La quiebra del cristianismo por la avaricia de los papas.

Un santo que reaccionó visceralmente contra la acumulación de riqueza de la Iglesia y contra los métodos empleados para ello fue Francisco de Asís (1181-1226), fundador de la que luego sería la más opulenta y prolífica en hijos e hijas de las órdenes religiosas: los franciscanos. Nada más morir ya esta orden se escindió en dos ramas, los “espirituales” y los “conventuales”. Más tarde se unió al cisma la rama de los “capuchinos”. A ellas hay que añadir “las clarisas”, rama femenina, y la “orden tercera”, de miembros seglares.

Las escisiones continuaron apareciendo y los partos también. De la sección femenina contamos Clarisas Capuchinas, Clarisas descalzas, Hermanas franciscanas de la Inmaculada, Clarisas adoradoras, Misioneras de María Auxiliadora, Franciscanas angelinas, De la Purísima Concepción… Las tres ramas, veneradas por Sus Santidades, eran como la conciencia de la Iglesia, la izquierda protestona, la que decía cómo debían ser las cosas y también la que hacía sonreír a la cúpula crápula.

Los santos franciscanos, que son multitud, procuran a la Iglesia muchos millones de euros, desde Antonio de Padua (1195-1227) a Pío de Pietrelgina (1887-1968) con su ristra asociada de milagros o posibilidad de hacerse realidad en provecho del fiel piadoso. Al famoso Padre Pío el Santo Oficio lo calificó de estafador el 31 de mayo de 1923, aunque Pablo VI en 1964 lo absolvió pasando a la Santa Sede sus múltiples actividades financieras. En la traca final,  JP2 lo declaró santo. ¿Alguien entiende tal secuencia? Negocio.

Francisco de Asís en el fondo era inofensivo. La Iglesia supo buscarle un acomodo en su seno. Muy distinto fue el caso de Martín Lutero, también monje, de la orden de San Agustín, bastante más preparado teológicamente que Francisco y con más razones para disentir de la Iglesia oficial.

No hace falta repetir lo que todos sabemos, su oposición al mercado de indulgencias para financiar la nueva basílica vaticana, la protección de Federico III de Sajonia, la quema de la bula o ultimátum papal, la Dieta de Worms, presente el emperador Carlos V, su condena al destierro y, finalmente, su refugio en el castillo de Wartburg.

Lo que ya es menos conocido es el contenido de las 95 tesis que clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, punto crítico de la ruptura con Roma. Resumimos cinco de ellas relacionadas con la pecunia:

43. Es mejor socorrer a un pobre o prestar dinero a un necesitado que comprar indulgencias.

45.Quien ve a un necesitado y, por comprar indulgencias, lo desatiende merece la ira de Dios.

50.Sería mejor reducir la basílica de San Pedro a cenizas antes que ser edificada sobre la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.

66.Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.

86,¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más grande que la de los más opulentos ricos, no construye él sólo una basílica de San Pedro con su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?

Su doctrina se puede resumir en los famosos “cinco solos”: Solus Christus, Sola Scriptura, Sola Gratia, Sola Fides, Soli Deo Gloria. A partir de tales principios, sobran en la Iglesia añadidos doctrinales, inventos teologales y prescripciones rituales: el papado, las indulgencias, las órdenes religiosas, el Purgatorio, la confesión, la transustanciación, la Virgen María, el celibato, etc. Eso sí, elimina viejas prédicas pero elabora unas nuevas: el libre arbitrio, la predestinación, el individualismo en la relación con Dios, etc.

La reforma de Lutero tuvo sus consecuencias políticas y sociales, pues los electores sajones aprovecharon la disolución de las órdenes religiosas para hacer almoneda de sus propiedades. Y otro hecho que ennegreció el prestigio de Lutero fue la condena de la Guerra de los Campesinos (1524-26) y el apoyo a los príncipes que los masacraron, lo cual produjo miles y miles de muertos y su desprestigio ante el pueblo. Ahí están sus obras “Exhortación”, “Los doce artículos” y “Contra los campesinos asaltantes y asesinos”.

A más largo plazo, tras la Paz de Augsburgo en 1555, el que los súbditos quedaran obligados a profesar la fe de sus príncipes condujo a la terrible Guerra de los Treinta Años (1618). Más todavía, ¿cómo no ver en su obra “Sobre los judíos y sus mentiras” una base doctrinal del antisemitismo germano del primer siglo XX?

La negación de una autoridad única dentro de la Reforma, condujo a la larga al surgimiento de movimientos religiosos de lo más variopinto emanados de ese espíritu individualista de la doctrina luterana, dándose hoy una constelación de sectas grandes y pequeñas en consonancia con la idiosincrasia de sus lugares de origen: anglicanos divididos en presbiterianos y episcopalianos, puritanos ingleses, luteranos, pietistas, calvinistas e independientes, presbiterianos, cuáqueros, bautistas, pentecostales, adventistas, testigos de Jehová, metodistas… y toda una pléyade de “denominaciones” y sub corrientes cifradas en miles. 

La credulidad de las masas se siente complacida y aliviada con cualquier nueva superstición.

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