El testimonio ajeno.

Cierto es que la vida de cada persona se rige por muy diversos motivos o principios o valores. Y cierto es, también, que dichos motivos nacen de convicciones que tienen su origen bien en la reflexión, motivos racionales, o bien en la parte sentimental de nuestra personalidad, motivos emocionales.

Siguiendo esta línea argumental,  pensando en lo que uno cree, dejando aparte las cuestiones que la experiencia o la ciencia dictan y centrándonos en aquellas verdades de fe o sentimiento que genera la religión, nos seguimos preguntando qué peso pueden tener los motivos religiosos para que toda una vida se construya con tales cimientos. ¿De dónde surge y en qué se basa esa fuerza que impele a una persona a sustentar fábulas y mitos?

Y nos seguimos preguntando si los argumentos que esgrimen aquellos que han dado de lado los principios religiosos no pueden tener la fuerza suficiente como para que sean también estímulo suficiente para dar  de lado, al fin, creencias y prácticas vacías de sentido.

Muchos somos los que después de un periplo guiado por la fe, hemos pensado y repensado los argumentos que se alzan contra ella llegando a la conclusión de que tienen más fuerza racional y emocional que esos que a la creencia sustentan.  

Después de transcurrido un largo tiempo, hemos visto la poca consistencia doctrinal que animaba nuestras creencias; hemos comprobado que no se ha vaciado de emociones nuestra existencia; hemos alzado todo un arsenal de valores propios fundados en la honestidad, la responsabilidad, la libertad, la solidaridad y, en fin, el respeto a las leyes y la preservación de la sana convivencia con nuestros semejantes.

Y nos seguimos haciendo la misma pregunta: ¿pero cómo no lo ven como nosotros lo vemos? ¿Cómo es posible que sigan creyendo tales barbaridades? Porque todo se reduce a buscar y encontrar evidencias intrínsecas que convenzan, sin aferrarse a motivos espurios adheridos a la creencia.

Quizá el debate y la cuestión más sustancial, incluso más elemental, sea la que se refiere a Jesús, el fundador y centro generador y sustentador del cristianismo, al que se pueden asociar preguntas relacionadas, como Dios, la Virgen, el cielo, la vida espiritual después de la muerte, la Iglesia…

No vamos a ser tan radicales afirmando como muchos afirman que Jesús fue un mito, un personaje ficticio, un constructo inventado, que no existió. Hay tratadistas que sí lo dicen y lo razonan y aportan argumentos. La mayoría sostiene, sin embargo y así lo creemos, que existió. Hay muchas razones extractadas de los textos bíblicos que pueden avalarlo.

Todos cuantos prescinden o han prescindido de creer en lo que todos creen,  sí están convencidos, estamos, de que Jesús, convertido en Jesucristo, no fue ni puede ser un personaje real. No se puede entender que figura tan extraordinaria no aparezca en ningún documento llamado histórico, es decir, ajeno a los escritos que sustentan el cristianismo. Ni que tampoco quede constancia de la existencia de tal predicador en testimonios coetáneos.

Consecuentes con esta afirmación, consideran, consideramos,  los relatos contenidos en el Nuevo Testamento como mitos o leyendas, con la salvedad, eso sí, de aceptar  aquellos textos de contenido ético referidos a la buena conducta y que estimulan el buen comportamiento personal y social, la solidaridad con los necesitados, el respeto a las leyes, etc. por otra parte comunes  a todas las religiones que en el mundo han sido.

Salvando todo eso, por aceptable y propio de la condición humana, el resto carece de veracidad, no lo puede ni aceptar ni asimilar cualquier persona que tenga un mínimo sentido crítico. Nacimiento virginal, relatos navideños, milagros, resurrección, ascensión, fundación de la Eucaristía… Nada de eso puede ser creíble.

En consecuencia, el cristianismo, tanto el fundado por los apóstoles como el construido por Pablo de Tarso, es una edificación mitológica, ficticia, inventada. Y la organización que se quedó con el santo y seña del cristianismo, la Iglesia, es una organización que sostiene tales fabulaciones, urgida y necesitada a lo largo de  su historia de añadir y superponer dogmas inventados e inverosímiles.

Como secuela, las historias que se leen sobre Jesús y que se han difundido y explicitado en millones y millones de escritos y predicaciones a lo largo de los siglos, sólo tenían un propósito, en un principio alzar una religión nueva y novedosa que sustituyera a la oficial y, posteriormente, mantener una organización que la sustentara, la burocracia de la fe.

Pero el ente “Jesucristo” existe. Necesario es preguntarse por su origen. ¿De dónde procede? ¿En qué se funda? También esto ha sido bien estudiado por eruditos ajenos o independientes de la credulidad, en lo cual hay también muchas discrepancias. De todos es sabido, gracias a ellos, que las historias aplicadas a Jesús, también se decían de muchas figuras religiosas anteriores a Jesús con evidentes similitudes con su relato.

Más todavía, y esto también es bien sabido, el origen del culto a Jesucristo, se fundamenta o está relacionado con rituales paganos previos. En muchos aspectos  el cristianismo copió y reprodujo ritos de otras religiones anteriores a él para sustituirlos e imponerlos como propios. .

Lo que decíamos al principio: ¿nada de esto da qué pensar? ¿Y cómo es posible que una persona sensata crea tamaños disparates como los que propala la Iglesia? ¿O que dirija sus oraciones y pensamientos a un ser  inventado, por muy adornado de virtudes y revestido de hechos prodigiosos que esté? Y, bajo esta perspectiva, no entramos a considerar los ritos acompañantes.

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