

Se puede atender a muchas cosas, pero hay que hacerlo de una en una y como si esa una fuese la única. No se olvide el dicho aquel de que las cosas son peores de pensar que de pasar:elpensamiento ve los problemas “de golpe” y éstos se presentan de uno en uno.

La vida de las personas siempre está en proceso de cambio, pero algunos se contentan con uno de los estadios por los que pasan y en él se instalan. Es menester saber cambiar con los cambios. Los hay que parecen estancados en los cinco años, en la niñez; hay otros a los que las dificultades de la vida les hacen regresar a la infancia.

Otros encontramos que hacen vida propia la del héroe admirado, que podría ser un compañero y no necesariamente un personaje relevante de la sociedad, sin pensar en su yo ni tratar de acercarse a su propio yo. Cada uno debe darse cuenta de dónde está. Es muy simple la reflexión: a los 30, a los 40, a los 50 años los demás piensan así, se comportan así, ¿y yo? ¿Y qué piensan de mí?

El hombre es un yo en proceso, pero tiene que saber también en qué momento del proceso se encuentra. Cuando se ha vivido en plenitud cada momento de la vida, la vejez es la plenitud del saber. Con qué frecuencia asistimos a la disociación de la personalidad respecto a la edad biológica! Jóvenes que ya son viejos a los 20 años por carecer de futuro, la ilusión de tener futuro, y viejos de 70 anclados en las gracias vacías de la juventud.

Los sentimientos condicionan la vida y el pensamiento. Son el caldo donde se cuece la verdura. Tienen que bullir para que haya vida. Hay que desarrollar los sentimientos y "controlarlos": conocerlos, saber sus causas y servirse de ellos.

Para desplegar una vida satisfactoria es preciso adquirir el suficiente tono vital que no sólo permita a la vida mantenerse, sino también desarrollarse, generando vida: hijos, obras, acciones, "cosas"...  La vida está hecha de aliento y vigor. La vida crea vida. Quedarse sólo en la destrucción de lo que los demás han hecho sin generar nada, es amontonar pobreza sobre pobreza, la primera de todas, la de espíritu.

Generalmente tendemos a pensar que los demás saben más que nosotros y delegamos soluciones en los otros. Es un aspecto más de la autoestima, la confianza en sí mismo. Es menester conseguir un estado de fe en uno mismo y en los demás. La duda no debe quedarse en sí mismo, siempre tiene que “resolver”. La persona puede descubrir capacidades no exploradas dentro de sí.

Es preciso tener una disposición alegre y tratar de vivir, pase lo que pase, en una actitud de “contento vital”, cuando los problemas están lejos o cuando se ciernen como nubarrones sobre el diario vivir.

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