¿Se puede renegar de la infancia? Tú, no; a Iglesia, sí.

Cuatro reflexiones breves sobre lo que dicen que es una de las dos patas de la Iglesia (Nuevo Testamento, Tradición).

I

Para muchos creyentes su credo está hecho de presentes vitales: los ritos les consuelan y les estimulan, las palabras sagradas les hacen pensar y ayudan a las buenas acciones, junto al resto de los cofrades se sienten encuadrados en la sociedad…

El pasado no les importa, viven en un salvífico presente esperando un futuro, se alimentan de lo que hoy les dicen el papa y los ministros de la Iglesia, especialmente las carismáticas y maternales encíclicas de los últimos papas, especialmente el beatífico argentino, explicadas por los santos varones que guían su fe. Comentan por doquier los “gestos” del actual papa, modelo no sólo para los fieles sino para cualquier persona de bien.

¡Parece hoy tan purificada la Iglesia!

Si en algo se inspira la Iglesia de hoy es en el modus vivendi de los primeros cristianos, que ponían todo en común y se amaban como hermanos.

¿De verdad no tiene pasado la Iglesia? Para los creyentes de hoy desde luego no, porque no interesa. Pero sí lo tiene para el resto de los humanos. También éstos toman en consideración las palabras beatíficas del Sermón de la Montaña, y hasta lo confirman con sus acciones, pero también siguen escudriñando cómo la sociedad que se quedó con su santo y seña ha tergiversado hasta la náusea el sermón primero y la doctrina subsiguiente.

La Iglesia es el siglo I y es el siglo XXI. Lo mismo que el individuo adulto es legatario de su infancia y juventud. Dígase lo mismo de las sociedades. La Iglesia se puede homologar a cualquier sociedad nacida, gobernada y sostenida por manos humanas. Y en esa su trayectoria juvenil y adulta lo que destaca en su alba vestidura es el rastro de sangre que ha dejado por el camino.

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