Sobre la resurrección como dogma fundante

Según escribe el evangelista Mateo, la noticia de la desaparición del cuerpo de Jesús le llegó a Pilato primero y se propaló entre el pueblo judío, después, como una sustracción del cuerpo del ajusticiado realizada por sus discípulos. No olvidemos que Jesús fue condenado por “laesa maiestas”, es decir, delito de sedición contra el Imperio como indicaba el título de la cruz: “Hic est rex iudaeorum”.

Pensemos en sus discípulos: aunque eran conscientes de que había sido condenado por delito gravísimo contra el Imperio,  a pesar de eso ellos seguirían pensando que Jesús había sido un gran profeta, una persona especial, un gran hombre que se alzaba contra la opresión romana. Pero ¿podían creer después de muerte tan ignominiosa que era el Mesías, que era Hijo de Dios, que era el salvador del mundo después de verlo muerto en la cruz? Difícil pensarlo.  

Vista la defección producida tras su detención en el Monte de los Olivos, sus más directos prosélitos, los apóstoles, son evidencia fáctica del final de una hermosa aventura de la que ellos habían sido protagonistas. Esos, los más cercanos a él, los apóstoles, habían huido, se habían desperdigado y habían regresado a sus lugares de origen. Por supuesto, ninguno de ellos ni vio ni creyó el portento sobrenatural de su resurrección.

¿Qué pensar, entonces, de todas la profecías que Jesús había declarado sobre su horrendo final y sobre su resurrección? Una de dos, o no entendieron absolutamente nada de lo que el profeta Jesús les decía o bien podemos suponer que todas esas expresiones presentes en los evangelios fueron añadidas después de la proclamación de su resurrección.

Precedentes de resurrecciones los encontramos tanto en los cultos egipcios como en la mitología griega. Pablo de Tarso supo aglutinar en la figura de Jesús creencias que eran comunes en el mundo helenístico. Serían luego los evangelistas los que escribirían sucesos nunca ocurridos de la vida de Jesús, unas veces profetizados o referidos en el Antiguo Testamento, otras veces copiando y reinterpretando la literatura de su tiempo, para construir con toda esa amalgama el fundamento de la nueva fe.

Realmente resulta difícil hacerse una idea de cómo pudo ser el proceso de “conversión” generado entre los primeros discípulos después de la debacle sucedida el viernes santo hasta la llegada decisiva del apóstol que creó el cristianismo, Pablo de Tarso. Es decir, cómo fue creciendo en esta comunidad reducida de judíos el convencimiento de que Jesús había retornado o, quizá, que ahora tenía otra condición, que tutelaba la comunidad primitiva desde un ámbito superior, tan real como lo hacía cuando vivía en este mundo.

Decimos esto porque no se pueden tomar literalmente los sucesos que l libro “Hechos de los Apóstoles” relata.  Todo parece reconstrucción de deseos o confirmación de profecías. ¿Qué decir del primer relato, la ascensión de Jesús al cielo hasta que lo oculta una nube? ¿Y del prodigioso don de lenguas de que hacen gala todos ellos después de la venida del Espíritu Santo? Curiosamente Lucas aporta el dato: se debía cumplir la profecía de Joel (Hechos, 1 17-21). Igualmente, Pedro, en el discurso a la plebe, de nuevo cita a David, que “con visión anticipada habló de la resurrección de Cristo, que no sería abandonado en el hades ni vería su carne la corrupción”.

Y, como sucede en su Evangelio, Lucas, en el sermón de Pedro en el templo, no acusa a los romanos de la muerte de Jesús aunque fueran ellos que lo condenaron, sino a los judíos. Por omisión exculpa a los romanos.

Son tan convincentes las palabras de Pedro que los que creen en Jesús van incrementando la cifra en miles de personas que “tenían un corazón y un alma sola, y ninguno tenía por propia cosa alguna”. Se confirman sus palabras con numerosos milagros: la curación del tullido a las puertas del templo, el hecho de hablar lenguas, el temblor de la casa donde están a la llegada del E.S., la muerte súbita de Ananías por fraude, las curaciones multitudinarias…

En fin, todo relatos piadosos trufados de citas bíblicas que confirman lo que ellos dicen… ¿O es al revés? Nada parece real ni posible de haber sucedido, pero según la I Parte de “Hechos”, la comunidad de Jerusalén estaba constituida por una multitud ingente de fieles que ya creían en Jesús, pero que, tras la muerte de Esteban por lapidación, “comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén y todos, fuera de los apóstoles, ser dispersaron por las regiones de Judea y Samaria”.

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