El trabajo de regirnos por nosotros mismos.

O, lo que es lo mismo, la construcción del propio yo.

Afirman, convencidos de lo que dicen, que la única vida digna es la que busca su sentido en algo fuera de esta vida, Dios, que es el que guía, preserva, rige, fundamenta y sustenta desde los sentimientos, pasando por las voliciones y las decisiones, hasta los pensamientos.

Pues no. Es posible una vida más "digna", más "plena" y más "satisfactoria" sin tener que recurrir a los subterfugios religiosos. La religión no añade nada a la vida. Solamente sustituye. Secuestra. Es también posible la “regeneración vital” de aquellas psiquismos perturbados sin tener que acudir al consultorio profiláctico de los sanadores por y de la fe. 

Hay un presupuesto, una confianza, y es la de que el hombre se basta a sí mismo si sabe educarse a sí mismo, potenciando las actitudes constructivas de la mente. Evidentemente necesita ayuda para ello desde los más tiernos años de la niñez, pero no la tendrá cuando quieren desviarle por sendas tergiversadas que a ningún sitio “humano” conduce. 

El principio general del que debe partir la conducta de una persona es su “racionalidad”. Siempre hay que usar la razón, que es la única que puede generar una percepción correcta de todo.  La actitud racional de pensar las cosas produce ponderación y mesura en los juicios que aportarán actitudes y acciones equilibradas. Si a alguien lo de “racionalidad” le produce escozores mentales, pongamos sentido común, o conciencia, o sabiduría social. O todo a la vez.

Esto conlleva, como corolario obligado, el encontrar el necesario control de la inseguridad: a lo largo de la vida nos vamos a ver zarandeados, sacudidos, quebrados incluso... Ofuscada sí, pero nunca la racionalidad se deberá sentir quebrada.

La razón, como el vigor, la fuerza muscular, la capacidad auditiva, es constitucional pero también educable y mejorable; es producto de la herencia y producto de una estimulación continuada. El ejercicio de la razón, sobre todo en edades de formación, condiciona su ser posterior. Ejercitar la razón: cuanto más se analicen las cosas, los hechos, los sucesos, los acontecimientos diarios, lo que nos dicen, las noticias que nos llegan… mayor capacidad tendrá la mente para discernir.

La religión tiene un sucedáneo de este “ejercicio de racionalidad” en lo que llaman “meditación” u “oración interior”. No por ser un acto “religioso” vamos a denigrar tal práctica: buena es la interiorización, el penetrar en uno mismo… pero sirve de poco si todo se relaciona con alguien ajeno a nuestro propio yo.

Ese ejercicio de la racionalidad tiene efectos beneficiosos. Consecuencia del mismo es la capacidad de penetración. Es como la adquisición de nuevos niveles cognitivos, o una capacidad intuitiva pronta y certera. Es la percepción rápida de los problemas que sólo tiene aquel que se ha habituado a considerar una y otra vez los distintos aspectos de la realidad. Es la educación para la agudeza, la perspicacia, la sutileza, en definitiva, la clarividencia.

Durante muchos años todo ello depende de los formadores (padres, maestros, familiares, amigos, modelos vitales…), pero luego es labor de cada uno. Y nunca es tarde para dar un giro en la vida.

Volver arriba