Ante el ruido continuo de los que se proclaman progresistas.

Que, por cierto, si “eso” que procede del antro gubernamental es progreso, yo y muchos como yo podemos proclamarnos profetas, apóstoles y hasta al mismo mesías encarnado. O candidatos al premio Nobel. 

¿Progresistas? Hace siglos que no veíamos tanto retroceso en el porvenir social, tanto desmoralización en el ánimo de la gente, tanta incultura gestando leyes, tanto decaimiento en el ansia de crear riqueza, tanto fracaso en las ideas y tanto hundimiento de lo que existe y funciona.

Y para sostener toda esa calamidad, a su servicio televisiones, radios y prensa dando pábulo en entrevistas, exabruptos y caras de vinagre para hacer ver que opinan o pontifican.  ¿Y eso es progreso? ¿Y eso es lo importante en España? ¿Y eso llena nuestro tiempo que podríamos dedicar a otras cosas menos ociosas?

Me gradué en Psicología, de la que nunca hice profesión. Pero ahí estaba la doctrina digerida pero no aplicada. Pues bien, ahí tenemos a otra graduada en lo mismo dando patadas legales a principios psicológicos que creíamos básicos, que creíamos existentes o que, simplemente, habíamos estudiado.

Tres leyes como tres coces a la historia, a la cultura, a la legislación, incluso a la biología o la antropología y, por descontado, a lo que "esa personajilla" había estudiado. Quizá ni eso, porque los asuntos que pretende regular no ocupaban en los textos no más de un párrafo en un tomo de setecientas páginas.

Por otra parte, ¿hacía falta reglamentar asuntos que o bien ya estaban regulados o bien la conciencia social había admitido o bien el simple sentido común normaliza? Degenerados, pervertidos, criminales, asesinos, violadores… habrá siempre y no desaparecerán por el voluntarismo de unas leyes por otra parte innecesarias y prescindibles.

¿Que de qué hablamos? No hace falta ni siquiera reproducir títulos. Lo procedente sería ironizar sobre tales epígrafes y hacer de ellos chascarrillo si no fuera por el destrozo que implican y el gasto social y económico que generan.

Pretenden regular algo tan serio como la vida sin haberla entendido ni haber profundizado en la complejidad que presupone. Se creen con derecho no sólo a opinar, que ese derecho lo tienen todos, sino a vomitar leyes que inciden en aspectos de la vida sometidos únicamente a una ideología, no a consensos científicos generalmente ya regulados. Hacen que la preocupación nacional se centre en sectores muy marginales de la sociedad, como si eso fuese algo que obsesiona a todos.

La vida es muy compleja y cuando no se sabe qué hacer en momentos determinados de la misma, lo mejor que podrían hacer sería retirarse a San Pedro de Cardeña a meditar, que no a legislar. El nacimiento --¿cuándo se nace?--, la muerte y la forma de morir, los cuidados paliativos, la sexualidad de la especie humana, la normalidad y la anormalidad, las consecuencias de tal forma de pensar y actuar cuando se tiene el poder de decidir… No hay serenidad ni consenso, hay ruido y más ruido para aturdir a la sociedad e impedir que piense.

Mucho dudamos de que se hayan guiado por científicos, por biólogos, por médicos, incluso por filósofos o antropólogos; menos todavía han tenido en cuenta la ética que guía, sin tener que legislar, la conducta social. Por supuesto la moral aceptable de determinadas religiones está fuera de lugar en su cerebro lobotomizado por la ideología. No les guía la búsqueda de soluciones sino el deseo de imponer a todos lo que su calenturienta imaginación pervertida ha soñado en una noche de progresía.

¡Que a la gente del común le importan un bledo tales leyes! ¡Que las mismas serán dentro de un tiempo origen de conflictos muy por encima de los problemas que pretenden resolver!

Y como les queda poco tiempo, corren como descerebrados en pos de un aplauso de los suyos, si no es para satisfacer el ansia que tienen de relucir en algún titular de periódicos afines. Estoy por decir que ni siquiera aquellos que tratan de defender se sienten protegidos por esos exabruptos legales.

En algunos momentos muchos sentimos que vivimos en un mundo al revés, que estamos equivocados en nuestra forma de pensar y actuar, que los anormales somos nosotros, que los que nos preocupamos de las pequeñas cosas de la vida estamos obcecados o nos cubre la niebla de la ignorancia y son ellos los que saben aportar soluciones a los grandes problemas de la humanidad. Igual es cierto, no sé. 

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