El sentido religioso de la vida y su sinsentido.

Las organizaciones religiosas quieren inculcar al mundo el SENTIDO DE LA VIDA a la par que lanzan las renuentes invectivas contra las personas sin religión, como que su vida carece de sentido, que su existencia ser desarrolla en la nada y que viven inmersas en la tristeza vital. Es otra de esas grandes “ideas”, nada menos que “el sentido de la vida” que acompañan con soflamas tendentes a dirigir los destinos de los hombres.

Creemos entender eso de “sentido” como coherencia, finalidad, valor de nuestros actos e incluso fuerza que mueve nuestro ser. Afirman que la vida no tiene sentido si no hace relación a Dios. Más aún, es Dios el que otorga tal sentido a nuestra existencia, porque de él procedemos y hacia él se dirige nuestra existencia. ¡Presuponen  tantas cosas para dar coherencia a lo que proponen!

¿Qué dicen las personas normales que no se han dejado embaucar por quienes, interesadamente, pretenden guiar a los hombres por los senderos de la credulidad? La respuesta es que el sentido de todo es la propia existencia del hombre y nada más. Ya que somos un elemento más en la “creación” y respondiendo a esa búsqueda de sentido a todo, me he preguntado cuál puede ser el sentido vital del gato, del mosquito o del elefante, seres vivos en este planeta tan especial, donde la vida surgió sin saber cómo. Pero elevando la cuestión a límites inconmensurables, ¿cuál puede ser el sentido del Universo?

Reiteramos que si se pudiera hablar de “sentido de la existencia" referido al hombre, sería el mismo individuo el que lo encontraría en el diario quehacer dentro de la sociedad que le ha tocado en suerte. O sea, los planes y proyectos que se forje, la plenitud que consiga haciendo uso de su libertad y laboriosidad, la satisfacción que proporciona el buen hacer de su existencia o lo que perdure en sus aportaciones a la sociedad. El sentido está dentro de cada uno, sin  relación ni referencia a seres extrínsecos.

Todas las religiones han elaborado sus héroes salvadores o mediadores enviados por Dios para dar “sentido” a la vida de los hombres. Pensemos en Buda, Jesús, Confucio, Prometeo y demás colegas, continuados luego con reformadores o santos. Curiosamente el “sentido” de estos seres es la salvación de la humanidad, o sea, nosotros, pequeños bichitos que apenas viven unos pocos años y se diluyen en la nada como el resto de los vivientes del planeta.

¿Y qué puede hacer un simple individuo para ser él mismo? Difícil tarea, porque el mundo ha sido conformado por las religiones que quieren redimirlo y “dar sentido” a su  existencia. Parecería tarea titánica, imposible en estados teocráticos, que políticamente se han formado según el dictado o dicterio de lo que pretenden los iluminados. Por suerte, a los que estamos aquí, en nuestro mundo civilizado, nos basta con tener el suficiente valor para decidir por nosotros mismos, usar de la propia capacidad crítica sobre hechos, ideas y situaciones y ejercer un mínimo gramo de libertad. La benéfica consecuencia será que todo ese mundo se disolverá como el humo en el aire o como agua en una cesta.

Más todavía, nosotros los de pensamiento occidental y gracias a los progresos alcanzados por el hombre,  podemos ver las consecuencias que conlleva la política de esos estados donde Dios lo es todo y donde los que se dicen sus mediadores interpretan a Dios según su beneficio.  Lo que nosotros entendemos por libertad entre ellos es sólo manumisión para cumplir los dictados de quienes buscan nuestra felicidad, corderos obedientes siempre que nuestra lana sea blanca, acatamiento de normas que podrían servir en siglos donde el hombre sólo buscaba el sustento, en definitiva, lo que en occidente denominamos tiranía. Cuidado, Europa era así hace no muchos siglos.

Todo el tinglado que han urdido aquellos que quieren imponer “su” SENTIDO a nuestra existencia, la de quienes ya no tenemos tragaderas para asimilarlo, lo han disfrazado hoy con la palabra TRADICIÓN, de tal modo que el alejamiento de sus proclamas presupone pérdida de nuestro pasado, como si “aquello” fuera infinitamente mejor que nuestra vida, que tachan de vacía, sin valores, hedonista y animal.

Lo único que podemos concederles es que ese pasado todavía perdura en algunas situaciones de la vida social y que nuestro presente de cultura y arte no se entiende sin su pasado. El alejamiento de sus presupuestos es todavía más sociológico que cultural, aunque ya muchos elementos de su “cultura” van siendo sustituidos o, cuando menos, arrinconados. Recordemos los preceptos que imponían durante la celebración de la Semana Santa; o las recomendaciones sobre el rezo del rosario, antes de las comidas, visitas al Santísimo, uso de jaculatorias…

Podemos concluir, volviendo a eso del “sentido”, aconsejándoles que busquen dar sentido a su propia existencia, porque la dogmática de su pasado no tiene  ya “sentido” y las prácticas consecuentes se han esclerotizado. Rememoro ahora los fastos vaticanos durante la coronación de León XIV. Fuegos artificiales, boato, fastuosidad, gloria efímera… ¿Qué han transmitido al mundo? Quizá la existencia de un estado minúsculo que puede ser elegido como escenario para otras celebraciones políticas. Eso sí, que nadie toque ni un gramo de lo que encierran sus paredes porque desaparecería toda una época, el Renacimiento.

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