Esto reventará algún día.

Cambiamos de tercio y echamos a volar el humo del pesimismo o la ventolera de la prevención. 

¿Hay por ahí alguien que pueda gritar a los demás y recorrer las calles vociferando que es optimista? Si le ven, dirán que está loco y que es carne de nosocomio mental. ¿Optimismo? Ni por pienso. Los unos porque ven que no llega a término el estado soñado, donde todos sean iguales (de pobres); los otros porque ven que nada se respeta y que la inmoralidad es el pan de cada día desde los basureros televisivos hasta los eriales del diario acontecer, que no es otra cosa que el hacer lo que a cada cual le peta.

Lo que vemos causa “paúra”. Desde las alturas de los estados hasta la perspectiva de los individuos, miedo. Comenzando por lo grande y extenso. Creemos en Europa ser grandes por haber eliminado fronteras y seguimos viendo que la desigualdad es lo que priva en el sálvese quien pueda de los propios estados.

Parece que hemos logrado algo en cuanto a bienestar social y ese algo nos cierra los ojos impidiéndonos ver cómo siguen siendo únicamente dos estados, el eje franco-alemán, los que manejan el cotarro de sus propios intereses, ahora que un tercero ha hecho “mutis por el foro” queriendo retornar al imposible trampantojo de su grandeza decimonónica.

A la tan cacareada “Unidad Europea” le falta de nuevo una gran crisis, no diré como la de la II Guerra Mundial, pero posiblemente una crisis que le haga darse cuenta de que sus cimientos son endebles, que no consigue levantar las paredes de su propio valer y que ventile los malos olores que la endogamia sigue produciendo.

De puertas afuera, deslumbra. De puertas adentro, se corroe. De momento es pura administración de su propia administración. Y en su suelo, que ya no tiene sustrato espiritual para que crezcan ideales, cada vez se van instalando más grupúsculos que van formando conjuntos sociales irreductibles. Al no tener alimento, se nutren del suyo. El antiguo ideal cristiano que antes aunaba Europa, se ha volatilizado, indicativo de que aquél era sólo viento o niebla que el sol de la cultura y del bienestar ha evaporado.

El mundo occidental vive adormilado por la rutina y la comodidad; vive de las ganancias fáciles. La transformación social ha generado gangas de las que se han aprovechado no las grandes fortunas sino las grandísimas. Magnates que antes lo fueron del petróleo, y todavía lo siguen siendo, ahora lo son de la comunicación, de los móviles, de la informática, con lo que de control de las grandes masas adormiladas supone. Y se van adueñando del mundo sin darnos cuenta los míseros aburguesados, nosotros que aún somos plebe, que nos creemos algo por poder ramonear bienestar tumbados en las hamacas de Benicasim.

Hoy, como ayer, los peces grandes de comen a los chicos. Y si no es todavía hoy, lo serán mañana. ¿Les mueve algún ideal similar a los del pasado? No, ahora son otros los ideales, aunque sigan siendo los de antaño, nacidos de lo hondo del ser humano: el poder y el ansia de poseer.

Ahí está China. Si es comunista, no lo dice. Ha visto que el comunismo en sí es una doctrina consumida. Y con la doctrina alicorta, ha visto cómo el modelo se ha derrumbado: URSS, Corea del Norte, etc. No exporta ideas; ahora quiere exportar dominación, autocracia, feudalismo y opresión. Pero nadie parece darse cuenta de ello. Ha emergido en pocos años de su nada, se ha mirado en un espejo y se ha gustado.

Lo que hay detrás del espejo nadie lo sabe. Hemos “gozado” con el rotulito de “made in China”, pero ese chiringuito, conseguido, es poca cosa. Era una tarasca inofensiva para contento de los niños capitalistas de occidente, aprovechados de manos fáciles y baratas.

China ya no es un país emergente, es todo un continente por sí solo que ha conseguido músculo. De momento ha pretendido regalarnos, con el virus, la solución. O quizá ha sido una advertencia.

Todo lo dicho no es más que una digresión, porque nuestro aldabonazo no puede sonar en otro sitio más que en el reducto en el que nos movemos, España. Tal como hoy está de enferma, dejada de la mano de países a los que apenas importa, es bocado ideal para los grandes caimanes de la historia, antes EE.UU. o Inglaterra, hoy China, por ejemplo.

Soy optimista porque quiero serlo, previendo que España sabrá encauzar el rumbo delirante en que ahora se encuentra, pero no lo soy para gritarlo por las calles. España está enferma y los médicos que pretenden curarla lo único que hacen es sangrarla, como los barberos de siglos pasados, o inocularle el veneno de recetas periclitadas.

Por resumir, ya que el papel no da más de sí: déficit creciente, galopante y sin remedio a corto plazo; desintegración de la sociedad, que ha comenzado por el norte y seguirá consumiendo a centro y sur; desigualdad que parecía haberse ido eliminando; paro que es como una montaña rusa que nunca llega al suelo; ausencia de autoridad o permisividad con ciertas manifestaciones que más son delitos que otra cosa. Y rasgos menores de desintegración como desprecio a la propiedad privada, asalta a viviendas, justificación de lo que sea con tal de respetar la libertad de expresión... ¿Para qué seguir?

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