La religión, efecto placebo.

"El cuento de Cristo es causa de que el mundo pueda mantenerse todavía estacionario durante diez mil años, y de que nadie entre en razón, pues se necesita tanta energía en ciencvia, inteligencia e ingenio para defenderlo como para refutarlo".

Carta de Johan Wolfang von Goethe citado por F. Bermejo en "La invención de Jesús de Nazaret". 

En religión casi todo es invención, motivada las más de las veces por necesidades psicológicas. Pongo el ejemplo leído en un blog aledaño, San Cristóbal, un santo tan oportuno en nuestros tiempos de velocidad y prisas donde todo lo que se dice de él es invención. No estoy seguro, pero me parece que Pablo VI lo retiró del santoral con otros treinta y tantos más, como Santa Bárbara o san Jorge.

Es relativamente fácil inventarse un personaje, sin pretender ser Cervantes o Tirso de Molina: basta situarlo en un contexto y dotarlo de características humanas, para luego extrapolarlo a niveles  sobrehumanos, sobrenaturales, religiosos a fin de cuentas. A partir de estos dos estadios, son posibles los milagros atribuidos a él, los hechos portentosos, la vida entregada, las virtudes excelsas… Y finalmente, intitularlo protector de lo que sea. Por los pelos se le ha hecho a San Cristóbal patrón de los conductores, como Santa Tecla podría haberlo sido de los mecanógrafos. Y lo fue por ser imitación del burro de carga.

La religión, no lo neguemos, es un fuerte estímulo para la acción. Sí, lo es, y reconozco lo que comentaristas de días pasados afirman: gente piadosa que ha dado muestras de dedicación a los demás con actos de caridad raramente vistos en ideologías de otro género. Por supuesto no vemos a nadie similar en aquellas que se alzan como salvadoras pero que nace “a la contra” de la fe cristiana, especialmente el comunismo. Nunca mayor claridad en aquello de “por sus obras los conoceréis”.

Pero mi pregunta es continua y persistente: ¿se puede fundar una vida virtuosa sobre cimientos dogmáticos que se han demostrado falsos? Y no me refiero al pretendidamente histórico Jesús, sino al “invento” realizado por Pablo de Tarso, que no otro es el fundamento del cristianismo. Cristo no existió, así de claro. Pero es modelo de todo.

En otro orden de cosas: ¿cómo cohonestar creer en unos presupuestos religiosos que a figuras prominentes de la fe, de la jerarquía, mueve o ha movido a la búsqueda de honores, de ascenso social, de crímenes buscando el provecho propio, conductas claramente contrarias a lo que predican, predicación que llevó a genocidios, etc. etc.?

Bien cerca tengo dos especímenes con sus sendos palacios: Rouco en la C/ Bailén y Fidel Herráez, su aprovechado discípulo, en Villarmentero. Bien ganada su jubilación palaciega. Buen ejemplo de pastores aprovechados. Su excusa doctrinal: el carísimo perfume que María derramó en los pies de Jesús y la admonición de éste a quienes abogaban por los pobres.

Doble argumentación, pues: la irracionalidad que mueve a buenas acciones y el ejemplo, mal ejemplo, de aquellos que han hecho de su vida un testimonio de fe. De los segundos, mejor no hablar, aunque también son historia de la Iglesia.

Los fieles creyentes fundan sus acciones en lo que creen. Y tratan de imitar lo que suponen. La invención de Jesús de Nazaret, libro enjundioso  de Fernando Bermejo que ningún creyente que se precie de tal leerá, está hoy más demostrada que hace 1.700 años, cuando los “papanatas” paganos pretendían echar por tierra el cristianismo: “Discurso verdadero contra los cristianos”, por ejemplo, de Celso, o emperadores que pretendieron lo mismo por la fuerza, desde Nerón hasta Juliano.

Tal doctrina novedosa, la de Cristo, cautivó y cautiva. Pero no deja de ser lo que es, un placebo. El drama de aquellos que sacuden el polvo crédulo de sus sandalias es que no disponen de un repuesto doctrinal y moral a la altura de lo que ofrece el cristianismo. De ahí la soledad de quienes no pueden admitir fábulas y tratan de enderezar su vida con la guía de su propia conciencia. Tienen, cierto, guías como los estoicos de entonces, autores como Séneca, continuadores como los erasmistas o ilustrados… pero no es lo mismo. Falta el rito, o sea, la fiesta.

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