¿Es una teocracia el estado Vaticano?

El Vaticano no es la Iglesia. Funciona como un estado y como tal es considerado por el staff político mundial. ¿Pero qué régimen le asiste? ¿Son sus leyes equipoarables a las democracias? ¿Es un modelo para las teocracias que sojuzgan a sus pueblos? 

Uno de los aspectos en que se dirimen diferencias entre una democracia y un sistema caudillista es la pretensión de unos y otros de estar en posesión de la verdad. La democracia sabe que es un sistema imperfecto de gestionar la sociedad, pero, dentro de los posibles, es el mejor. Un sistema caudillista está, por principio, en posesión de la verdad, él es la verdad y la sociedad debe “conformarse” según modelo emanado de arriba y de cuya realización se encarga el Jefe Máximo.

El Führer, el Duce, el Caudillo, el Conducator, el Gran Timonel aplican una ley “performativa”: la sociedad ha de construirse según modelos que sólo ellos conocen. Son la Jerusalén celestial pero de corte militar, con tintes imperiales o según estructuras supuestamente proletarias. Hay que añadir que el poder les llega directamente de Dios: “Gott mit uns”, “Caudillo por la gracia de Dios”, “In God we trust”. O se constituyen ellos mismos en dioses.

Si extrapolamos el plano civil hacia el religioso nos encontramos con similares situaciones, pero con el añadido de que en este mundo de verdades eternas, ni ha tenido ni tiene cabida la democracia: el individuo es nada ante el dogma y ante la Jerarquía.

En las sociedades teocráticas o aspirantes a serlo se da la misma “lógica performativa”: todos los aspectos de la vida se han de conformar según modelos emanados bien de los libros sagrados, bien de los intérpretes de los libros. Éstos devienen caudillos, se titulan caudillos y actúan como caudillos. Al final hasta se lo creen en su fuero interno.

Para todo tienen respuesta y todo está en los Libros Sagrados: dinero, comercio, ley positiva, justicia, derecho, educación, soberanía, situación de la mujer, divorcio, familia, régimen de gobierno, ecología, cultura... Todo se encuentra en “El Libro”.

Y se genera la doctrina de “el hombre providencial”, el hombre que necesitaba esta sociedad. El hombre que llega a regir los destinos de la sociedad se convierte en hombre “providencial”: Franco lo fue para España –según los voceros de la dictadura--;  Stalin para Rusia, Mao-tse-Tung para China, el Ayatollah Jomeini para Irán; Juan XXIII en su momento lo fue para la Iglesia; JP-2 lo ha sido durante 25 años; ahora parece que lo es Francisco con su giro hacia no se sabe dónde.

De esa visión se sigue la polarización binaria de la existencia: “El que no está conmigo está contra mí”. La crítica a la verdad absoluta es, primero, impensable; luego, perseguible; y finalmente, erradicable. Cualquiera se puede convertir en diablo, en Príncipe del Mal, en Satanás: yo mismo lo soy ante muchos comentaristas; para Irán, lo es EE.UU.; para la Jerarquía española, el laicismo galopante.

La deriva final es el fin de la política: un estado teocrático no puede admitir el marxismo, el bolchevismo ni el comunismo por ateos y materialistas; pero tampoco es admisible la derecha capitalista, por consumista, corrompida, capitalista y por tener una visión hedonista y gozosa de la vida. Éste es un “valle de tinieblas”, un “valle de lágrimas”. 

Curiosamente, como tampoco tal sistema, propuesto o impuesto, se convierte en  panacea universal, terminan en una lógica trascendente, remiten a Dios. La historia ya no es maestra de nada, por estar contaminada de satanismo.  Y todo se convierte en místico y todo lo irracional tiene asiento y cualquier hecho nimio se interpreta según postulados divinos. No cuentan ni la razón ni siquiera el sentido común. Ambos quedan proscritos.

Eso sí, para salvar los trastos, justifican dicha visión política perversa y pervertida con la moralidad. Más que moralidad, “hipermoralidad”, las más de las veces haciendo sujeto de ella a las mujeres. Odio al cuerpo, a la carne, a la sexualidad libre, a la homosexualidad, incluso a los deseos; fuera el lujo, el juego, la diversión, las discotecas, el alcohol, la prostitución...

Y ya nada importa, ni que el Estado funcione, ni que la economía sea saneada, ni que las instituciones sirvan para algo, ni que la prensa informe. Educación, magistratura, policía, funcionarios, intelectuales, artistas... ¡todos al servicio de la fe! Importan la fe, el fervor, la religiosidad, el celo ritualista. De esta “militancia” puede surgen la militarización y de ésta el enfrentamiento armado en forma de terrorismo o incluso de guerra abierta.

¡Si no lo hubiéramos visto y lo estuviéramos viendo en nuestros días!

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