¿Pues no somos todos santos?

Inicialmente a los santos se les llamó mártires, o sea, “testigos” del evangelio; posteriormente, se empezó a elevar al honor de los altares (expresión piramidal, seductora) a personas “destacadas” en algún campo eclesial:

 obispos, teólogos, anacoretas, religiosos, místicos, papas... todos miembros del “staff” eclesial, sin la contaminación plebeya, aunque su vida no se “ajustara perfectamente” al mensaje evangélico.

Incluso la piedad popular “imaginó” santos históricamente inexistentes. No era de recibo que el Islam o el Hinduismo tuviera "santos" con virtudes no practicadas por los cristianos. Recordemos un hecho: Pablo VI, después del Concilio Vaticano II, “borró” del santoral a un buen número de “canonizados”, unos treinta y tantos. Ahí estaban Santa Bárbara, San Cristóbal, San Jorge... Por algo sería. Hago alusión ahora a lo dicho en el artículo anterior: ¿se puede estar seguro...?

Luego, la “elevación al honor de los altares” de ciertos “santos” pasó de ser un “modelo de vida auténticamente evangélica” a constituir distinción, prestigio, ostentación; honor al que sólo se accedía si terciaban influencias, dinero, poder y, a veces, política. Recordemos Felipe II y su empeño en canonizar a Santa Teresa y a San Isidro.  

Para salvar posibles fraudes o prevaricaciones, se estableció la obligación de llegar a demostrar la “heroicidad de las virtudes cristianas” del candidato, con el aval de algún milagro (¿?). O sea, que ser “santo” era algo así como tener que demostrar la ancestral “limpieza de sangre por los cuatro costados”. Y se sigue todavía con la necesidad del milagro.

En otro orden de cosas, en todo proceso de canonización existía el llamado “abogado del diablo”, figura no tan siniestra como su nombre puede indicar. Su misión consiste, consistía, en “hacer oposición”; investigar y evidenciar aspectos negativos que pusieran en duda razonable la “heroicidad de las virtudes” del aspirante. ¡Pues nueva curiosidad!: el “abogado del diablo” fue suprimido en el proceso de san monseñor Escrivá de Balaguer. ¿Por qué sería?

¡Heroicidad!. Héroes han existido siempre. Estos personajes homéricamente sobrehumanos vienen a ser como arquetipos, paradigmas del comportamiento y la conducta de los creyentes.

Pero aquí radica la mixtificación. Por ejemplo: Simón el autista o el estilita (el “estilista” diría yo porque creó un “estilo de vida”: vida eremítica, luego monacato); ¿a quién le podrá servir como modelo esta aleación de hombre-araña y hurón? Sólo a los misóginos. Con el añadido de que tal Simón “estilita” ¡no existió!

¿Y los papas, y los fundadores de órdenes y congregaciones religiosas, y los reyes, y los “mártires de la cruzada española”? ¿Y dónde quedamos la mayoría de los mortales, currantes, parados, jubilados, amas de casa? Bueno, alguien dirá que ya tenemos nuestros “modelos” en los “patronos” de cada actividad.

Otra qué tal. Patronos cogidos con pinzas, a veces por confusión. Pues si venimos a nuestros días, ¿quién será el patrono de los “informáticos” por relación directa con el asunto? Y por venir a mi campo profesional, el de los músicos, ¿no cuadraría mejor, por asimilación, santa “Tecla” que santa Cecilia, que no conoció un órgano ni por asomo? Bueno, y así muchos más...  

Sucede que cuando la plebe crédula, no ya los que tales cosas conocen, comienza a enterarse de esto y de lo otro, por ejemplo, la relación del dinero con el proceso, suelta la carcajada o se sume en el escepticismo más crudo o hace chistes de lo más variopinto. Para quienes hemos visto pasar, con los años, tantos santos por nuestras vidas, eso de la "canonización" resulta hoy algo relacionado con el reino de Camelot. 

En definitiva. Está claro que la Iglesia romana “clasifica” y “cataloga” a sus bautizados dando de lado un principio más universal y anterior: ante Dios todos son/somos iguales. Pero no, la Iglesia a unos les concede la santidad, algo así como el premio Nobel o la medalla olímpica según categorías, no se sabe si por méritos propios o por “honoris causa” o por otro motivo inconfesable: EL NEGOCIO.

En este triaje santificador o inculpatorio, unos, que son santos y que en el Apocalipsis son 144.000, van al cielo; otros muchos, al infierno; la mayor parte pasa por el purgatorio; y un número indefinido, al limbo. ¡Ah! que ya no, que ahora han abierto un nuevo “tramo” de autopista hacia el cielo y tal estatus no tenía razón de ser.  

¿Y esta segregación con qué criterio se realiza, y a “santo de qué”? ¡Ah! Eso es un misterio insondable, inescrutable. Secreto de Estado del santísimo clan trinitario... y de su santo vicario en la tierra. Decía Unamuno que todos llevamos dentro el “infierno”, que es la “hipocresía” ... Algo de eso asoma la oreja en el proceso santificador. Porque vamos sabiendo que hay mucho NEGOCIO, berenjenal en el que por ahora no entramos.

Y como atañe al tema, acabo en un “santiamén”: por qué tanto empeño en ser santo, si en el cielo ya no puede entrar nadie más, dado que según la doctrina católica en el cielo sólo ¡¡están losjustos”!!

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